Lo que dicen no tiene precio, lo que hacen siempre resulta inesperado y sus preguntas desconciertan a los adultos. Divertite con estos cuentos llenos de picardía.
1
Les estaba contando a mis tres hijos la historia de la Navidad y de cómo los Reyes Magos le llevaron al Niño Jesús oro, incienso y mirra. Tras una reflexión profunda, mi hijo de seis años comentó:
—Mamá, un verdadero mago hubiera llevado pañales.
2
Mi esposo, un fanático de los deportes, estaba viendo un partido de fútbol con nuestros nietos. Acababa de cumplir 75 años y se sentía un poco deprimido.
—¿Sabés? —le comentó a nuestro nieto Nick—. No es fácil envejecer. Supongo que ya estoy en el último cuarto.
—No te preocupes, abuelo —le respondió Nick cariñosamente—. En una de esas vas a tiempo suplementario.
3
Llevan a algunos niños de preescolar al zoológico. Atenta, la maestra los va guiando:
—Miren, éste es un avestruz; aquellos son guacamayos; la de aquí se llama cigüeña.
De pronto, un chiquilín se sale de la fila y dirigiéndose a la cigüeña le pregunta:
—¿Te acordás de mí?
4
Cuando nos mudamos al otro extremo del país, mi esposa y yo decidimos que cada cual conduciría su auto. Nathan, nuestro hijo de ocho años, preguntó preocupado:
—¿Cómo vamos a hacer para no perdernos?
—Vamos a conducir despacio para que un auto pueda seguir al otro —le aseguré.
—Sí, pero ¿y si nos perdemos?
—Entonces me temo que no volveremos a vernos —bromeé.
—De acuerdo —respondió—. Entonces yo me voy con mamá.
5
Una vez, en plenas reparaciones en la casa, uno de los trabajadores se detuvo para observar una fotografía en la que salí muy bien, maquillada y con un vestido de noche. Escuché cómo dejaba escapar un pequeño silbido y que le preguntaba a Joshua, mi hijo, quién era la mujer de la fotografía.
—Es mi mamá —respondió el niño.
—¡Guau! —dijo el hombre—. Mi mamá no se ve así para nada.
—Tampoco la mía — sentenció Joshua.
6
Cuando fuimos de paseo a Manhattan, nuestra familia estaba sorprendida con la vista y la incesante muchedumbre.
—Ésta es la ciudad que nunca duerme —le dije a nuestra hija de 11 años.
—Tal vez sea porque hay una cafetería en cada esquina —reflexionó.