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Cómo reconstruir un animal prehistórico

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En los hielos eternos de Siberia se han conservado congelados mamuts completos.

Cómo reconstruir un animal prehistórico

Cuando fue hallado el primer ejemplar del hombre de Neanderthal, en el valle del río Neander, Alemania, en 1856, la forma de su esqueleto fosilizado hizo pensar que caminaba encorvado, siempre con las rodillas dobladas y los nudillos apoyados en el suelo. Pronto se aceptó en general, sin objeción, esta figura encorvada y cejijunta como prototipo del hombre primitivo. Pero se basaba en una concepción totalmente equivocada.

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Debido a una increíble casualidad, el primer esqueleto que se encontró completo del hombre de Neanderthal fue el de un individuo que padeció de osteoartritis grave. Tal afección fue la que le torció la espalda y lo hizo encorvarse. De hecho, como revelaron los hallazgos posteriores, los neanderthalenses caminaban tan erectos como el hombre moderno y tenían un cerebro un poco más grande que el nuestro. Reconstruir una especie extinta es una actividad incierta.

Ocasionalmente se encuentran criaturas prehistóricas intactas. En los hielos eternos de Siberia se han conservado congelados mamuts completos. Insectos extintos desde hace millones de años han permanecido sin descomponerse dentro de gotas de savia de árboles fosilizados. Pero con frecuencia los paleontólogos se enfrentan a un caos de huesos rotos, dispersos e incompletos, y entonces es frecuente que se equivoquen en la reconstrucción. En 1822, en Sussex, Inglaterra, Mary Ann Mantell encontró los restos de una criatura prehistórica, entre un montón de piedras apiladas junto a un camino. Como uno de los dientes de la gigantesca criatura se parecía a los de un lagarto moderno, el esposo de Mary Ann la llamó iguanodonte («diente de iguana»). Pero había un hueso que parecía más revelador. Se asemejaba al cuerno de un rinoceronte, y yacía encima de la nariz del iguanodonte. De hecho, se hizo un modelo de tamaño natural del pesado cuadrúpedo en 1854, para los jardines del Palacio de Cristal, inaugurado en Londres en 1851. Pero no fue sino hasta más de 20 años después cuando se reconoció que los iguanodontes eran herbívoros bípedos gigantes. Esto se supo cuando se encontraron los esqueletos de una manada completa de estas criaturas de 5 m de altura, en una mina de carbón en Bernissart, Bélgica. Había unos 20 esqueletos, muchos de ellos completos. Lo que se había tomado por cuerno resultó ser una púa parecida a un pulgar de la garra delantera.

Cuantos más huesos se encuentran en una excavación, y cuantos más hallazgos ocurren, mayor es la certidumbre con que puede reconstruirse cada animal. Por ejemplo, los diversos esqueletos de diplodoco encontrados hasta ahora han permitido a los científicos ubicar precisamente cada hueso de este gran gigante de 9 m de altura.

La clave de una reconstrucción exitosa está en llevar registros minuciosos de la posición que tienen los huesos cuando se descubren. Cada fragmento se numera y etiqueta, y después se monta en una estructura de metal. Es un trabajo complicado y que solo pueden llevar a cabo bien los expertos. Los científicos deben descubrir pequeñas irregularidades donde estuvieron unidos los músculos y los ligamentos; después comparan la estructura con los esqueletos de las criaturas actuales, para asegurarse de que los huesos ocupen la posición correcta. Una vez que el esqueleto está completo queda por resolver un problema todavía más difícil: cómo cubrirlo con carne. También para solucionar este intrincado dilema es útil conocer al detalle la anatomía de las criaturas actuales. Y la textura de la piel puede suponerse gracias a los moldes formados en el lodo por la piel fosilizada. 

Pero hay algo que será una incógnita para siempre: el color de la piel de los dinosaurios. Se ha supuesto que quizá haya sido parda para servir de camuflaje, brillante para asustar a los depredadores, e incluso de colores cambiantes, como la del camaleón. Uno de los aspectos más controvertidos de la reconstrucción es el del hombre primitivo. Esto ha generado opiniones divergentes, sobre todo porque los restos fósiles son escasos y los científicos les dan diferentes interpretaciones. Hallar un esqueleto completo, o al menos una parte, constituye una rareza. Los paleontólogos a menudo proponen teorías revolucionarias basándose solo en media mandíbula, con las consecuentes e inevitables discusiones que se han generado acerca del curso preciso de la evolución humana.

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