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Una vocación sin fronteras

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La búsqueda de respuestas para los familiares de personas desaparecidas.

OCURRIÓ EN 2005. ERA EL MOMENTO MÁS TEMIDO. La antropóloga Mercedes Salado se encontraba en la sede de la Cámara Federal de Buenos Aires, en el barrio de Retiro, a la espera de que el empleado judicial le entregue la resolución que certificaba la identidad de los restos humanos encontrados pocos meses antes. También habían citado a la madre de la víctima. “Si bien sabíamos que estaba preparada para la noticia sobre la muerte de su hija que había desaparecido treinta años antes, siempre nos pone nerviosos cuando un familiar hojea el dictamen y llega a nuestro informe pericial con las fotos de los restos hallados en las excavaciones”.

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La madre pasaba cada página con lentitud, mientras la antropóloga se preparaba para contenerla en el momento difícil, el del reconocimiento. La primera foto correspondió a los huesos del cráneo de la víctima. Todos los familiares contuvieron un gesto de estupor. Un sobrino de la víctima se tapó la boca. De pronto, la mujer anciana que sostenía la carpeta en sus manos miró a la antropóloga y haciendo abstracción de lo que se veía en la foto comentó: “¡Qué alivio volver a verla. Ella era muy bonita”.

Mercedes Salado sintió que los hombros se le aflojaban. “No lo podía creer: ella nos tranquilizaba a nosotros”, recuerda. Cuando partieron de allí, en la puerta de la Cámara Federal encontraron a un sobrino de la víctima. La señora lo abrazó y le dijo: “Estoy tan contenta, por fin vas a conocer a tu tía”.

“Entonces comprendí muchas cosas —recuerda Mercedes—. El poder tocar la bala que mató a su hija, saber si sufrió, si la torturaron, si los disparos fueron por la espalda, eran respuestas que traían más alivio que el hecho mismo de recuperar los restos. Era la contestación a muchas preguntas que habían atormentado a la mujer durante décadas. Como dijo alguien sabio: “Los antropólogos forenses no exhumamos huesos, exhumamos respuestas… y la gente merece eso.”

LA ESPAÑOLA VOZ DE DON SALADO, el papá de Mercedes, sonaba a reprimenda a través del celular con el que la antropóloga se comunicaba con Madrid: “Y a ver cuándo te dejas de desenterrar a los muertos de los otros y te vienes a desenterrar los muertos nuestros”.

El llamado no tenía otro fin que ver cómo andaban las tareas de su hija en la Argentina. Pero el padre no resistió la tentación de presentarle el reclamo: la familia Salado también tenía un republicano asesinado por las fuerzas franquistas a quien debían buscar.


«Los muertos no son de ningún país. Pertenecen a la Humanidad».


Mercedes Salado es una madrileña delgada y alta, de 38 años, es la única extranjera que desde 2003 forma parte del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). Esta silenciosa institución comenzó a trabajar en 1984 para convertir lo sombrío en certeza, ponerles nombres a las víctimas de la dictadura militar (1976-1983). Como una argentina más, Mercedes se sumó al equipo de 37 profesionales que recorren tumbas anónimas, cementerios y baldíos en la búsqueda por reconstruir historias: “Aquí, casi todos somos forenses por accidente —aclara—. Yo me recibí como antropóloga biológica pero desde que conocí el EAAF me dediqué a la antropología forense. Por supuesto que tengo una deuda pendiente con España. El hermano de mi abuelo fue fusilado en la Guerra Civil y no hemos hallado sus restos”.

Desde Buenos Aires, Mercedes se mantiene en estrecho contacto con el equipo que trabajó en la exhumación y reconocimiento de trece víctimas de la Guerra Civil española fusiladas en 1936 en León, tres meses después de iniciado el conflicto. “Sin acusación, sin juicio, sin nada, les pegaron dos balazos en la cabeza a cada uno y los tiraron en una fosa al borde de la carretera donde fueron hallados 73 años más tarde, convirtiéndose en las primeras víctimas de la Guerra Civil identificadas por su ADN”, afirma la antropóloga.

“La situación de la Guerra Civil en España fue muy distinta de la que luego vivió la Argentina —dice—. En mi país hubo fusilamientos, no hubo desaparecidos, con todo lo que ello implica. Hay sentencias escritas y todos esos papeles están en los archivos. Solamente hay que saber buscarlos, analizarlos, e investigar”, dice.

Además de España, Guatemala y la Argentina, Salado tuvo oportunidad de colaborar en excavaciones realizadas en otros puntos del planeta, como los Balcanes y Chipre.

Luego de las investigaciones en la Argentina, el EAAF alcanzó prestigio internacional y comenzó a ser requerido por otros países, entre ellos Guatemala, donde se investigaron las matanzas ocurridas entre 1960 y 1996.

Como suele suceder, la casualidad fue el disparador del encuentro entre Mercedes y el EAAF: “Yo estaba trabajando como antropóloga biológica en Guatemala, cumpliendo con un convenio para supervisar los programas económicos destinados a paliar el hambre. Mi tarea era evaluar tasas de desnutrición en los niños. Pero después de un tiempo estuve harta de ver tanto final triste, tantos chicos que morían desnutridos. Fue entonces que conocí a los argentinos del EAAF y me incorporé al equipo como antropóloga forense”.

Describir hoy las tareas de Mercedes, como las de cualquier miembro del EAAF,  no es sólo hablar de huesos y tumbas. Ella pasa mucho tiempo en el laboratorio, frente a las computadoras, llenando fichas de investigación, extrayendo sangre de familiares para luego cotejar los ADN, manteniendo entrevistas para saber si el hombre o mujer que buscan alguna vez fue al dentista, tuvo implantes, operaciones, fracturas de niño. Otras veces debe acompañar al familiar en el momento del entierro.

¿Qué ha llevado a una española a interesarse en las historias de horror de la Argentina y de lugares tan diversos? Salado tiene una particular vocación humanista que no reconoce los límites de frontera. “La violencia te afecta, venga de donde venga. Los muertos no son de ningún país. Pertenecen a la Humanidad —afirma—. Cuando uno empieza a conocer las historias de vida que hay detrás de cada investigación, se siente una necesidad muy grande de llevar alivio a los familiares”.

Sin proponérselo, Mercedes llega a la reflexión con que comenzó este artículo. “Hubo quienes me preguntaron si realmente no era más terrible trabajar con tumbas que la tarea que hacía antes con los niños desnutridos. Les respondí que no. Con este trabajo, siento que puedo llevar mucho alivio al terminar de reconstruir la historia de quien ha muerto. Nuestro equipo puede dar respuesta a aquellos que necesitan conocer la verdad sobre sus familiares asesinados. Y saber la verdad es la primera herramienta que tiene un familiar para alcanzar algo de justicia”.

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