Datos curiosos de nuestro entorno terrestre y celestial.
¿Qué son las fases de la Luna?
En el transcurso del mes lunar, que dura 29 días y medio, nuestro satélite parece crecer hasta llegar a lo que llamamos Luna llena, y luego menguar hasta desvanecerse. Da esa impresión porque, durante la mayor parte del mes, solo una parte de la mitad iluminada de la Luna es visible desde la Tierra.
¿Qué son las constelaciones?
Algunas estrellas parecen estar juntas, formando grupos, aunque en realidad se encuentran a miles de millones de kilómetros de distancia unas de otras. Estos conjuntos, llamados constelaciones, se identificaron ya de manera precisa en la antigüedad. Los primeros astrónomos les dieron nombres de animales, personajes mitológicos y otros objetos que las estrellas parecen delinear. La analogía es, a veces, evidente. La Osa Mayor o Gran Carro tiene la figura inconfundible de un viejo arado. Más difícil es ver a la mitológica reina de Etiopía en las cinco refulgentes estrellas de Casiopea, aunque algunos pretenden distinguir por lo menos el contorno de su trono.
¿De qué se compone el aire?
Invisible e imperceptible excepto cuando se mueve y produce viento, el aire que respiramos es, en esencia, una mezcla de gases. Del aire totalmente seco, un 78 por ciento corresponde al nitrógeno; 21 por ciento es oxígeno, elemento del que depende nuestra vida, y el 1 por ciento restante está formado por una mezcla de bióxido de carbono y otros gases.
Desde luego, el aire rara vez está totalmente seco. En él suele haber otro gas: vapor de agua, en cantidades que varían según el tiempo y el lugar. Sin él, no habría nubes, ni lluvia, ni vida en la Tierra.
En este océano de aire en que estamos inmersos existen también una multitud de partículas microscópicas. Incluso el aire «puro» que encontramos sobre el centro de los mares contiene millares de granos de polvo por centímetro cúbico. Sobre una ciudad industrial, ese número puede llegar a contarse por millones. Suspendidos en el aire suele haber hollín, arena, sal de la espuma del mar, esporas vegetales y granos de polen. Una sola erupción volcánica puede vomitar a la atmósfera toneladas de fina ceniza; incluso los meteoritos contribuyen a aumentar las impurezas del aire, ya que los restos de su fulgurante descenso a través de la atmósfera caen lenta, pero continuamente, sobre la superficie de la Tierra.