Para la mayoría de los habitantes del planeta, la vida está mejorando. El cofundador de Microsoft y su esposa nos dan buenas noticias al respecto.
Desde casi todos los puntos de vista, el mundo nunca había estado tan bien como hoy. La pobreza extrema se ha reducido a la mitad en los últimos 25 años, las tasas de mortalidad infantil están bajando en todo el orbe, y muchos países que han dependido de la ayuda extranjera durante décadas son ahora autosuficientes. Entonces, ¿por qué tantas personas piensan que las cosas están empeorando? En buena medida, a causa de tres mitos arraigados acerca de la pobreza y el desarrollo global. Pero la creencia de que el mundo está empeorando no solo es equivocada, sino también muy dañina: detiene el progreso, y nos impide ver la oportunidad de hacer de este planeta un lugar donde casi todas las personas tengan la posibilidad de prosperar.
1. Las naciones pobres están condenadas a seguir siendo pobres
Los ingresos y otros indicadores de bienestar están aumentando en casi todas partes. Un ejemplo es la Ciudad de México. En 1987, cuando la visitamos por primera vez, muchos hogares carecían de agua potable, y las familias tenían que hacer largas caminatas para ir a llenar sus bidones de agua, como ocurre en las zonas rurales de África. El hombre que dirigía la oficina de Microsoft en la capital mexicana enviaba a sus hijos a los Estados Unidos a hacerse exámenes médicos regularmente, pues quería asegurarse de que la contaminación del aire no estuviera mermando su salud.
Hoy día esa ciudad es radicalmente distinta: se jacta de sus rascacielos, de un aire más limpio y de nuevos caminos y puentes. Todavía hay cinturones de pobreza, pero cuando volvimos allí nos pareció que la mayoría de los habitantes era de clase media. ¡Un milagro! Podemos ver una transformación similar en Nairobi, Nueva Delhi, Shanghai y muchas otras ciudades. En el transcurso de nuestra vida el cuadro de la pobreza en el mundo ha cambiado por completo. Desde 1960 el ingreso per cápita en China ha aumentado en un 800 %. En la India se ha cuadriplicado; en Brasil es casi cinco veces mayor, y en la pequeña Botsuana, gracias al aprovechamiento inteligente de sus recursos minerales, ha aumentado 3.000 %. En un grupo de países de ingresos medios que hace 50 años eran muy pobres hoy habita más de la mitad de la población mundial.
Incluso en África se ven progresos. Desde 1998 el ingreso per cápita ha aumentado casi 70 %: de 1.300 dólares al año a casi 2.200 en la actualidad. Siete de las diez economías de crecimiento más rápido en los últimos seis años son africanas.
Nos atrevemos a hacer una predicción optimista: en 2035 apenas quedarán países pobres en el mundo. Es cierto que algunos países se estancarán debido a la guerra o a factores políticos (como Corea del Norte) o geográficos (como los estados sin litorales de África Central). Seguirá habiendo problemas de desigualdad, pero todos los países de Sudamérica, Asia y Centroamérica (excepto Haití, quizá), así como casi todos los países costeros de África, tendrán ingresos medios. Más del 70 % de los países recibirá un ingreso per cápita superior al que hoy tiene China.
2. La ayuda exterior no sirve para nada
Nos preocupa este mito. Ofrece a los líderes una excusa para recortar la ayuda, y eso significa menos vidas salvadas y más tiempo para que los países se hagan autosuficientes. La ayuda extranjera es invaluable: además de salvar vidas, establece las bases para un progreso duradero.
Muchas personas piensan que la ayuda exterior merma mucho los presupuestos de los países ricos. Cuando los encuestadores preguntan a los estadounidenses qué porcentaje creen que se destina a la ayuda extranjera, la respuesta más común es “el 25 %”. Lo cierto es que es menos del 1 % (unos 30.000 millones de dólares al año). El gobierno de los Estados Unidos gasta más del doble en subsidios agrícolas que en ayuda sanitaria internacional, y más de 60 veces más en tropas y equipo bélico.
Una queja común es que la ayuda se malgasta a causa de la corrupción, y en parte es verdad. Pero las historias terribles que oímos —de que los dictadores se construyen palacios con los fondos de ayuda— datan principalmente de la época en que la ayuda se usaba para ganar aliados durante la Guerra Fría, más que para mejorar la vida de la gente. Hoy ese problema es mucho menor. Deberíamos tratar de reducir las corruptelas, pero no podemos eliminarlas más de lo que eliminamos el derroche de cualquier empresa o programa gubernamental. Muchas personas exigen que se suspenda la ayuda exterior a la menor señal de corrupción; sin embargo, cuatro de los últimos siete gobernadores de Illinois (Estados Unidos) terminaron en la cárcel por corrupción y nadie ha exigido que se cierren las escuelas públicas o las autopistas de ese estado.
Los críticos también alegan que la ayuda hace que los países sigan dependiendo de la generosidad ajena, pero se refieren a las naciones que más luchan para alcanzar la autosuficiencia. Otros países han crecido tanto, que apenas reciben ayuda hoy: Brasil, México, Chile, Costa Rica, Perú, Tailandia, Mauricio, Botsuana, Marruecos, Singapur y Malasia.
Los críticos aciertan al decir que no hay pruebas definitivas de que la ayuda propicie el crecimiento económico, pero sabemos que sí genera mejoras en salud, agricultura e infraestructura, todo lo cual se relaciona estrechamente con el crecimiento a largo plazo. Analicemos lo que se consigue con la ayuda: un bebé nacido en 1960 tenía un 18 % de probabilidades de morir antes de los cinco años; un bebé nacido hoy tiene menos de 5 % de probabilidades, y en 2035 la probabilidad será de 1,6 %. En los últimos 75 años no ha habido ninguna otra mejora en bienestar social que se acerque siquiera a ese logro.
3. Salvar vidas significa sobrepoblación
Durante más de 200 años la gente ha temido los vaticinios apocalípticos de que el suministro de alimentos no aguantará el ritmo de crecimiento de la población. Pero ese temor da lugar a una tendencia peligrosa: dejar de preocuparse por los seres humanos más desfavorecidos. Dejar que los niños mueran hoy para que no perezcan de hambre mañana es, además de ruin, inútil. Y los países con los índices de mortalidad más altos tienen también las tasas de crecimiento poblacional más elevadas del mundo: las mujeres allí tienen más hijos.
En los países donde sobreviven más niños, los padres deciden tener familias más pequeñas. Un ejemplo es Tailandia. Alrededor de 1960, los índices de mortalidad infantil empezaron a bajar; en los años 70, después de que el gobierno tailandés invirtió en un programa de planificación familiar, las tasas de natalidad empezaron a disminuir. En poco más de 20 años las mujeres tailandesas pasaron de tener seis hijos a tener dos, en promedio. Hoy los índices de mortalidad infantil son casi tan bajos como los de Estados Unidos, y las mujeres tailandesas tienen 1,6 hijos, en promedio.
Esta tendencia de reducción de los índices de mortalidad seguida por una disminución de las tasas de natalidad se observa hoy en gran parte del planeta. Salvar vidas no se traduce en sobrepoblación; más bien ocurre lo contrario. La única manera de conseguir que el mundo se vuelva sustentable es mediante la creación de sociedades donde las personas disfruten de salud, prosperidad, igualdades fundamentales y acceso libre a los métodos anticonceptivos.
Un mayor número de personas, en especial los líderes políticos, deberían saber que estos mitos se sustentan en ideas erróneas. Las contribuciones para promover la salud y el desarrollo en los países pobres rinden frutos sorprendentes. Todos tenemos la oportunidad de crear un mundo en el que la pobreza extrema sea la excepción y no la norma, y donde todos los niños tengan la oportunidad de crecer sanos y salir adelante. Para los que creemos en el valor de cada vida humana, no existe en la actualidad ninguna tarea más estimulante.