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Un mundo sonoro

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Esta heroína creó una asociación que ayuda a las personas sordas de bajos recursos.

Marcela Barros llevaba una vida plena: gozaba de sus hijos, de su marido, tenía amigos a los que frecuentaba, una buena profesión, salud, casa y comida, comodidades, en fin, tenía todo lo que cualquiera necesitaba para ser feliz.

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Pero aun así, sintió que aún no era suficiente. Tenía un profundo deseo de agradecimiento por esa dicha.

Apenas se puso a pensar cómo agradecer de alguna manera la vida que llevaba, no dudó un minuto. Desde los 17 años, Marcela trabaja en la rehabilitación de personas sordas. Estudió el profesorado de Sordos y Perturbados del Lenguaje, en la Universidad del Salvador, de Buenos Aires. “Me dije a mí misma: desde lo que sé, voy a empezar a ayudar. Hay una realidad y es que la pobreza aumenta la discapacidad. Para las personas sordas, la pobreza es sinónimo de incultura y de falta de progreso, ya que quien no tiene tratamiento ni cuenta con audífonos, está fuera del sistema. Me propuse cambiar esa realidad”, recuerda.

El primer paso del cambio —y de esa necesidad de agradecimiento que Marcela recalca a cada instante— lo dio en marzo de 2002 con la creación de la Asociación Desear Escuchar (desearescuchar.com.ar), cuyo principal objetivo es ayudar a personas con discapacidad auditiva y sin recursos.

“Fue increíble, pero descubrí virtudes y capacidades en mí que no las conocía, que nunca pensé que podía tener”, asegura Marcela, con una rapidez llamativa en su hablar y con la capacidad de estar en varias cosas al mismo tiempo.

Comenzó por lo más elemental: pidiendo donaciones de audífonos y pilas. Los primeros tienen un costo inaccesible para la mayoría de los que no tienen cobertura social y las pilas son un gasto que se renueva mes a mes. Del tratamiento, claro está, se ocuparía ella.

Su idea fue creciendo. Sin dejar de conseguir audífonos y pilas, Marcela empezó a dedicarse a un aspecto fundamental de esta tarea: la capacitación. Al año siguiente de crear la asociación, comenzó a dar charlas y seminarios por el interior de la Argentina.

A la fecha, la asociación ayudó a que más de 630 niños y ancianos escuchen y hayan comenzado su integración más digna a la sociedad gracias a las donaciones de más de 1.500 audífonos y que 110 chicos reciban sus pilas mensualmente.

Y no es poca cosa: el audífono más barato cuesta 3.000 pesos (unos 750 dólares) y el más sofisticado, unos 8.000 (2.000 dólares), y cada pila vale entre cuatro y siete pesos (de uno a dos dólares), y se deben renovar semanalmente; cualquiera que use dos audífonos necesitará unas ocho pilas cada mes. Un costo inaccesible para muchas personas sin recursos.

Marcela sabe que poco hubiera podido hacer sin el esfuerzo de tantas personas anónimas que apuestan a su asociación. “Me ayudó mucha gente. Trabajo con hospitales que calibran audífonos, profesionales, padres, lectores de las notas, gente que me ayuda con dinero, hasta ayuda de otros lugares del mundo”, reconoce esta mujer, de 48 años.

La tarde en que Selecciones la visitó ella estaba feliz: se había aprobado un proyecto legislativo de su autoría para llevar a una fonoaudióloga a todos los hospitales de Jujuy, en el norte de la Argentina. “¡Hasta a La Quiaca llevé a una fonoaudióloga! Quiero que haya estimulación temprana gratuita en todos los bebés recién nacidos y en los chicos de hasta tres años. Todos los hospitales de esta provincia tienen equipos para hacer estimulación temprana. No quiero que se escape ningún bebé prematuro sin estimulación”, afirma. Está claro que hizo propia esta causa. Que ésta es su causa.

En varios frentes. Marcela está en todo. En lo macro sin descuidar lo micro. Se ocupa de capacitar a las profesoras de sordos, fonoaudiólogas y maestras que pagan por el aprendizaje y llevarán el proyecto hacia otras latitudes pero sin descuidar a cada uno de los que llega a su consultorio de San Isidro, en la provincia de Buenos Aires.

Lleva adelante los tratamientos de más de 60 pacientes que vienen desde los lugares más remotos. “Nadie se atiende completamente gratis, algunos abonan un monto simbólico. Pero es una manera de educar: nosotros les conseguimos pilas y audífonos”, dice.

El consultorio está tapizado de fotos. Bebés, chicos, jóvenes, abuelos, abrazados y sonrientes. Siempre sonrientes. Es que parece que esa fuerza que Marcela pone en lo que hace consiguiera el milagro. Ella sostiene que la peor de las discapacidades es la auditiva porque es el sentido que nos conecta con el mundo.

Por eso tener acceso al lenguaje es básico para la formación de la estructura psíquica. De ahí puede que surjan tantas sonrisas: “Nadie se imagina cómo le brilla la mirada a alguien que empieza a oír. Esas sonrisas son el mejor regalo del mundo”, se emociona.

Y la desbordan las historias con final feliz. Como la de la mamá sorda que llegó al consultorio con su bebé de días y cuando Marcela le conectó el audífono, se puso a llorar. Era la primera vez que oía llorar a su hijo. O como la joven atleta de Carmen de Areco, en Buenos Aires, que ganó cinco medallas de oro, pero tenía los audífonos rotos. “Me escribió una carta diciéndome que lo más lindo fue volver a escuchar el ruido del viento cuando corre, que era su estímulo y su compañía”, cuenta Marcela, que escribe en su blog (desearescuchar.blogspot.com) experiencias de este tipo.

Enseñar desde la propia realidad. Marcela tiene un mecanismo muy especial para enseñar. “Yo no doy teoría, pido que me ‘muestren a sus chicos’ y me pongo a trabajar con lo que ellos tienen. Aprendí a trabajar con lo que tiene el otro. No les hablo de las herramientas que tenemos acá, les enseño a partir de lo que ellos tienen”, asegura.

Gran parte de la transformación está en las familias de sus pacientes. “Al trabajar con la familia, uno está en la piel de los padres y las madres. Eso me hizo ver cuánto yo tenía y cuánto otros no tenían”, señala.

A su vez, su propia familia es un pilar para Marcela. Sus hijos Victoria, de 20 años, estudiante de Derecho, Lisandro, de 17, y su esposo, Alfredo, “me admiran y me entienden”.

Sus padres merecen un párrafo aparte. “Mi padre quería que fuera tenista. A los 16 años le dije que me iba a dedicar a que los sordos hablaran y él me decía que era una carrera especial… Pasaron los años y me di cuenta de que no me equivoqué. Ahora también viajo, como él quería, pero sembrando. Siento que mi padre está orgulloso de mí. Y mi mamá es la encargada de buscar audífonos en todos lados, me ayuda con trabajo contable y es la voluntaria principal de la asociación”, dice Marcela.

A pesar de estar en tantas cosas al mismo tiempo, Marcela se enorgullece de no haber perdido su esencia. Y asegura que lograr lo que se propone le sirve para seguir cultivando simpleza y humildad, que las ejercita cada día de su vida.

“Lo que más me gusta de estos ocho años es que nunca perdí ponerme en la piel de nadie. Pensé que a medida que pasara el tiempo eso se podía perder. Pero cada historia me vuelve a conmover como la primera, y finalmente estoy agradecida por eso.”

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Para AYUDAR

Se necesitan audífonos y pilas Nº 675 y Nº 13. Llamar al (5411) 4575-4261/4219 (int. 12).
Web: desearescuchar.com.ar


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