Inicio Vida Cotidiana Actualidad Marilyn y yo

Marilyn y yo

740
0

En su exitoso libro de memorias, el actor Tony Curtis recuerda a la Marilyn Monroe que conoció antes de que ambos ganaran fama en el mundo.

Mientras cumplía el contrato que firmé con los Estudios Universal, 23 años de edad, conocí a muchas actrices, todas ellas hermosas, cordiales y nada tímidas en lo referente al sexo. Los productores traían chicas de sus pueblos natales, las hacían firmar un contrato de medio año y les daban papeles insignificantes en las películas. Muchas de ellas tenían amoríos con los ejecutivos. Casi todas fracasaban y regresaban al lugar de donde habían salido.

Publicidad

Una joven que llegó a Hollywood se había cambiado el nombre recientemente y ahora se llamaba Marilyn Monroe. La vi por primera vez en los Estudios Universal, caminando por la calle. Era de una belleza que quitaba el aliento, pero algo en ella me hizo pensar que era accesible. Caminamos hasta mi auto y le abrí la puerta. Luego me senté tras el volante, salí por el portón de los estudios y tomé la autopista de Hollywood hacia la ciudad. Ajusté un poco el espejo retrovisor para poder ver el rostro de Marilyn, y la sorprendí mirándome por el espejo. Ambos nos reímos. Era pelirroja en ese entonces, y estaba peinada con cola de caballo. Tenía un aura excepcional de calidez, bondad y sexualidad. Jamás había experimentado yo algo igual. Llevaba puesto un vestido de verano, sin mangas, y se traslucía su figura. Aunque iba yo conduciendo, me di cuenta de que tenía unos brazos tersos y hermosos.

La llevé a un petit hotel donde se hospedaba. Todo el viaje llevó unos 25 minutos. Anotó un número telefónico en un trozo de papel, me lo dio y se fue. En el curso de los días siguientes sólo pensé en ella, pero no me atrevía a llamarla. Era demasiado pronto. Pensé que una joven como ella seguramente tendría una relación seria con alguien. Incluso era posible que estuviera casada, aunque, hasta donde pude ver, no llevaba anillo. Al cabo de una semana, por fin le llamé. Unas cuantas noches después, pasé por ella al hotel y nos fuimos a un restaurante en Sunset Strip. La comida era buena y charlamos a gusto, aunque de nada formal. Nos reímos mucho y los dos la pasamos bien. Dimos un paseo en el auto por el Sunset Boulevard hacia Beverly Hills, y luego la llevé de regreso a su hotel.

Marilyn y yo charlamos y coqueteamos. Me estaba enamorando de ella… Yo también le gustaba.

En nuestra siguiente cita fuimos a un club nocturno llamado Mocambo. Durante el trayecto hablamos del cine: de las personas a las que había conocido yo, de mi contrato y de mis clases de actuación. Marilyn no dijo gran cosa, pero me escuchó con atención. Le conté un poco de mí, y ella casi no habló nada de su vida.

Posteriormente me enteré de que Marilyn había pasado su niñez mudándose de un hogar de crianza a otro, hasta que se casó, a los 16 años de edad. Su matrimonio terminó unos dos años antes de que yo la conociera. La descubrió un fotógrafo que la había visto trabajando en una fábrica de aviones. Twentieth Century Fox le dio un contrato, pero dejó que este venciera. Ahora estaba desempleada y buscaba una oportunidad.

Cuando entramos en el Mocambo, muchas personas se volvieron a mirarnos, pero tenía yo la impresión de que a Marilyn le incomodaba que la vieran en público, como si quisiera evitar encontrarse con algún conocido. Lo que no sabía yo era que Joe Schenck, presidente de Twentieth Century Fox y hombre casado, tenía una casa en Los Ángeles donde Marilyn a veces se quedaba. Twentieth Century Fox no había ejercido la opción de renovarle el contrato, pero Schenck sí lo hizo.

Marilyn y yo charlamos y coqueteamos. Me estaba enamorando de ella, y me di cuenta de que yo también le gustaba. Fue algo muy especial llegar a conocerla en ese tiempo, antes de que la fama y la locura arruinaran su vida. No pensaba yo en llevármela a la cama. Sólo disfrutaba el proceso de conocerla y me complacía lo divertido que era pasar el tiempo con ella.

Llamé a Marilyn y acordamos ir a la playa. La recogí, y disfrutamos de una cena agradable; luego nos tendimos en la arena y conversamos. Ya estaba anocheciendo y yo me sentía un poco nervioso. Ella me preguntó sobre mi vida, así que le conté más de mí: de cómo me había criado en la ciudad de Nueva York, de lo mucho que había batallado mi padre durante la Gran Depresión y de que mi hermano había muerto atropellado por un camión. Le hablé también de que había abandonado yo el bachillerato y me había alistado en la Armada.

Finalmente, nos preparamos unas copas de whisky con soda y, mientras bebíamos, ella me contó más de su vida. Nos besamos un poco, y a eso de las 11 de la noche la llevé de nuevo a su hotel. Marilyn me caía muy bien. Realmente disfrutaba su compañía. Era un poco rara, pero yo lo era también. Los dos actuábamos como si fuéramos extravertidos, pero muy en el fondo no nos sentíamos contentos con nuestra manera de ser. Yo no tenía confianza en mí mismo, ni tranquilidad de espíritu, y ella tampoco.

Estuvimos juntos sólo un breve tiempo, pero a los dos nos pareció que fue muy especial.

Ese fin de semana le pedí nuevamente a mi amigo su casa de playa. Sabía yo que algo iba a pasar esa noche, y ella también, y cuando hicimos el amor me pareció que se sentía contenta, lo que me alegró a mí también. Algo de la situación sencillamente me hacía sentir muy a gusto. En esa época me acostaba yo con no pocas chicas de muy buen ver, pero Marilyn me gustaba más que ellas. Era muy frágil y vulnerable, lo cual me atraía enormemente. Nos seguimos viendo durante un tiempo. Nos íbamos a la casa de su amigo, a su habitación del hotel o al refugio de playa.

Marilyn fue la primera mujer con quien me sentí realmente unido. Nos queríamos en verdad, aunque yo no estaba preparado para una relación en serio, ni ella tampoco. Con el tiempo, debido a nuestras carreras, nuestra relación pasó a segundo plano. Empecé a filmar películas, y Marilyn también. Posteriormente, cuando nos encontrábamos por casualidad en las fiestas de Hollywood. Su afecto por mí era evidente, y yo le correspondía. Estuvimos juntos sólo un breve tiempo, pero a los dos nos pareció que fue muy especial.

Marilyn protagonizó después Los caballeros las prefieren rubias, La comezón del séptimo año y Bus Stop. Para entonces, Marilyn ya tenía fama de ser caprichosa. Cuando empezamos a filmar, se negó a ponerse ropa del departamento de vestuario y exigió usar su propio maquillaje, y a veces no se presentaba a trabajar. Aun así, yo seguía teniéndole afecto, y volvimos a demostrarnos los mismos sentimientos de años atrás.

En ocasiones, cuando yo subía al escenario, Marilyn apenas me miraba, pero en ese instante ocurrían muchas cosas entre nosotros. A ella le gustaba que la visitara en su camarín. Nos sentábamos a conversar unos 10 o 15 minutos, hasta que Billy llamaba al elenco. Esos momentos significaban mucho para mí y, al parecer, a ella la tranquilizaban. Cada vez que la miraba, me sonreía.

Antes de rodar la gran escena romántica del filme, Marilyn estaba en su camarín y pidió verme. Había abierto una botella de champán. Quería que nos relajáramos un poco antes de filmar la escena. Yo me tomé una copa. Ella bebió dos y dijo:
—Ojalá las cosas pudieran ser como las teníamos antes.

Entendí lo que quería decir. Fue la primera vez que uno de los dos reconocía abiertamente lo que alguna vez habíamos significado el uno para el otro. La besé, y al parecer se relajó. Entonces salimos a rodar la escena.

Cuando terminamos de filmar Una Eva y dos Adanes, quedé encantadísimo por lo bien que salió: el diálogo, la fotografía, los personajes que interpretaron Marilyn y Jack… Me complació mucho ver que mi trabajo en la película había estado a la altura del de esos estupendos actores. Tras concluir la filmación, vi a Marilyn en una fiesta en la playa. Estaba completamente fuera de la realidad, con una indiferencia que helaba. Hablamos sólo un minuto, pero me di cuenta de que trabajar con ella en la película había llevado a una especie de conclusión de mis sentimientos hacia ella. Fue el final natural de algo que habíamos compartido.

Artículo anteriorDesayunos Perfectos
Artículo siguienteQuerido doctor Google