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Destinos deslumbrantes: La joya de Estambul

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Antigua mansión de sultanes, el museo del Palacio de Topkapi es hoy una esplendorosa vidriera de la historia otomana.

Detrás de una gruesa hoja de vidrio a prueba de balas, en una cámara tenuemente iluminada del Museo del Palacio de Topkapi, se encuentra una daga. La funda tiene incrustaciones de diamante, y la empuñadura, unas esmeraldas tan grandes que no parecen reales, sino simples imitaciones.

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Sin embargo, el vidrio a prueba de balas y la presencia de guardias son clara señal de que la daga Topkapi no es una artesanía barata que alguien se ganó en un juego de kermés. Tampoco lo son las enormes esmeraldas que se desparraman como uvas verdes de un alhajero cercano, y menos aún el diamante del Cucharero, una gema capaz de romper un parabrisas que se exhibe más adelante. Esta escena parece el comienzo de una película sobre un robo misterioso. Y, en efecto, los ladrones ya han visitado el Museo del Palacio de Topkapi, situado en el centro histórico de Estambul. 

En 1964, el público abarrotó las salas de cine para ver a Melina Mercouri, Maximilian Schell y Peter Ustinov en el filme Topkapi, que trata sobre unos ladrones que intentan robar del palacio la famosa daga incrustada de piedras preciosas. Al ver la película nos damos cuenta de que casi no hay nada nuevo bajo el sol de Hollywood: estos ladrones se descolgaron con cuerdas mucho antes de que Tom Cruise lo hiciera en Misión imposible. Y en la nueva versión del filme, The Topkapi Affair, Pierce Brosnan tendrá que usar otra acrobacia si desea sorprendernos.

La película original es pura fantasía, pero en junio de 2006 un anuncio del Ministerio de Cultura turco le dio al filme un cariz profético: aparentemente, 43 objetos del museo habían sido robados. Ahmet Tirpan, director de la Asociación Turca de Arqueología, aclaró después que los objetos no eran joyas sino “productos textiles”.

Los tesoros que posee el Museo del Palacio de Topkapi son tan grandes que cualquier robo bien podría pasar inadvertido. Antigua residencia oficial de los sultanes otomanos, el palacio fue convertido en museo en 1924. Se requiere un día entero para recorrer sin apuro las diversas secciones del edificio. En una de ellas, la Sala de Armas y Armaduras, hay espadas, corazas y escudos invaluables. Aunque la Sala del Tesoro es la más llamativa, otras secciones compiten con ella e incluso la superan en importancia histórica. El Harén, por ejemplo, inspiró producciones escénicas mucho antes de que se inventara el cine.

Una de las óperas más famosas de Wolfgang Amadeus Mozart, El rapto en el serrallo (concluida en 1782), narra la historia de un noble español, Belmonte, y su prometida, Constanza, la cual es raptada por piratas, vendida a un pachá turco y recluida en el serrallo (aposento destinado a las mujeres) de un suntuoso palacio que bien podría ser el de Topkapi. Hoy día, multitudes de turistas visitan el harén donde estuvo encerrada la ficticia Constanza y donde, durante siglos, miles de concubinas reales se consumieron rodeadas de lujos, prodigando placeres a los sultanes.

Cuando Mozart lo eligió como escenario, el Palacio de Topkapi llevaba en pie más de tres siglos. Lo empezó a construir Mehmet el Conquistador, quien le arrebató Constantinopla al agonizante Imperio Bizantino en 1453 y la convirtió en la vidriera islámica de Estambul. Dividida por el estrecho del Bósforo, la ciudad marca el punto que separa el continente europeo del asiático.

HOY ESTAMBUL ES UNA URBE secular y cosmo-polita con un pie bien plantado en la cultura occidental. Pero Turquía es también una nación de musulmanes devotos, y para los islámicos de todo el mundo el Museo del Palacio de Topkapi es casi un santuario porque alberga algunas de las reliquias musulmanas más preciadas fuera de la Meca.

Del otro lado del patio contiguo a la Sala del Tesoro se encuentra la Cámara de las Reliquias Sagradas, en cuya puerta unos letreros advierten a los visitantes guardar respeto. Se cree que allí se hallan posesiones del profeta Mahoma e incluso algunos de sus restos mortales. Al entrar al recinto se oye una melodiosa voz proveniente de un cuarto anexo. Un clérigo islámico recita versos del Corán ante un micrófono, dentro de una cabina de vidrio, mientras los visitantes pasan en silencio frente a él mirando con asombro los objetos exhibidos.

Una tablilla de barro muestra una huella de pie que supuestamente es de Mahoma; en una cajita de vidrio hay un mechón de pelo que se cree es de la barba del profeta, y en una cajita de oro se guarda un supuesto diente suyo. En algún lugar de la cámara hay otra caja de oro que contiene el manto de Mahoma y un estandarte de guerra. Estos objetos fueron saqueados de Egipto en el siglo XVI, época en que se aseguraba que eran legítimos.

A cada grupo de turistas lo atraen diferentes secciones del museo. La Sala del Tesoro deslumbra a la mayoría de los visitantes occidentales. Allí se encuentra el diamante del Cucharero, de 86 quilates, el quinto más grande del mundo. La piedra está rodeada por dos hileras de brillantes más pequeños (49 en total) que le dan a la joya forma de cucharón. Según una leyenda, un pescador errante encontró la gema entre un montón de basura. Un joyero le dijo que era vidrio y le dio tres cucharas por ella; de ahí el nombre.

Una hipótesis más reciente sugiere que se trata de la misma piedra conocida en Francia como el diamante Pigot, alguna vez usado por la madre de Napoleón, y el nombre de Cucharero proviene, lógicamente, de la for-ma de cucharón que tiene la gema.

A pocos pasos de ella se exhibe la daga Topkapi, fabricada por orden del sultán otomano Mahmud I como regalo para el sha Nadir de Persia. A su vez, éste le obsequió a Mahmud el Trono del Pavo Real, un asiento bajo de forma ovalada, esmaltado en rojo y verde e incrustado con perlas y esmeraldas. El trono se exhibe en el cuarto recinto de la Sala del Tesoro. Por desgracia, el regalo que Mahmud envió a Persia no llegó a su destinatario: Nadir fue asesinado cuando los emisarios otomanos se acercaban a su ciudad. Al pobre hombre le habría venido bien la daga. El lujoso obsequio fue llevado de vuelta a Estambul.

La película de 1964 generó oleadas de visitantes al Museo del Palacio de Topkapi, y sin duda ocurrirá lo mismo cuando se estrene la nueva versión. Sean cuales sean sus motivos para acudir, el siguiente aluvión de turistas no quedará decepcionado.

A menos, claro, que vayan en busca de pruebas de robos misteriosos. En cuanto a los objetos perdidos en el museo, Ahmet Tirpan cree que la solución podría ser más bien prosaica. “Debido a un nuevo reglamento, los museos estarán a cargo de las autoridades municipales”, dice. “Los registros de Topkapi son muy antiguos, y los inventarios, inexactos”.

Así que, según él, lo que parecen ser objetos perdidos podrían resultar meros errores administrativos. “No creo que se trate de robos”, señala. “Quién sabe, tal vez más adelante los objetos aparezcan escondidos en algún rincón del museo”.

¿Sería mucho pedir que Pierce Brosnan se pusiera a buscarlos?

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