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Azúcar: el peligro latente

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Aunque el azúcar constituye un riesgo serio para la salud pública, la industria alimentaria sigue añadiéndolo a todo.

Existe una industria que comercializa un producto perjudicial para la salud de las personas. Una generación atrás, esa industria era la del tabaco y su producto eran los cigarrillos. En la actualidad se trata de la industria de alimentos y bebidas, y su producto es el azúcar: el azúcar que se añade a esos alimentos y bebidas. 

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El doctor Aseem Malhotra, cardiólogo, de 37 años, es un líder de la cruzada antiazúcar en Europa. Acusa a la industria alimentaria de haber tomado prestado el “manual de estrategias corporativas” de la industria tabacalera para esquivar las normativas. “La única diferencia —señala­—, es que mientras que el consumo de tabaco era evitable, hoy día la ingestión de azúcar es casi imposible de evitar”.

El azúcar añadida —y no los azúcares naturales contenidos en las frutas y en las verduras— se encuentra en todas partes. Una de las principales fuentes son las bebidas, entre ellas las gaseosas, las energéticas (deportivas) y las frutales. Pero un recorrido por cualquier supermercado muestra que también se puede encontrar azúcar añadida en panes, yogures, cremas, sopas, vinos y salchichas; es decir, en casi todo alimento procesado. Una sola cucharada de kétchup puede contener una cucharadita de azúcar. 

La verdad sobre el azúcar añadida

Este “azúcar invisible” se esconde bajo diferentes nombres. De hecho, en la mayoría de los países, un consumidor se puede topar con al menos 83 nombres distintos para referirse al azúcar añadida. “Se trata de una estrategia de marketing astuta”, dice Helen Bond, nutricionista de la Asociación Dietética Británica. “Usan términos como ‘fructosa’ para hacer creer a las personas que no están consumiendo azúcar añadida, pero al mismo tiempo pueden llegar a endulzar los alimentos con azúcar blanca”. 

“El azúcar que se agrega es completamente innecesaria”, afirma el doctor Malhotra. “Contra lo que la industria alimentaria quiere hacernos creer, el organismo no necesita ningún tipo de energía derivada del azúcar añadida”. 

Robert Lustig, endocrinólogo pediátrico de la Universidad de California en San Francisco y líder mundial en la cruzada antiazúcar, señala que el consumo de este producto en el mundo se ha triplicado en los últimos 50 años. Pero, teniendo en cuenta que la población se ha duplicado en medio siglo, el aumento per cápita de consumo de azúcar ha sido de un 50 %. “Nuestros alimentos hoy contienen tanta azúcar añadida, que nuestro sistema metabólico no puede procesarla —observa Lustig—. Nuestro cuerpo hace diferentes cosas con los distintos tipos de calorías. La fructosa (azúcar añadida), en las cantidades que se consumen hoy, se almacena principalmente en forma de grasa, por lo común en el abdomen”. 

Y el peligro para la salud no es solo la obesidad: hay pruebas que vinculan el azúcar con enfermedades hepáticas, diabetes tipo 2, afecciones cardíacas y caries. No obstante, la industria de alimentos y bebidas sigue promoviendo el consumo de azúcar con amplias campañas publicitarias de sus productos azucarados. También destina grandes sumas de dinero para oponerse al uso de etiquetas con información nutricional más clara en sus productos, así como para luchar contra el aumento de impuestos a los alimentos y a las bebidas azucaradas. 

Citemos el caso del Reino Unido: tan solo en 2014, la industria británica de alimentos y bebidas gastó 256 millones de libras esterlinas en la promoción de alimentos poco saludables, es decir, los ricos en azúcar, grasa o ambas cosas. Según un informe reciente de la Unión de Científicos Comprometidos de los Estados Unidos, en este país se gastaron cerca de 7.000 millones de dólares en publicidad de productos con azúcar añadida en 2014. De esa cantidad, se destinaron alrededor de 1.700 millones a la promoción de esos productos específicos entre el público infantil. 

En 2015, la Organización Mundial de la Salud (OMS) reafirmó una recomendación previa de que la ingesta ideal de azúcar —sin contar la que está presente en forma natural en frutas y verduras— no debe exceder el 10 % de la ingesta calórica total. La OMS presentó pruebas firmes que correlacionan el consumo de azúcar con la obesidad, y como la diabetes tipo 2 está claramente vinculada con la obesidad, entonces lo está también con esa enfermedad. 

En una dieta ordinaria, el 10 % de la ingesta calórica total equivaldría a unas 12 cucharaditas de azúcar al día. Una sola lata de gaseosa de 330 mililitros generalmente contiene cerca de 10 cucharaditas de azúcar añadida. “Tenemos pruebas firmes de que mantener el límite del 10 % en la ingesta de azúcares libres reduce el riesgo de sobrepeso, obesidad y caries”, declaró en un comunicado de prensa Francesco Branca, director del Departamento de Nutrición para la Salud y el Desarrollo de la OMS. 

Un grupo de presión de la industria, el Consejo Internacional de Asociaciones de Bebidas, rechazó la recomendación de la OMS en estos términos: “Respecto a la obesidad, no existen bases científicas para tratar a los azúcares libres de un modo diferente que los azúcares intrínsecos [no añadidos]”. El doctor Malhotra responde: “Eso no es cierto. Se debe tener en cuenta la calidad de las calorías. Los azúcares intrínsecos están presentes en alimentos que tienen otros beneficios nutricionales”.

La publicidad como aliada estratégica

La publicidad de alimentos azucarados continúa. El sobrepeso y la obesidad en niños, así como la cantidad de alimentos y bebidas azucarados que consume el público infantil, preocupan en particular a los expertos en salud. En su opinión, se debiera disminuir o eliminar la publicidad televisiva de alimentos y bebidas azucarados dirigida a los niños. 

La provincia canadiense de Québec, pionera en este terreno, desde 1978 ha restringido la publicidad televisiva de comida chatarra dirigida al público infantil. Hoy día las tasas de obesidad en Québec son bastante menores a las del resto de Canadá. Otros países que también han restringido los comerciales de bebidas y cereales azucarados y otros tipos de comida chatarra durante las horas en que los niños ven televisión son Noruega, Suecia, Dinamarca, México y el Reino Unido. 

Sin embargo, los fabricantes de alimentos han hallado otras vías para publicitar comida chatarra dirigida a los niños: Internet, exhibición de productos en programas televisivos populares y en videojuegos. 

En la Unión Europea, una iniciativa alentadora para limitar la publicidad dirigida a los niños es el EU Pledge (“compromiso”). Esta idea surgió en 2009 como una forma de que la industria ayudara a alcanzar el objetivo de reducción de la obesidad que la región se había trazado. Las principales empresas de alimentos y bebidas acordaron voluntariamente limitar la publicidad de comida chatarra azucarada dirigida a niños menores de 12 años. No muestran comerciales televisivos ni anuncios en Internet a este grupo de edad, ni venden sus productos en escuelas primarias, lo que antes era una práctica común. El EU Pledge cuenta ya con 22 empresas afiliadas, que representan más del 80 % del mercado publicitario de alimentos y bebidas en la Unión Europea. 

En opinión de Marlene Schwartz, directora del Centro Rudd de Política Alimentaria y Obesidad, una organización sin fines de lucro con sede en los Estados Unidos, lo que el EU Pledge está haciendo no es suficiente. “Nos gustaría ver que extendiera también sus restricciones a la publicidad dirigida a niños de 13 y 14 años”, dice. 

Otra práctica publicitaria a la que el doctor Malhotra se opone firmemente es la asociación de productos con deportistas, una táctica empleada por la industria tabacalera hace más de 50 años, cuando se contrataban celebridades y deportistas para anuncios de cigarrillos. El experto cuestiona que se permita que los Juegos Olímpicos sean patrocinados por Coca-Cola. La asociación de esta empresa con los Juegos comenzó en 1928, y hace poco se extendió hasta 2020. “Coca-Cola asocia sus productos con el deporte, dando a entender que está bien consumir sus bebidas mientras uno haga ejercicio”, escribió Malhotra en el British Journal of Sports Medicine. “Es mentira que la obesidad solo es producto de la inactividad física. No hay que soslayar los efectos de una dieta deficiente”. 

Mayores impuestos y más información

Los defensores de la salud pública sostienen que para combatir el consumo excesivo de azúcar se requieren dos medidas que ya han funcionado para reducir el tabaquismo: más información a los consumidores y aplicación de impuestos. En enero de 2014 se introdujo en México un impuesto del 10 % a las bebidas azucaradas, y las ventas locales de estas cayeron 12 % a lo largo de ese año. En Francia, un impuesto aplicado a las gaseosas en 2012 ha redundado en una reducción gradual del consumo. En marzo de este año, el ministro de Hacienda británico George Osborne anunció la aplicación de un impuesto local a las bebidas azucaradas, dirigido a los productores e importadores de gaseosas y en función de su contenido de azúcar. 

Si bien la aplicación de impuestos ha tenido cierto éxito, la industria de alimentos y bebidas sigue oponiéndose a la educación del consumidor, tal como las compañías tabacaleras lucharon contra los intentos de los gobiernos por poner mensajes de advertencia sobre los riesgos de fumar en los paquetes de cigarrillos.

Etiquetas de advertencia

Una de las medidas propuestas para informar a los consumidores sobre la cantidad de azúcar añadida a los alimentos era usar etiquetas de “semáforo” —círculos rojos, amarillos y verdes— para indicar cuán saludable son alimentos y bebidas. Esta medida, que hoy es un exitoso programa voluntario en el Reino Unido, fue descartada por el Parlamento Europeo en julio de 2010 por mayoría de votos. 

Los defensores del etiquetado no ocultaron su frustración. Peter Hollins, el entonces director ejecutivo de la Fundación Cardiológica Británica, declaró: “El Parlamento europeo debería sentirse avergonzado de poner los intereses de la industria alimentaria por encima de la salud de las personas a las que representan”. 

Mella Frewen, directora general de FoodDrinkEurope (grupo defensor del sector de alimentos y bebidas), señaló que los requerimientos vigentes de etiquetado proporcionan información suficiente. “Los fabricantes europeos de alimentos y bebidas ya ofrecen información clara en las etiquetas, con una lista de calorías y nutrientes clave, incluidos los azúcares, lo que permite a los consumidores tomar decisiones informadas”, dijo. La Organización Europea de Consumidores, que representa a unos 41 grupos de consumidores en 31 países, disiente de ella. “Los consumidores no tienen idea de la cantidad de azúcar que ingieren”, afirma Ilaria Passarani, directora del Departamento de Alimentación y Salud de esa organización, con sede en Bruselas. 

Mientras en la Unión Europea continúa el debate sobre la inclusión de información más clara en las etiquetas, la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos hace unos meses anunció su nuevo esquema para las etiquetas de información nutricional. El 20 de mayo agregó un renglón a sus lineamientos de elaboración de etiquetas: que se debe indicar debajo del renglón del contenido total de azúcar cuánta de ella es “azúcar añadida”. Esta medida tiene como fin permitir a los consumidores distinguir entre los azúcares naturales que están presentes en los alimentos y aquellos que se agregaron durante la elaboración. 

Pruebas científicas contra el azúcar

Las pruebas contra el azúcar y sus efectos dañinos para la salud siguen acumulándose estudio tras estudio. Kimber Stanhope, bióloga nutricional de la Universidad de California en Davis, completó en 2015 una investigación de cinco años sobre el vínculo entre el jarabe de maíz de alta fructosa, un edulcorante de uso común, y el riesgo de infartos y ataques de apoplejía. “Las personas deben darse cuenta de que no hay riesgos asociados a la reducción de la ingesta de azúcar —dice la experta—, pero sí corremos riesgos si seguimos consumiéndola en grandes cantidades mientras esperamos a que surjan pruebas concluyentes. Los padres no deberían permitirse ni permitir a sus hijos el consumo diario de azúcar, sino considerarlo un alimento para las ocasiones especiales”. 

Estudios recientes indican también que el azúcar, al igual que el tabaco, puede ser adictivo. Eric Stice, neurocientífico del Instituto de Investigación de Oregon, ha examinado imágenes de resonancia magnética de cerebros de adolescentes que muestran que “el azúcar activa el cerebro de modo similar al efecto de drogas como la cocaína”. Agrega que las personas desarrollan tolerancia al azúcar de manera análoga a la habituación de fumadores y drogadictos. “Eso significa que cuanta más azúcar consumimos, menos gratificados nos sentimos. Como resultado, tendemos a aumentar el consumo”. Otros estudios indican que el azúcar es adictiva porque activa el circuito generador de placer del cerebro. 

¿Cómo reducir la ingestión de azúcar añadida?

“Existe una manera sencilla de resolver este problema en el hogar: consumir comida verdadera”, dice el doctor Lustig. “Me refiero a los alimentos no procesados, a los que uno puede preparar en casa. Una porción de pescado fresco es comida real; una croqueta de pescado precocido no lo es. Debemos alimentarnos y alimentar a los niños de forma más natural”. 

Y podemos impulsar cambios en la industria de alimentos y bebidas. “El trabajo constante por parte de los ciudadanos fue lo que permitió eliminar el cigarrillo de los restaurantes, aviones, en el trabajo y en las escuelas. Tenemos que hacer lo mismo con el alud de azúcar presente en los alimentos que consumimos”, añade Lustig. “Si no dejamos de envenenar a nuestro organismo con azúcar, tanto los adultos como los niños, solo engordaremos y nos enfermaremos. Y los costos serán astronómicos”.

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