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La forma de la Tierra

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Para un astronauta sin instrumentos parece una esfera perfecta.

Hace casi 2.500 años los estudiosos griegos demostraron por primera vez que la Tierra es redonda. Todavía a principios del siglo XVII, los científicos creían que quizá no era completamente redonda. Otros cuerpos celestes, como la Luna y el Sol, eran perfectamente redondos y, como se apreciaba a simple vista, mantenían esa forma mientras se desplazaban en el espacio. No había razón para pensar que la Tierra fuese diferente.

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Cuando los astrónomos enfocaron por primera vez los telescopios al espacio, hallaron evidencias que perturbaban tales ideas. Al mirar a Júpiter y Saturno, vieron que tenían forma elipsoidal, la cual nunca cambia. Además, los científicos del siglo XVII observaron que los planetas se ensanchan en la mitad y, por tanto, son más planos en los extremos.

Fue Isaac Newton quien explicó este fenómeno: si un objeto gira, sus componentes siguen el movimiento en línea recta en lugar de hacerlo a su alrededor. Incontables ejemplos de la vida cotidiana así lo demuestran: si conduce usted un auto, este se desplaza hacia fuera al doblar una esquina. La ropa dentro de un secadora gira alrededor del tambor en vez de permanecer en el centro. A mayor velocidad de giro, mayor será la fuerza. Eso explica por qué los niños que se sientan en la parte externa de una calesita tienen más peligro de ser lanzados fuera que los del centro.

Las leyes de Newton del movimiento de los cuerpos explican esta fuerza centrífuga, la tendencia de un objeto que gira a «volar desde el centro». Un punto en el ecuador se mueve de este a oeste a una velocidad de 1.670 km/h. Cerca de los polos el giro es muy lento, y es más rápido en el ecuador porque cualquier cosa ahí describe un círculo más amplio; necesita recorrer más distancia para completar cada revolución.

El efecto de estas velocidades distintas sobre la Tierra crea una protuberancia en el sitio que se mueve más deprisa. La fuerza centrífuga que actúa en el ecuador la impulsa hacia fuera. Si la masa de la Tierra fuera mayor, la atracción de su propia gravedad contrarrestaría el empuje axial. El Sol, por ejemplo, gira con gran rapidez y alcanza una velocidad de 7.260 km/h en su ecuador; sin embargo, su propia gravedad conserva su forma. Júpiter gira a una velocidad superior a 45.770 km/h, pero su atracción gravitacional es mucho menor que la del Sol y, al igual que Saturno, no puede evitar perder la forma. Hasta la era de los satélites, era muy difícil demostrar que la Tierra no es completamente redonda. Ello implicaba comparar distancias y medir ángulos en distintos lugares. En 1736, dos expediciones francesas partieron, una en dirección a Lapland a medir la curvatura de la Tierra cerca de los polos y la otra a Perú, a tomar lecturas cerca del ecuador. Descubrieron que la Tierra es ligeramente ovoide: su diámetro ecuatorial es 43 km mayor que el polar. Las imágenes de satélite muestran que la circunferencia de la Tierra es ligeramente mayor al sur del ecuador, donde su diámetro se extiende más de 7,6 m. En 1959 se publicó que la Tierra tenía forma de pera, una descripción exagerada. Para un astronauta, sin la ayuda de sus instrumentos, nuestro planeta ofrece la imagen de una esfera perfecta.

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