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El arte de afrontar una crisis emocional

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El estrés puede provocarnos estallidos emocionales. Le cuento cómo afrontarlos de la mejor forma posible.

Preston Woodruff mantuvo la calma durante meses durante la pandemia, trabajando en su taller y cuidando de su jardín, comiendo con su hija y caminando por el bosque detrás de su casa. Entonces un simple estornudo lo llevó al límite.

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Estaba durmiendo profundamente cuando le despertó una sensación incómoda en la nariz. Tomó la caja de pañuelos de su mesita de luz. No sobresalía ninguno por la parte superior. Hurgó en la caja una y otra vez para tratar de agarrar uno. Pero el montón estaba fuertemente enrollado.

Así que Woodruff agarró la caja, la aplastó entre las manos y la lanzó contra la pared al otro lado del dormitorio. Solo en la oscuridad, estrelló de nuevo la cabeza contra la almohada y profirió un montón de palabrotas.

“Se me fue la cabeza de pronto”, dice Woodruff, profesor de filosofía jubilado.

Bienvenido a las crisis emocionales. ¿Ha tenido alguna últimamente?

Es lo que ocurre después de haber mantenido la calma y tranquilidad durante la pandemia y la cuarentena, trabajando desde casa y haciendo de profesor de sus hijos, con los más polémicos temas sobre la comida, la ropa y las responsabilidades familiares habituales. Entonces, de pronto salta con la cosa más insignificante y se encuentra repentinamente gritando solo en el auto o llorándole a su perro por… bueno, por todo.

Perder el control de nuestras emociones no es nada nuevo, por supuesto. Pero últimamente nos ocurre con mucha más frecuencia debido a nuestros niveles sostenidos de estrés, ira y miedo. Nos hemos visto abrumados por las malas noticias, agotados por la necesidad de estar siempre alerta. No es de extrañar que nuestros fusibles cortocircuiten.

¿Cree que nunca ha sufrido una crisis?

Piénselo de nuevo. Aunque normalmente esperamos que las crisis se parezcan a la versión adulta de las pataletas de los niños, con lloros, lamentos y gemidos, los psicólogos dicen que pueden manifestarse de diferentes maneras: llanto, rabia, silencio o desconexión emocional. “A menudo no queremos identificarnos con la palabra crisis debido al estigma que supone tener una crisis nerviosa”, dice Amanda Luterman, psicoterapeuta canadiense. “Preferimos decir que tenemos un día horrible”.

Lo que la mayoría de las crisis tienen en común es una pérdida de control, con frecuencia manifestada físicamente y una sensación de impotencia. Se producen cuando ya no tenemos los recursos emocionales para sobrellevar el estrés. Y normalmente son desencadenados por algo sin importancia e inesperado, un golpe en el dedo del pie, una mancha en la camisa, o (como a mí hace poco) una tecla de la computadora rota.

Sin embargo, las crisis tienen un lado bueno. Nos permiten liberar tensión, y una vez que lo hacemos, podemos pensar con más claridad porque no gastamos toda la energía tratando de controlarnos. “Una crisis es el mecanismo natural del cuerpo para dejarnos ir, para purificarnos de emociones dolorosas”, afirma Tal Ben-Shahar, psicólogo. “Nos permite resetearnos.”

No todas las crisis son iguales. Las malas ocurren con frecuencia y pueden herir a la gente que nos rodea o incluso hacernos sentir peor. Las buenas son poco frecuentes, y lo mejor es que tienen lugar a solas, y hacen que nos sintamos mejor que antes.

Para tener una crisis productiva, los expertos dicen que debemos aceptar que está sucediendo (o a punto de suceder). Las crisis son tan naturales como la gravedad, dice Ben-Shahar. Necesitamos identificar lo que nos hace sentir mejor y explicárselo a los demás. Debemos tener cuidado al manejar los efectos negativos y explorar el significado después.

Woodruff, hoy y desde la rabieta de los pañuelitos, tiene pequeñas crisis varias veces por semana y hace hincapié en que muestra su frustración con objetos inanimados: ­lanza un trozo de madera del taller o mete a golpes los cubiertos en el lavavajillas. A veces planea sus purgas emocionales por adelantado. Cuando cambió su computadora, lo llevó hasta el lugar donde suele hacer un fuego, le dio martillazos y lo prendió fuego.

Pero Woodruff se asegura de que sus estallidos sean breves. “Es una pérdida de energía y de tiempo centrarse demasiado tiempo en la hostilidad del momento”, dice. “La dejo salir, y luego tengo una sensación inmediata de alivio”.

Mike Veny caminaba hacia su furgoneta una tarde cuando recibió un correo electrónico de un colega diciendo que cierta información que necesitaba para un proyecto no estaba disponible. Se le hizo un nudo en el estómago. Cerró los puños. Comenzó a dar patadas por la calle, despotricando sobre una retahíla de cosas: un compañero de trabajo que lo molestaba, el estado del país, la gente que lo miraba cuando iba por la calle, su padre que no lo había llamado en toda la semana.

“Fue como caer por el agujero del conejo de Alicia en el país de las maravillas, afirma Veny, que vive en Nueva York y es propietario de una empresa que imparte cursos de bienestar psicológico y diversidad a empresas. “Se convirtió en una espiral cada vez más veloz que le hacía ver las cosas 10.000 veces peores de lo que realmente eran”.

Por suerte, Veny tiene un plan para sobrellevar las crisis. Hizo una pausa en medio de la calle para recomponerse y luego se metió en la furgoneta. Se sentó durante 20 minutos y pensó las respuestas a tres preguntas: “¿Qué siento?” (Ira, pero también tristeza por perder el trabajo, y miedo al pensar si pillara el Covid al ir al gimnasio). “¿Dónde lo siento?” (En el pecho y el estómago.) “¿Qué necesito ahora?” (Tiempo para sentir las emociones en lugar de suprimirlas).

Después fue al gimnasio. La música estaba alta, y dijo unas cuantas palabrotas mientras entrenaba. Cuando llegó a casa, hizo yoga, que dice le ayuda a soltar sus emociones.

Esa noche en la cama, Veny se dio cuenta de que estaba sonriendo. “Me sentí libre de lo que fuera que había estado rumiando en mi interior”, dice. “Me sentí como si tuviera el control de nuevo, como si me hubiera hecho con el poder de nuevo”.

Cómo superar una crisis emocional de manera eficaz:

  • Acéptelas
    No se juzgue a sí mismo. Una crisis le permite liberar la tensión y la energía que gastó en suprimir emociones.
  • Aprenda a saber lo que necesita
    Algunas personas prefieren quedarse solas cuando pierden el control. Otros prefieren un abrazo o unas palabras de ánimo. Sea claro con sus seres queridos sobre sus necesidades, dice Luterman.
  • Module una buena crisis
    No golpee al perro ni a la pared, ni pierda completamente los estribos delante de los chicos, ya que puede asustarlos. Pero mostrar, especialmente a los niños, que puede expresar emociones dolorosas de una manera que no afecta negativamente a otros puede ser una lección importante. “Tener una crisis ocasional y superarla ayuda a ver que puede estar bien a través de estas expresiones”, dice Carrie Krawiec, terapeuta matrimonial y familiar.
  • Pruebe una “rebelión alternativa”
    Cuando perdemos el control, a menudo queremos rebelarnos: dejar nuestro trabajo o gritar a nuestro suegro. Piense en rebelarse de forma saludable reafirmando el control en su vida, recomienda Jenny Taitz, psicóloga y profesora clínica adjunta en la Universidad de California. Apague el celular un tiempo y avise que no estará disponible y luego vaya a hacer algo que le guste.
  • Cálmese y avance
    Haga ejercicio intenso o trate de respirar controladamente para calmar su sistema nervioso: cuente seis inspiraciones y ocho expiraciones. Luego reflexione sobre lo que le pasa. Discúlpese si ha molestado a alguien y perdónese a sí mismo: tener una crisis lo hace más humano. 

Reeditado con permiso del Wall Street Journal (6 de octubre de 2020), Copyright © 2020 por Dow Jones & Company, Inc. derechos reservados.

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