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Sea más creativo: el humor es la clave

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El humor activa nuestro cerebro e intensifica nuestro bienestar más que ninguna otra cosa.

De día, Ori Amir es un respetable profesor universitario de 30 y tantos. Da clases en las carreras de Psicología y Neurociencias, investiga sobre la forma en la que funciona el cerebro y tiene horas de dedicación para trabajo administrativo en el campus del Pomona College, en la Universidad del Sur de California. Estados Unidos.

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Pero sus estudiantes no se dejan engañar. Ya vieron los videos de YouTube, los que documentan su segunda vida, no tan secreta. En uno de ellos, Amir tiene un micrófono en la mano y está de pie en el centro de un escenario en el Alex Theater, ubicado en Glendale, California, con una camiseta de rugby a rayas, jeans gastados, botas de construcción maltrechas y un ridículo abrigo blanco de piel muy lanudo. Es la segunda noche del Festival Glendale Laughs Comedy, y Amir sonríe al público detrás de su frondosa barba, que lo hace parecer un trastornado Fozzie, el oso pelirrojo de 1,90 de altura. 

“Como se darán cuenta por mi acento, soy neurocientífico”, dice Amir, que se crió en Israel. “En la universidad donde trabajo, los profesores deben ponerse ropa informal. Esto es lo máximo que puedo hacer. Mi guardarropas va de muy informal a inadecuado”. Hoy, se puso todo eso junto.

A Amir, le gusta decirle al público –y, en algunos casos, a sus estudiantes– que su sueño es llegar a ser “comediante profesional y neurocirujano aficionado” (“¡Así puedo cortar cerebros por diversión!”). De hecho, ya ha logrado combinar estas pasiones que, en apariencia, no tienen nada que ver entre sí. Amir es uno de los investigadores más prominentes en el estudio del modo en el que el cerebro crea y entiende el humor. A menos que uno sea un neurocientífico que hace stand-up por la noche, esa especialidad podría parecer trivial en comparación con otros campos de conocimiento. Pero la pregunta de por qué nos causan gracia ciertas cosas ha fascinado a los filósofos durante siglos. 

Este es un momento muy emocionante para Amir y los demás investigadores que se ocupan del humor. Solo en los últimos años, gracias a las tecnologías de imágenes por escaneo, como la resonancia magnética funcional (fMRI), hemos podido observar cómo funciona el cerebro al procesar información: qué partes hacen cada cosa y qué beneficios pueden surgir a partir de la ejercitación de diferentes áreas. Resulta que hacer chistes, una acción desestimada por algunos por considerarla una distracción frívola de las cuestiones serias, puede hacer que nos volvamos más inteligentes y saludables. Incluso hay algunas pruebas de que el sentido del humor ayuda a que sobreviva la especie humana.

Para entender por qué el humor es una suerte de superalimento para el cerebro, es útil saber qué es lo que el cerebro necesita. Uno podría pensar que prefiere que nos sentemos solos en una habitación y miremos una pared blanca, ya que no consumimos mucha energía haciendo eso. Pero el cerebro es como un músculo y tiene que ejercitarse. ¿Cómo? Con información. Cuando los investigadores les pidieron a algunas personas que miraran unas imágenes mientras les realizaban un escaneo cerebral, eran las imágenes más complejas —una obra de arte, una vista panorámica, un grupo de animales—las que más estimulaban las neuronas.

Es la activación de esas neuronas —las células nerviosas, que, entre otras cosas, envían y reciben información sensorial— la que “enciende” las imágenes por resonancia magnética de colores brillantes, incluso psicodélicos. De hecho, se produce un efecto similar al que provocan las drogas. El cerebro se llena de receptores opioides, sí, opioides, como la droga. Al estar formados por proteínas especializadas, estos receptores sobresalen de las neuronas como diminutas antenas de radio diseñadas para captar las señales que pasan. Cuando la molécula adecuada se topa con un receptor –tal vez, uno de los opioides que el cuerpo tiene naturalmente, como una endorfina o una droga sintética diseñada para que parezca una endorfina, como la heroína o la morfina– puede desencadenar una cascada de actividad cerebral que baña las neuronas con neurotransmisores y otros químicos que producen bienestar. Cuantas más neuronas se activan, más placer sentimos. En definitiva, aprender y resolver problemas nos hace sentir placer.

Amir y su mentor, Irving Biederman, profesor de neurociencias y psicología de la Universidad del Sur de California, sospechaban que el humor podía alimentar el cerebro de la misma manera que la información compleja. Las personas que estudian el humor, por lo general, están de acuerdo en que la mayoría de los chistes se basa en una incongruencia: una combinación inapropiada, absurda, sorprendente o inusual de dos ideas o elementos fundamentalmente diferentes (por ejemplo, un neurocientífico de 1,90 con un abrigo peludo y botas de construcción maltrechas). Cuando vemos u oímos por primera vez esa mezcla, quedamos confundidos. Ese es el comienzo. El remate es la resolución de dicha confusión (¡Ah! Esto es lo que él llama informal. Ja, ja). 

Por lo tanto, en ese sentido, apreciar el humor no es algo muy diferente de resolver un enigma y provoca una sensación de satisfacción equiparable. En lugar de tener un momento en el que dice “ajá”, uno tiene un momento en el que dice “ja, ja”. En efecto, Biederman y Amir teorizaron que, como el humor implica que el cerebro procese muchos tipos variados de información (¿no hace mucho calor en el sur de California para abrigarse tanto?, ¿cuál sería una vestimenta adecuada para trabajar?, ¿está bien usar pieles?), las revelaciones graciosas hacen que se activen partes del cerebro más diferentes y dispares que las revelaciones que no son graciosas. Eso estimula a las neuronas más todavía, lo que llevaría a la liberación de mayor cantidad de neurotransmisores y a la activación de los centros cerebrales de recompensa.

Para someter a prueba su hipótesis, Amir y Biederman convocaron a 15 estudiantes para que miraran 200 dibujos de líneas simples durante un escaneo por resonancia magnética. Cada dibujo tenía dos epígrafes: una descripción “obvia” y una “interpretativa”. Para un dibujo con tres letras T seguidas, el epígrafe obvio rezaba “uniones gruesas en forma de T”. Un epígrafe interpretativo podía decir “válvulas de trompeta”, porque las tres T se parecen a los botones para los dedos que tiene la trompeta.

Algunos de los epígrafes interpretativos estaban diseñados para causar gracia. En un dibujo de dos óvalos horizontales colocados dentro de uno vertical, el epígrafe obvio rezaba “dos elipses horizontales más pequeñas dentro de una elipse vertical más grande”. La descripción interpretativa/graciosa: “Primer plano de un cerdo leyendo títulos de libros en una biblioteca” (piénselo o mire el dibujo de más abajo). En otro dibujo, “una plétora de puntos reunidos en forma concéntrica en torno a un solo punto” podría ser tan solo eso, o bien “gérmenes evitando antibióticos a un amigo que se contagió”. Las personas debían evaluar cada epígrafe como “nada gracioso”, “moderadamente gracioso” o “gracioso”.

Tal como se esperaba, los epígrafes interpretativos encendieron más zonas del cerebro que sus contrapartes obvias, lo que está en línea con la teoría cognitiva que afirma que la comprensión en sí misma provoca placer. Pero los escaneos revelaron que la comprensión humorística era la que más regiones activaba. Cuanto más gracioso consideraban un epígrafe los sujetos, más neuronas se encendían. Es esta oleada extra de activación cerebral en el momento en el que “entendemos” un chiste la que transforma el “ajá” en “ja, ja”, concluyeron Amir y Biederman. Es más: los receptores opioides que estaban estudiando se encuentran en las áreas del lóbulo temporal de mayor nivel de procesamiento, una franja de territorio neuronal que va, aproximadamente, desde detrás de las orejas hasta los ojos, donde almacenamos los recuerdos y las asociaciones que usamos para comprender el mundo. También tienen conexiones con las neuronas de los ganglios de la base, el centro de recompensa del cerebro.

“Creíamos que estos sistemas de percepción eran estructuras relativamente triviales que nada más estaban para que obtuviéramos información en forma pasiva”, explica Biederman. “Pero resulta que obtener nueva información, en realidad, produce placer”. A partir de ahí, los investigadores llevaron su análisis un paso más allá. En un estudio de seguimiento, Amir reunió personas para que escribieran epígrafes para una serie de caricaturas mientras les escaneaban el cerebro. Cuando se les ocurría un chiste, se activaban las mismas regiones del cerebro que se encienden cuando las personas aprecian el humor. Y, tal como en el primer estudio, cuanto más graciosos eran los chistes (evaluados por observadores independientes), más neuronas se encendían en el cerebro de quienes los inventaban.

Sin embargo, el encendido de las células cerebrales ocurría en una secuencia diferente, en la que se acentuaba el proceso y lo hacía más poderoso. Cuando “entendemos” un chiste, las neuronas se activan en una rápida ráfaga. Cuando construimos un chiste, la actividad en las mismas regiones cerebrales aumenta poco a poco mientras nos exprimimos el cerebro para encontrar elementos disímiles que podamos unir. Si apreciar el humor es un buen ejercicio para nuestro cerebro, entonces, escribir un chiste es un ejercicio para los esteroides.

El humor ayuda a nuestra cognición de maneras menos obvias también. La risa es un alivio natural del estrés y nuestro cerebro funciona mejor cuando no está agobiado por preocupaciones. En 2014, un grupo de investigadores de California demostró que las personas mayores que veían un video gracioso mejoraban de manera significativa su capacidad de aprender y retener nueva información, probablemente porque los sentimientos de alegría reducían los niveles de cortisol, una hormona del estrés que, se ha demostrado, dificulta recordar.

Un buen chiste puede funcionar como válvula de escape para todo el cuerpo. “El humor ayuda a transformar los estresores, los desafíos o las dificultades que parecen irremontables para una persona”, relata Tom Ford, psicólogo social de la Universidad de Carolina del Oeste. “Si uno puede quitarle importancia a un estresor o desafío, entonces no parece tan importante. Parece más manejable”.

Por ejemplo, investigadores de Hong Kong demostraron que, cuando los pacientes de un geriátrico que tenían dolores crónicos disfrutaban de bromas, libros divertidos y videos, y además cantaban y bailaban en forma ridícula todas las semanas, la percepción del dolor y de la soledad bajaba de manera considerable. Otros demostraron que la risa puede asociarse con el aumento del flujo sanguíneo, el mejoramiento de la respuesta inmune, el descenso de los niveles de azúcar y un mejor sueño. No hace falta escribir un chiste para obtener dichos beneficios: tan solo experimentar el humor es suficiente.


Pero puede que haya una razón más fuerte que vincula directamente el sentido del humor con el genoma humano. El humor no solo nos hace más inteligentes y saludables, sino que nos hace más atractivos para el sexo opuesto. 

“Hay un estudio gigantesco”, remarca Biederman, “que se llevó a cabo en 38 culturas. Resulta tanto los hombres como las mujeres desean que su potencial pareja sea brillante. Pero no tenemos nuestro coeficiente tatuado en la frente. Entonces, ¿cómo nos damos cuenta si alguien es inteligente?”. En las culturas occidentales, suele ser por el sentido del humor de la persona.

Dado que crear y apreciar los chistes implica que hagamos conexiones entre muchas piezas de información diferentes, tener sentido del humor demuestra que poseemos un gran caudal de conocimiento y sabemos pensar de modos nuevos e innovadores. Consideremos, por ejemplo, la caricatura favorita de Amir y Biederman: hay un ratón de pie frente a su casa apuntando con una pistola a un gato, que está retratado con una pata levantada en señal de falsa sumisión: “Seis balas. Siete vidas. Saca tus propias conclusiones”, dice el gato.

Para captar esta broma, uno debe saber que los ratones suelen ser las víctimas de los gatos, que muchos revólveres tienen seis balas y que se dice que los gatos tienen siete vidas por su habilidad para caer siempre parados. También se debe saber restar seis a siete para entender que el gato tiene todas las de ganar en esta escena después de todo.

Un estudio de la Universidad de Nuevo México, Estados Unidos, demostró que quienes obtenían mayor puntaje en los test de inteligencia tenían puntaje más alto en la capacidad para el humor, y también tenían más sexo. Esto confirmó un gran corpus de literatura que sugiere que “el humor no es solo un indicador confiable de inteligencia, sino que puede ser uno de los rasgos más importantes de los humanos para encontrar pareja”. Ser gracioso no es solo un poderoso signo de inteligencia, también hace a las potenciales parejas sentirse bien.

“El humor tiene varios poderes únicos”, dice Amir. “Obliga a las personas a tener en cuenta diferentes perspectivas. Acerca a las personas; si ríen juntos de algo, deben estar de acuerdo en algún punto. Reduce el dolor asociado con las dificultades de la vida. Ejercita el cerebro. Y nos hace felices”.

Si un sentido del humor saludable puede hacer que usted sea más inteligente, más atractivo y más feliz, entonces, una cosa está clara: encontrar tiempo en el día para un buen chiste o dos no es broma.

¿Cómo ser más gracioso?

CUESTIONE TODO.

Deje que los absurdos de la vida cotidiana sean su musa. El humorista estadounidense Jerry Seinfeld construyó su profesión preguntándose “¿Por qué pasa esto?”. Por ejemplo, “¿por qué la humedad arruina el cuero? ¿Las vacas no pasan mucho tiempo al aire libre?”.


HAGA QUE LE CIRCULE LA SANGRE.

Las personas graciosas suelen ser más creativas, de acuerdo con brainpickings.org, y para hacer que circule el flujo creativo, siempre están en movimiento: “Dickens y Víctor Hugo caminaban mucho al construir ideas; Twain caminaba de un lado al otro al dictar; Mozart prefería la parte trasera del carruaje”. Puede que también le hubiera gustado esta broma: ¿Por qué Mozart no podía encontrar a su maestro? Porque era Haydn (por el sonido, similar al término hiding, “escondido” en inglés).


NO SE PREOCUPE, SEA FELIZ.

Pese al mito del cómico malhumorado, la gente feliz es más graciosa, de acuerdo con un grupo de investigadores de Austria. “La depresión”, escriben, “se asocia con mayores problemas en el uso del humor para afrontar los hechos estresantes”. El buen humor puede ser contagioso. Las personas alegres ríen más, lo que puede ayudar a que uno se sienta más gracioso, incluso si suele hacer chistes malos como este: ¿Qué lado del pato tiene más plumas? El exterior.


SEA BREVE.

“Mis ladrillos son chistes pequeños e ideas cortas”, explica el comediante Demetri Marton. Por ejemplo: “El peor momento para tener un ataque cardíaco es jugando al ‘Dígalo con mímica’”. 


LAS SORPRESAS FUNCIONAN.

“Lleve al público a asumir una cosa y luego sorpréndalo con algo diferente”, escribe el instructor de comedia Jeff Corley. Por ejemplo: “Nunca diga nada malo de un hombre hasta que haya caminado unos metros con sus zapatos. Entonces, estará a unos metros y con los zapatos de él; ahí podrá decirle lo que quiera”.


SEA INDULGENTE CONSIGO MISMO.

Mientras que crear humor ejercita su cerebro al máximo, apreciar un buen chiste o una historia graciosa también brinda grandes beneficios a su salud.

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