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Septiembre de 1953: Los sueños de la abuela televisión los cumplió la nieta smartphone

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Aunque la TV de circuito cerrado hoy es sinónimo de vigilancia, no siempre fue así. Al principio parecía que revolucionaría la educación, la industria y lo espectáculos.

Cuando, en septiembre de 1953, Selecciones publicó la nota de Don Wharton sobre las promesas de una TV que transmitía por cable, el optimismo reinaba en el mundo. Productos como heladeras, lavadoras, aspiradoras y, claro, televisores, por fin eran accesibles para millones en casi todo el mundo. Comenzaban tres décadas de gloria para el “American Way of Life”. Hoy nos puede resultar hasta sorprendente, pero se pensaba que esa forma de televisión llevaría a cabo lo que únicamente recién ahora es realidad: educación o encuentros empresarios vía zoom o meetgoogle, espectáculos deportivos por suscripción vía TV on demand, etc.

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Si bien la realidad desmintió estas experiencias pioneras, también mostró que lo que un medio no puede cumplir, los cambios en la tecnología lo habilitarán para otras formas de comunicación que surjan de manera posterior.

La televisión al servicio de la ciencia y de la industria

Hace unas semanas tomé asiento en Nueva York en un salón de conferencias donde 1.800 médicos no apartaban los ojos de una gigantesca pantalla de televisión. Aparecía en ella cierta clínica de Boston en la cual estaban cinco especialistas examinando a varios enfermos del corazón. A uno de ellos iban a someterlo a una intervención quirúrgica. Vivimos las radiografías y los (electro)cardiogramas, oímos los latidos del corazón del paciente, nos enteramos de lo que decían los especialistas acerca del diagnóstico y el procedimiento que convenía adoptar.

Cuando llevaban al paciente a la sala de operaciones, la cámara siguió la camilla de ruedas en que lo conducían. Un anestesista notable explicó por qué se empleaba en éste paciente determinada clase de anestésico, observamos paso a paso cómo procedía a administrarlo.

Por espacio de hora y media 1.800 médicos y yo estuvimos viendo actuar a los especialistas y los oímos convenir o disentir en cada caso con franqueza. Otro tanto ocurría en otras 49 ciudades en las que 18.000 médicos fueron también invitados de la Upjohn Co., casa fabricante de especialidades farmacéuticas. No habría sido esto posible a no ser por la televisión en circuito cerrado, maravillosa novedad de los últimos tiempos. No se puede captar con los aparatos corrientes, porque no se trata de una teledifusión por el aire. La transmiten por cables a proyectores y pantallas instalados en aulas, teatros, hospitales, etc. Es un auxiliar valioso de la industria, la medicina y la enseñanza.

Que este género de televisión ha superado el período experimental se ha hecho patente en dos ocasiones con dramática efectividad. En septiembre del año pasado, el encuentro de boxeo entre (Rocky) Marciano y (Archie) Moore se transmitió a 133 teatros de 92 ciudades. Unas 30.000 personas pagaron 1.250.000 dólares por presenciarlo en la gigantesca pantalla de televisión, mientras que en el estadio solo lo vieron 60.000 espectadores, que habían pagado 900.000 dólares. En enero del presente año, la televisión en circuito cerrado fue factor importante del banquete “Saludo a Eisenhower” con que el partido republicano recaudó cuatro millones de dólares. En salones de conferencias o en teatros de 53 ciudades, unos 70.000 hombres y mujeres vieron y oyeron al presidente Eisenhower.

Iniciadora de esta televisión en el campo de la medicina fue la casa Smith, Klein and French Laboratories, fabricante de productos farmacéuticos.

En 1949 había hecho uso de la película en colores para la exhibición de operaciones quirúrgicas ante unos 12.000 facultativos asistentes a la reunión anual de la Asociación Médica Americana. De entonces a la fecha ha televisado 90 de estos programas valiéndose de pantallas de 1,35 por 1,80 metros. A veces acompaña la narración que hace un cirujano. Otras veces el cirujano que está operando responde a las preguntas que le hacen otros cirujanos. “Gracias a la televisión cientos de personas pueden ver de cerca, a distancia de metros y aun de centímetros, material de estudio” dice el Journal of the American Medical Association.

De ello fui testigo en Filadelfia, en el Hospital de Wills para Enfermedades de la Vista. Cerca de 300 oculistas seguían paso a paso una complicada operación en que había que implantar en el ojo del enfermo una lente sintética. En la sala de operaciones, tan solo una persona habría podido observar la intervención; gracias a la televisión en circuito cerrado, cientos de personas, además de presenciarla, oían las explicaciones del doctor W. S. Reese, primer oftalmólogo que ha practicado esta operación en los Estados Unidos.

La televisación de operaciones quirúrgicas rebosa de la dramática emoción de lo imprevisto. Cuando el cirujano tropieza con alguna dificultad, la cámara continua enfocándolo, y los médicos que siguen en la pantalla el curso de la operación ven cómo resuelve el problema. En Kansas City, durante la operación de una niña de ocho años, enferma del corazón, se agravó el estado de la paciente. Los médicos que estaban viéndola en la pantalla se dieron cuenta de lo que ocurría, y cuando el cirujano salió airoso, rompieron en aplausos.

En la Universidad de Nueva York la televisión forma parte de la enseñanza de los alumnos de cuarto año de la Escuela de Medicina. Mientras presencian una operación, oyen las explicaciones del cirujano que está practicándola, la voz del cual transmite un minúsculo micrófono colocado bajo la máscara quirúrgica. Otro cirujano, que toma asiento entre los alumnos, les hace notar

importantes pormenores técnicos. Las enfermeras presencian también la operación, proyectada en otra pantalla, y oyen las explicaciones del instructor, relativas a puntos de interés para ellas.

En la Universidad estatal de Pensilvania recibieron enseñanza en esta forma, 3.000 estudiantes de último año. La televisión se emplea actualmente en 53 centros de enseñanza superior; y en Schenectady, en el estado de Nueva York, se inició el invierno pasado un programa experimental para institutos de segunda enseñanza. ¿Podrá la televisión en circuito cerrado remediar la creciente escasez de buenos profesores? Los ensayos llevados a cabo en el estado de Pensilvania parecen indicar que es un medio de enseñanza tan eficaz como los empleados tradicionalmente.

Grandes empresas como General Motors, General Electric, Ford y Pan American World Airways, emplean la televisión. En 1952, la casa James Lees & Sons, fabricante de alfombras, deseaba informar acerca de su producto a los expendedores, viajantes y accionistas que tenían en todo los Estados Unidos. Lo hizo así en 18 teatros de otras tantas ciudades a los cuales invitó a 4.000 personas para que presenciaran la primera teledifusión en circuito cerrado para fines comerciales.

En diciembre pasado, General Electric deseaba explicar simultánea mente a todos sus distribuidores las razones de los importantes cambios que proyectaba. Reunidos en hoteles de 16 ciudades, vieron y oyeron a los altos funcionarios de la empresa exponiendo en líneas generales en qué consistirían esos cambios. Después, mediante un radio transmisor—receptor, trataron desde cada una de esas 16 ciudades con la junta directiva de la empresa acerca del modo en que tales cambios se llevarían a la práctica.

En algunos bancos emplean la televisión en circuito cerrado para entrar con prontitud a los cajeros y pagadores del estado de cuenta de los depositarios y para la rápida confrontación de las firmas. En la industria de producción de energía eléctrica unas 500 cámaras de televisión vigilan constantemente la llama de un quemador, los indicadores del nivel de agua, las chimeneas, etc. La televisión se aplica a sí mismo en los parques infantiles para cuidar de los niños, en la tiendas para precaverse de los rateros, en las casa de juego para vigilar a los tahúres y en las cárceles para custodia de los presos. Casi diariamente crece el número de aplicaciones a la que se presta esta útil herramienta electrónica.

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