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Juan Carlos Mesa: el Rey del absurdo

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Una entrevista imperdible a un humorista que no pasa de moda

En cinco décadas de actividad, Juan Carlos Mesa firjó una carrera extraordinaria, sostenida en su capacidad para escribir libretos exactos para los más importantes comediantes, y en su carisma personal, que lo llevó a protagonizar inolvidables ciclos. Una figura entrañable y emblemática del difícil arte de hacer reír al público, sin la necesidad de apelar al golpe bajo o a la grosería.

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Afable, altísimo, corpulento, casado desde hace 50 años, padre de tres hijos, abuelo de tres nietos, ha hecho de la radio y de la televisión su mundo. Su propia definición del oficio de autor y de actor, el recuerdo de las estrellas con las que trabajó y un recorrido por su carrera se sumaron en este diálogo.

P. ¿Es posible definir su estilo de humor como absurdo e ingenuo?
R. Sí. Ambos valores por igual. Ese es el estilo y el secreto. Es que me ha formado el humor casi surrealista de los que me conquistaron de chico: Tatí, Buster Keaton, El Gordo y el Flaco, Carlitos Chaplin, los radioteatros que escribía Wimpi. Todo tan visual, tan corporal, tan inesperado. En realidad, prefiero que me adjudiquen el rótulo de naif. Alguien que por cincuenta años apostó a una línea ingenua que apuntó a lo cotidiano, al entorno, a las conductas de la gente común.

P. ¿Cómo podemos catalogar a esa unión de lo ingenuo con lo absurdo?
R. Hay una simbiosis porque entre una cosa y la otra no hay una gran distancia. Vuelvo a las películas que iba a ver cuando era chico. Hoy repaso todo aquello y me pongo a pensar cómo no se me ocurrió un gag así. Ese sentido de la imagen y de su pureza, se sostenía en algo fundamental en el humor: el poder de síntesis. Es la capacidad, como hacen los dibujantes, de contar toda una historia… en tres cuadritos. El gag es el módulo básico donde todo se asienta.

P. Al observar su carrera es posible advertir tres ciclos diferenciados: el primero en Córdoba; el segundo, en Buenos Aires; y el último, ya frente a la pantalla, como actor protagonista.
R. El ciclo de Córdoba es la época de mis pecados de juventud, del poeta romántico casi con sabor de acuarela. En “Bocaditos de Mesa” hablaba desde la estética provinciana, de las cosas que me parecían divertidas. En el programa radial “La troupe de la gran vía”, donde escribía, participaban hasta los mismos empleados de la emisora donde se hacía el programa.

P. ¿Y el salto a Buenos Aires?
R. Fue en 1964. Ese año recibí el ofrecimiento del productor Héctor Maselli para integrar un equipo de autores, para escribirle al capocómico Jorge Porcel. Estaban también Carlos Garaycochea y Jorge Basurto. El ciclo fue efímero, pero me quedé. Luego hicimos “La matraca”. Y muchos otros, todos para grandes primeras figuras. Más tarde llegó el éxito total: “La tuerca”. Y más aún: “Los Campanelli”.

P. Usted fue el generador de contenidos de los programas de Carlos Balá, Juan Verdaguer, de los uruguayos de “Telecataplum”, Alberto Olmedo, Juan Carlos Calabró, Tato Bores. ¿Cómo podemos definirlos sintéticamente desde su condición especial de libretista a la carte?
R. Escribirle libretos a Verdaguer fue un desafío muy grande. Debía explotar esa manera tan especial que él tenía para expresarse, tan irónica y austera, con esa seriedad a lo Buster Keaton.

P. El trabajo con Porcel y Olmedo también fue muy intenso.
R. A los dos les hice una comedia, “Fresco y Batata”, y “El Chupete” a Olmedo, junto con  Basurto. Y muchas películas a ambos. Al principio le tenía temor a Olmedo. Pensé que sería indomable, indócil, por su espontaneidad. Pero, se sometía al texto. Poseía una gran autoridad. Y Jorge también, para ellos escribí una línea de películas dedicadas a los chicos y otra, de tinte picaresco.

P. ¿Y una tira diaria que rompió con todos los moldes…?
R. “Mesa de Noticias” fue un ciclo de cinco años, del 83 al 87. En verdad, una experiencia muy placentera. Me abracé con alma y vida. Teníamos un gran elenco. Había absurdo y buena onda. Al comienzo de la tira me pesó el hecho de ser “la” cara del programa… pero en seguida eso se desvaneció. Además, tuve el placer de trabajar con amigos; por ejemplo, Gianni Lunadei, que daba vida a un villano insólito. «La remezón» fue otro éxito que vino como secuela de “El Gordo y el Flaco”. Estaban desde Gianni hasta los muy jóvenes Diego Torres y Leonardo Sbaraglia. Otro  gran éxito popular.
 
P. ¿Qué pasó con el humor después, en los años 90?
R. El pecado que descubro es que se improvisa mucho. Demasiado. No se respeta la idea del autor. Es un cambio muy profundo. No me imagino a ningún gran actor de la historia sin un buen libreto detrás. Es que sin autor no hay obra, tal como dice el dicho. Tato (Bores) defendía el texto a ultranza, es el ejemplo. No permitía que se corrigiera nada. Ahora se margina al autor, por eso hay pocos programas de humor en la televisión. Hay comedias, pero no de “humor” puro.

P. ¿Queda hoy algún capocómico?
R. Guillermo Francella acaso sea el último. Yo le escribí “Brigada cola”. A su comicidad le suma el respeto a la letra. Ahora se busca divertir al público mediante un grupo de gente, de panelistas, no sé, donde el humor está puesto por ellos, no por autores especializados. Diego Capusotto, por ejemplo, me encanta. Detrás de él hay una idea. Como tenía (Alfredo) Casero en su “Cha Cha Cha”. En ellos está el talento, la espontaneidad, pero detrás aparece el libro, una idea de qué es lo que se quiere decir, de antemano. Capusotto tiene ángel, me encantaría poder escribirle alguna vez. Y me gusta Antonio Gasalla por ser un creador, genera siempre mundos nuevos.

P. Toda su vida ha sido la consecuencia de un trabajo —casi— de orfebre.
R.
 Yo me he dedicado al humor de observación, algo muy especial. No soy repentista. Frente a una cámara, a un micrófono, a una hoja en blanco, es muy difícil ser sólido apelando a la improvisación. El recordado Jorge Guinzburg, por ejemplo, era un excelente repentista cuando conducía un programa, pero se ceñía muy bien al libro en éxitos como “Peor es Nada”. Soy de esa idea, seguramente porque empecé amando (y armando) poesía.

A la mesa

  • Dos éxitos populares

Siempre me preguntaron si era más fácil escribir un programa de sketches como “La tuerca”, o uno semanal de humor familiar como “Los Campanelli”. En realidad, a mí me resultaba más sencillo esto último, porque hay un hilo conductor; los personajes lo van llevando al autor, que se entusiasma y se enamora.

  • Tato Bores

Tato fue un amigo inolvidable. Trabajé con él tres años gloriosos. Recuerdo que una tarde me dijo: «Gordo: ¿te animás a trabajar en cámara?» Al principio le temía a su personalidad muy fuerte. Pero me convenció. Y esa tarde cambió mi vida para siempre. Despertó ese actor que había en mí.

  • La truope Uruguaya

Los comediantes uruguayos eran, sencillamente, diferentes a todos. Ellos manejaban un humor muy loco, heredado del gran libretista oriental Wimpi. Cada uno de ellos hacía de todo y lo hacían bien.

  • La influencia de un inolvidable creador: Jacques Tatí

Tatí era un hacedor de gags inolvidables. Sus películas clave: “Las vacaciones del Sr. Hulot”, “Mi tío” y “Playtime”. “Cuando veía en el cine una película suya tenía que sentarme muy atrás por lo que me reía. ¡Qué maravilla! ¡Qué imaginación!, con qué economía de recursos se puede hacer un gag, manejar el humor negro y lograr ese impacto». Fue mi maestro y mi inspiración.

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