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La dosis correcta

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Las dosis óptimas que marcan los laboratorios farmacéuticos para sus productos son el resultado de una larga investigación y de complejos cálculos.

¿Cómo determina un médico la dosis correcta de un medicamento?

Hasta la década de 1920, gran parte de las medicinas con que se contaba no servían de mucho, pero por lo menos no hacían daño; ahora la mayoría de los medicamentos son eficaces, pero potencialmente más peligrosos. Por eso se ha convertido en un asunto crucial el prescribir las dosis adecuadas: si la dosis es demasiado baja, el paciente no se cura; si es demasiado alta, puede hacerle daño.

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Las publicaciones especializadas en que se basan los médicos para conocer las características de los fármacos que hay en el mercado ya no indican las dosis promedio, sino el margen de variación recomendable. Al prescribir un medicamento dentro de esos márgenes, el doctor toma en cuenta la edad del paciente, su peso y su condición general de salud. Las dosis óptimas que marcan los laboratorios farmacéuticos para sus productos son el resultado de una larga investigación y de complejos cálculos. Los investigadores determinan la dosis media eficaz, es decir, la cantidad que produce la reacción deseada en la mitad de las personas en que se ha probado el medicamento, y la dosis media tóxica, que corresponde a la cantidad que llega a causar efectos colaterales indeseables en la mitad de los sujetos a prueba. A pesar de todo esto, muchas veces no es fácil prescribir la dosis adecuada.

Pongamos el ejemplo de la digital; la cantidad que se requiere para estimular al corazón es apenas un poco menor que la capaz de producir envenenamiento.

¿Pueden los medicamentos resultar contraproducentes?

Poco después de comenzar a usarse los antibióticos, los médicos se dieron cuenta de que estos medicamentos milagrosos estaban creando nuevas cepas de bacterias resistentes. Cuando se emplea un antibiótico para combatir un tipo determinado de bacterias patógenas, algunos de los microorganismos son tan vigorosos que no sucumben, quedan vivos y se multiplican transmitiendo a sus descendientes la capacidad para resistir el antibiótico.

También ocurre que el antibiótico, al matar a determinados gérmenes, deja el camino abierto para que proliferen otros. Al emplear, por ejemplo, penicilina para curar una infección por estreptococos, este medicamento terminará probablemente con todas esas bacterias, pero no tendrá ningún efecto sobre los estafilococos que también suelen estar presentes en el organismo. Al encontrarse los estafilococos sin la competencia que representaban los estreptococos, pueden multiplicarse y causar una nueva infección. Además, los antibióticos atacan indiscriminadamente matando no solo a las bacterias nocivas, sino también a las que nos son útiles porque normalmente mantienen a raya a otros microorganismos.

Si estamos tomando penicilina, este antibiótico arrasará tanto con las bacterias que nos están causando la enfermedad como con las que inhiben el desarrollo del hongo llamado Candida albicans. Al curarnos de la enfermedad original podemos encontramos con una candidiasis en la boca y la garganta.

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