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¿Cómo hicieron para salvar Notre Dame?

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Luego del devastador incendio que destruyó Notre Dame, en
París, hay científicos que quieren devolverle su esplendor.

Un carpintero demuestra cómo se transforma la madera en vigas para reconstruir el techo de Notre Dame, durante las Jornadas Europeas de Patrimonio, en septiembre de 2020.

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Hace dos años, un devastador incendio destruyó casi por completo Notre Dame, en París. Hoy, los científicos lideran el esfuerzo para devolver su esplendor a la venerada catedral

Ocho científicos especializados en restauración se ponen cascos y botas de seguridad y se adentran en la estructura ennegrecida de Notre Dame, en París, la catedral más famosa del mundo. Diez días antes, un incendio ha destruido el ático, derretido el techo, y hundido su aguja. El único sonido que se escucha es el del aleteo de los gorriones. El aire, normalmente dulzón con olor a incienso, es acre y está impregnado de ceniza y humo rancio. Montones de escombros cubren el suelo de mármol. Sin embargo, la mayoría de científicos llamados por el Ministerio de Cultura de Francia para inspeccionar los daños y planificar un rescate, se sienten aliviados e incluso esperanzados. Las sillas de ratán permanecen en filas, se ven pinturas de incalculable valor colgadas sin daños y, sobre el altar, una gran cruz dorada sobre la Piedad, una estatua de la Virgen María abrazando el cuerpo de Jesús. “Lo que importa no es tanto el techo y la bóveda, sino el santuario que protegen”, asegura, entonces, Aline Magnien, directora del Laboratorio de Investigación de Monumentos Históricos (LRMH, por sus siglas en francés). “El corazón de Notre Dame se ha salvado.” El 15 de abril de 2019, un cortocircuito eléctrico fue el probable detonante de un incendio que amenazó con quemar la catedral de 850 años de antigüedad hasta los cimientos.

¿Cómo hicieron para salvar Notre Dame?

Siguiendo un protocolo desarrollado para este tipo de desastres, los bomberos sabían qué obras de arte rescatar y en qué orden. Sabían de que manera mantener la presión del agua y evitar rociar ventanas de vidrio tintado para no romper el cristal caliente. Pero, aunque sus esfuerzos evitaron lo peor, surgió el problema de las más de 200 toneladas de plomo tóxico del techo y la aguja. Y los daños amenazaban el delicado equilibrio de fuerzas entre la bóveda y los arbotantes de la catedral: todo el edificio se tambaleaba a punto del derrumbe. En el LRMH, el laboratorio encargado de conservar todos los monumentos del país, Magnien y sus 22 colegas aplican técnicas de geología a la metalurgia mientras evalúan el estado de la piedra, el mortero, el vidrio, la pintura, y el metal de Notre Dame. Su objetivo es evitar nuevos daños a la catedral y guiar a los ingenieros en el esfuerzo nacional por restaurarla.

El presidente Emmanuel Macron prometió reabrir Notre Dame en 2024. La operación involucra muchos organismos gubernamentales y ha logrado donaciones filantrópicas de cerca de mil millones de dólares. Pero son los investigadores del LRMH los que lideran la crucial tarea de decidir cómo salvar materiales y reconstruir la catedral de nuevo. El equipo del LRMH trabaja en los antiguos establos de un castillo del siglo XVII en Champs-sur-Marne, a las afueras de París, que una vez albergó un centro de investigación de caballos. Aquí, han analizado muestras de los principales monumentos de Francia, como la Torre Eiffel o el Arco de Triunfo, en las mismas salas donde se practicaron algunos de los primeros experimentos de inseminación artificial en caballos hace 120 años. El barrio es tranquilo, pero el día de enero de 2020 que visité el laboratorio, estaba de todo menos adormecido. Véronique Vergès-Belmin, geóloga y jefe de la división de piedra del LRMH, se puso un traje de protección química sobre su ropa y una máscara de protección respiratoria, necesaria cuando se tratan muestras contaminadas con plomo. En el almacén del laboratorio, que en el pasado había sido una cochera para carruajes del castillo, presentó varias docenas de piedras que habían caído del techo abovedado de la catedral. Las piedras caídas son indicio del estado de las que todavía están en su sitio. El calor puede debilitar la piedra caliza, y conocer las temperaturas que soportan estas piedras puede ayudar a los ingenieros a decidir si se pueden reutilizar. Vergès-Belmin ha encontrado que el color de las piedras puede proporcionar pistas. De 300 a 400 ºC, los cristales de hierro que ayudan a unir la piedra caliza comienzan a romperse, dándole un tono rojizo. A 600 ºC, el color cambia de nuevo a medida que los cristales se transforman en óxido de hierro negro. A 800 ºC, la piedra caliza pierde todos sus óxidos de hierro y se convierte en cal polvorienta.

“Las piedras o partes coloreadas no deben ser reutilizadas”, afirma Vergès-Belmin. La evaluación del color no es una ciencia exacta. Pero, en vez de probar mecánicamente cada uno de los cientos de miles de piedras que quedan en la catedral, el color podría ser una guía útil sobre su resistencia.

El agua también puede causar estragos. Cuando los bomberos empaparon la bóveda de piedra, la piedra caliza porosa ganó hasta un tercio de su peso en agua. En el laboratorio, los investigadores del LRMH monitorearon una piedra caída, pesándola para seguir el proceso de secado. La última de las piedras anegadas terminó de secarse en mayo de este año. Mientras, la lluvia seguía cayendo en la bóveda sin techo, los ingenieros no pudieron instalar una cubierta temporal por el armazón de un andamio enmarañado, montado en 2018 para renovaciones a largo plazo. Las paredes de la catedral sujetaban el andamio, por lo que tenía que ser desmantelado cuidadosamente para evitar un posible derrumbe. Hasta que las piedras terminen de secarse, es probable que sus pesos cambiantes sigan teniendo efectos sobre la estructura de la bóveda, según Lise Leroux, geóloga de la división de piedras del LRMH. No solo el peso juega en el precario equilibrio de fuerzas, sino que cuando el agua se congela en invierno, las piedras se expanden o contraen. Unas semanas después del incendio, los ingenieros instalaron vigas de acero sobre la bóveda para que los técnicos pudieran hacer rappel con cuerdas mientras quitaban el andamio y estabilizaban la estructura. Leroux se sacó la certificación de rappel para poder echar un vistazo más de cerca. Cuando inspeccionó la parte superior de la bóveda por primera vez en febrero de 2020, descubrió que su revestimiento de yeso seguía intacto en su mayoría y había protegido muchas piedras del fuego y la lluvia. “Parece haber hecho su trabajo”, dice. La pandemia retrasó la retirada del andamio, que se completó en noviembre de 2020. El pasado diciembre, el Gran Órgano fue desmantelado y retirado, y se llevaron los tubos para su reparación y limpieza del polvo de plomo. A continuación, se construyó un andamio de 27 metros de altura para acceder a las bóvedas. La reconstrucción del interior debe comenzar en el segundo semestre de 2021. Entre los parisinos, el incendio provocó pena y miedo a que los vapores del plomo desprendidos desde el tejado y la aguja llegaran a los barrios cercanos. Aurélia Azéma, metalúrgica que dirige la división de metal del LRMH, y otros científicos han concluido que el fuego se extinguió muy por debajo de la temperatura de vaporización del plomo de 1.700ºC. La mayor parte del plomo se derritió a 300ºC, vertiéndose en los canales y goteando en estalactitas que colgaban de las bóvedas.

En algunos lugares, sin embargo, las temperaturas superaron los 600ºC, momento en el que el plomo se oxida en nódulos microscópicos. “Es como un aerosol para el pelo”, dice Azéma. Una nube amarilla que se elevaba desde la catedral durante el incendio mostró que al menos parte del plomo se había desplazado por el aire. Algunas escuelas cercanas fueron descontaminadas después de que hubiera niveles de plomo sorprendentemente altos. Pero no está claro si procedían del incendio o de alguna otra fuente, como pintura con plomo, baterías de auto, o combustible con plomo.

Gran parte del plomo permanece en Notre Dame. En junio de 2019, cuando Azéma y sus colegas llevaron sus primeras muestras de la catedral al laboratorio, selladas herméticamente en bolsas de plástico, el plomo parecía estar por todas partes. Debido a su toxicidad, la agencia nacional de salud de Francia impone un límite legal de 0,1 microgramos por centímetro cuadrado en las superficies de cualquier edificio, incluyendo monumentos históricos. “Mi primera muestra superaba 70 veces el límite permitido”, aclara Emmanuel Maurin, jefe de la división de madera del LRMH, que tomó muestras del confesionario de roble y asientos del coro. El organismo nacional de inspección del trabajo ha impuesto estrictos requisitos de seguridad. Las personas que entran en la catedral deben ponerse ropa interior de papel desechable y trajes de seguridad, y usar máscaras de protección respiratoria antes de pasar a zonas contaminadas. Después de un máximo de 150 minutos de exposición, se van a las duchas, para frotarse el cuerpo de la cabeza a los pies. El Ministerio de Cultura ha encargado a los investigadores del LRMH que encuentren una manera de limpiar la catedral de plomo sin dañarla. En la mayoría de las superficies, se puede quitar el plomo de forma segura con una aspiradora de taller y almohadillas de algodón humedecidas con agua destilada. Las superficies de madera natural en bruto requieren primero un lijado fino, afirma Maurin.

Mientras avanzaba la primera fase del trabajo científico del “plan de emergencia”, Notre Dame comenzó a abrirse a “los científicos” de la segunda fase interesados en estudiar su historia y arquitectura, expuestas por el fuego y disponibles para su estudio sin multitudes de turistas. El Ministerio de Cultura y el CNRS crearon un equipo científico especializado de unos 100 investigadores de múltiples instituciones. “Estamos ordenando miles de fragmentos, algunos de un mundo más antiguo, como si nos estuviéramos comunicando con la Edad Media”, dice Dillmann. Yves Gallet, de la Universidad Montaigne de Burdeos, supervisa un grupo que estudia las piedras que aún están en su lugar. A través de un análisis fotográfico detallado, quieren entender cómo los canteros del siglo XIII diseñaron y ensamblaron los encofrados que rodean los rosetones de cuatro pisos de diámetro. Los restos carbonizados de madera del ático tienen historias propias que contar. “La madera registra absolutamente todo mientras crece”, dice Alexa Dufraisse, investigadora del CNRS. Las vigas de roble crecieron en los siglos XII y XIII, un período cálido. Los investigadores esperan descubrir cómo las variaciones climáticas afectaron a la sociedad medieval, dijo.

Notre dame ha sido testigo de ciclos de declive y renovación. Los científicos del LRMH esperan que cuando las bóvedas y contrafuertes estén de nuevo secos y sólidos, el plomo contabilizado, y la historia y resiliencia de la gran catedral se entiendan en mayor profundidad, el sentimiento de dolor y pérdida que rodea al incendio se convierta en alegría y gratitud. “Se ha producido un sentimiento de unidad extraordinario entre personas que se reúnen no solo para salvar este monumento, sino para aprender de él”, dijo Magnien. “¡Notre Dame será restaurada! Sus obras de arte, piedra y vidrieras serán limpiadas; será más luminosa y hermosa que antes. “Notre Dame saldrá enriquecida de esta experiencia. Y nosotros.”

Science (13 de marzo de 2020 vol 267, ejemplar 6483), copyright © 2020 por Christa Lest-lasserre. Este artículo ha sido actualizado desde su publicación original.

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