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Caminos romanos

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La red de caminos imperiales llegó a abarcar 80.000 km.

¿Cómo construyeron los ingenieros romanos los primeros caminos rectos?

Durante el siglo II d.C, su momento de mayor gloria, el ejército imperial romano era una fuerza formidable. Había conquistado gran parte del mundo conocido, desde Escocia hasta las orillas del Éufrates, en Mesopotamia (actual Irak). El ejército construía puentes, túneles, fortalezas, canales, mercados y baños, pero su mayor logro fue la red de caminos imperiales, que llegó a abarcar 88.000 km.

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Una superficie regular para caminar fácilmente

La primera calzada romana se construyó en el año 312 a.C y unía Roma con Capua, en el sur; posteriormente se amplió hasta Brindisi, al este. La calzada, conocida como Vía Apia, marcó un hito en la construcción de caminos, con su superficie seca y relativamente lisa, firme y bien drenada. Esta vía compartía con las demás calzadas romanas la característica de ser casi recta, a fin de proporcionar a las tropas que se desplazaban a pie o a caballo una ruta lo más directa posible.

El curso de la calzada fue trazado con solo dos instrumentos: un reloj solar portátil, para determinar la dirección, y una groma o listón de madera dispuesto horizontalmente con cuatro plomadas verticales, que se usaba para calibrar los ángulos rectos y marcar el trazado. Una vez hecho esto se procedía a construir el camino con suma meticulosidad, superponiendo varias capas de piedra para permitir el drenaje del agua y añadiendo un núcleo poroso que se solidificaría con el paso del tiempo.

Las principales vías comenzaban con una base de tierra compacta de 1 m de profundidad y tenían una anchura recomendada de 5,5 m. Se cubría la tierra con una capa fina de piedras pequeñas, y se añadía otra capa más gruesa de grava, fragmentos de teja y hormigón. A continuación se colocaba una tercera capa de escoria, limo, yeso o tejas, y, por último, se instalaban las losas del pavimento. Un canal central dividía en ocasiones la calzada.

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