Con la participación de los vecinos, en Clorinda lograron reducir la transmisión del virus del dengue.
A diferencia de lo que ocurre en los principales centros urbanos de la Argentina, en la ciudad de Clorinda, en Formosa, el dengue no es novedad. Sus casi 50 mil habitantes conviven desde hace mucho tiempo con el mosquito Aedes Aegypti, especie que transmite la enfermedad. De hecho, unos años atrás, las autoridades sanitarias nacionales declararon a esta localidad como uno de los tres municipios de más alto riesgo del país.
El clima subtropical y las precipitaciones abundantes, la ubicación geográfica (se encuentra a 45 kilómetros de Asunción, capital del Paraguay) y la cercanía con dos pasos fronterizos que genera tránsito constante de personas entre ambos países, hacen de Clorinda una zona de máximo riesgo para la aparición de la enfermedad.
Pero desde hace un tiempo, el dengue dejó de ser una amenaza y fueron los vecinos los principales responsables de ello, con el apoyo del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), autoridades locales y nacionales y, principalmente, la Fundación Mundo Sano (institución sin fines de lucro dedicada a la investigación de enfermedades transmisibles como el chagas, el dengue o el hantavirus).
En 1998, la especie Aedes Aegypti fue detectada por primera vez en la ciudad; dos años más tarde, se desencadenó el primer brote epidémico con 242 casos.
Motivados por esta situación y la elevada vulnerabilidad de la zona, en marzo de 2003, la Fundación Mundo Sano inició un programa de control del mosquito vector del dengue. Desde el principio, las autoridades de la organización sabían que sin la colaboración de toda la población no tendrían éxito. Por eso la primera medida consistió en reclutar a unas cuarenta personas para capacitarlas y que sean ellas mismas las que lleven el mensaje de prevención por toda la ciudad.
Susana Zárate, un ama de casa de 36 años con un hijo adolescente, fue una de las seleccionadas. Con la educación como su principal arma peleó contra el mosquito desde el inicio del programa. “El dengue nos ataca y lastima sobre todo cuando no estamos preparados. El secreto aquí es la prevención, es no descuidar los reservorios de agua limpia que pueden servir como criaderos del mosquito. Esa fue nuestra tarea desde el principio y, afortunadamente, la gente comprendió y nos acompañó”, afirma Susana.
De esta manera, la brigada de vecinos, entrenada por los profesionales de Mundo Sano, tuvo que hacer un trabajo de hormiga: ir casa por casa a identificar y recolectar larvas de mosquitos y criaderos y repartir los más de 20 mil folletos con información útil para la prevención.
Tuvieron éxito: solo en un 3,3 por ciento de las 9.239 viviendas de la ciudad no pudieron ingresar en la primera visita (ese porcentaje bajó a 1,2 en la segunda).“Llegar a los hogares tuvo sinsabores. Al principio fue muy difícil convencer al vecino de nuestro objetivo. A veces cuesta entender que lo poco que pueda hacer cada uno desde sus casas, es mucho para toda la comunidad en sí”, reflexiona con acierto Susana.
Antes de realizar cualquier tarea, Mundo Sano había encontrado que el 39 por ciento de las viviendas estaba infectada y que en 87 de cada 100 recipientes artificiales (un jarrón, por ejemplo) y naturales (un charco) revisados había larvas o pupas del Aedes Aegypti. Luego de algunos meses, el trabajo vecinal arrojó índices casi inverosímiles: el de casas infectadas bajó a tres por ciento (el recomendado por la Organización Mundial de la Salud es de cinco) y los criaderos, a ¡cuatro por ciento! Evangelina Aldama, responsable de la sede Clorinda de Mundo Sano, explica que sin el aporte de los vecinos hubiera sido imposible bajar los índices de criaderos y de viviendas infectadas. “Lo más importante fue el cambio de mentalidad que se generó en la población a partir del trabajo de los ‘agentes’ que visitan casa por casa. Hoy hay mucha más conciencia del problema del dengue que hace tres o cuatro años porque se lo reconoce como una amenaza real y nos ocupamos”, reconoce.
Al cabo de cuatro años de trabajo, los casos de dengue reportados cayeron de 10,4 por cada 10.000 habitantes en 2000, a cero en 2006, y luego subieron a 4,5 por cada 10.000 en 2007. En ese año, en Paraguay, la incidencia de dengue fue casi 30 veces mayor que en Clorinda, según un estudio de Ricardo Gürtler y Fernando Garelli del Laboratorio de Eco-Epidemiología de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y el Conicet, y Héctor Coto de la Fundación Mundo Sano. Hoy, Aldama admite que en Clorinda no existen casos de dengue autóctono y que el índice de infestación es acorde con el recomendado por la OMS.
Además de realizar una fuerte campaña de difusión en radios y medios gráficos locales, de pegar 5.000 afiches y de distribuir 20.000 folletos explicativos por toda la ciudad, las agentes —mejor conocidas como “las chicas dengue”— realizaron 16 ciclos focales, es decir, hicieron el recorrido casa por casa esa cantidad de veces, hasta diciembre de 2008. De esas largas caminatas surgieron datos como que el 60 por ciento de los criaderos de larvas y/o pupas (etapas de desarrollo del Aedes Aegypti) estaban en los tanques de agua. “Mantener el patio limpio o un tanque correctamente tapado no es difícil en sí, lo complicado es cambiar ese mal hábito”, cuenta Luz Herencia Medina, de 62 años.
Las escuelas también son lugares ideales para difundir cómo prevenir el dengue. A través de un video y de una función con títeres para los más pequeños —brindada por los voluntarios del Ecoclub Clorinda—, tratan de que los chicos se conviertan en agentes difusores dentro de la familia. “Cuando ven los videos, muchos dicen: ‘Ah, a esos bichitos los encontré en casa’”, recuerda Aldama.
Si bien estas acciones sirven para la toma de conciencia, lo cierto es que hay otra parte del programa que se apoya en el sistema de vigilancia y alerta temprana. “Se trata de unas ovitrampas (pequeñas macetas negras, con agua limpia y con una paleta —de esas que usan los médicos para revisar la garganta) que están distribuidas en las casas de toda la ciudad. Cada semana se las reemplaza y se evalúa la cantidad de larvas dejadas por el mosquito. Si superan un número determinado, entonces surge la sospecha de que puede haber infestación en el lugar”, cuenta Aldama.
La confianza en las “chicas dengue” y en Mundo Sano cobra vital importancia en ese momento. “En muchas ocasiones, si saben que vamos a ir y no van a estar en su casa, los vecinos nos dejan los portones abiertos para que hagamos nuestro trabajo y ‘limpiemos’ el sitio”. Por ese nivel de compromiso, los habitantes de Clorinda viven libres de dengue.
Por su capacidad adaptativa, el Aedes Aegypti se ha transformado en uno de los problemas de salud pública de más difícil solución en América Latina. A pesar de que las expectativas no son las mejores, Aldama confía en que “esta experiencia se pueda repetir en otras ciudades”.