Un departamento en llamas. Niños desaparecidos entre el fuego y el humo. Y un bombero novato esperando a convertirse en héroe.
Preguntale a un bombero sobre su primer incendio, y te dará un montón de detalles. Un laboratorio de química de un colegio, una pizzería, una tintorería. Era en tal calle, en el hueco de ventilación de un restaurante de comida china. En la planta alta de una casa grande y elegante. El comandante sacó una foto, la de un principiante en su primer incendio, y ahora la tiene en un marco en casa.
Eso era lo que Jordan Sullivan, un bombero novato, principiante recién salido de la Academia de Bomberos de la ciudad de Nueva York, había estado esperando durante 96 días: su primer incendio. Llevaba fácilmente unas doscientas rondas, casi siempre en la posición de asistente del camión, un puesto conocido como “hombre lata”, ya que es el encargado de llevar un extintor de gran tamaño. Había participado en incendios, pero siempre en un papel secundario, cuando las llamas ya estaban bajo control. Pero aún no había experimentado lo que los bomberos consideran su verdadero primer incendio. Cuando su camión es el “principal”, es decir, el primero en llegar y, por lo tanto, son los primeros en acceder al lugar.
A las 2:15 de la madrugada del domingo 16 de marzo de 2014, Sullivan finalmente tuvo su oportunidad. Un vecino informó que había humo en un edificio en un barrio próximo a
Brooklyn. En esta salida, Sullivan manejaba el camión que llegó primero. Sullivan tiene un habla suave, mirada alerta y sonrisa contagiosa. Tras practicar lucha libre en el instituto y un poco durante la universidad, había querido ser entrenador. Pero después del atentado a las Torres Gemelas (11 de septiembre de 2001), decidió que quería convertirse en bombero.
En 2002, rindió el examen de ingreso de 85 preguntas del Departamento de Bomberos, y obtuvo 89 puntos. Aunque era una buena nota, no le permitió situarse lo suficientemente alto entre las 17.850 personas que se presentaron. Y para la siguiente convocatoria, en 2007, tendría 29 años, demasiado mayor según los límites establecidos para acceder. Sin embargo, en julio de 2009, un juez federal estableció que en los exámenes de 1999 y 2002 había existido discriminación con los candidatos de raza negra e hispanos. Una nueva disposición legal daba la oportunidad a aquellos candidatos negros e hispanos que no habían sido seleccionados en dichos exámenes a presentarse a un nuevo examen independientemente de su edad, y les daba prioridad en la contratación.
A comienzos de 2012, una década después desde que Sullivan sintiera esa primera llamada, se encontró entre cientos de candidatos negros y latinos convocados para el nuevo examen.
Estaba entusiasmado y absolutamente agradecido por este giro del destino. Pasó el examen y la evaluación física, y fue aceptado en la categoría de contratación prioritaria, uno de los 76 del grupo más diverso en la historia del departamento. En julio de 2013, a los 36 años, Jordan Sullivan, quien pensaba que no podría lograrlo nunca, ingresó en la Academia de Bomberos.
El camión de bomberos avanzó hasta una parada fuera del área de viviendas Wyckoff Gardens, un edificio descolorido de 21 pisos; para Sullivan, el tiempo parecía acelerarse. En la puerta principal, un vecino indicaba con la cabeza hacia arriba: “Es en el quinto piso”.
Todos cumplen una función en la coreografía de un grupo de bomberos en acción. Tres de los miembros del equipo acceden al lugar y buscan el origen del fuego y las víctimas. Este grupo estaba liderado por el teniente John LaBarbera e incluía al bombero John Crowley, el “hombre de hierro”, quien llevaba las herramientas para abrir puertas, y Sullivan, el hombre lata. Sullivan llevaba un extintor con 10 litros de agua colgado del hombro, un gancho de unos dos metros de largo y un palo de madera con un extremo de metal y clavos para explorar y romper paredes. Sujeto a su casco había una herramienta y siete clavos para abrir puertas.
Sullivan mide 1,80 metros y pesa 70 kilos. Con todo el equipo a cuestas, pesaba unos 45 kilos más. En la parte frontal de su casco podía verse la “insignia calabaza”, un emblema naranja con una leyenda grabada que indicaba su condición de novato.
Los tres hombres subieron por la escalera llena de manchas, Sullivan en último lugar. En una torre de viviendas, una escalera se usa como escalera de ataque por donde avanza la manguera y el equipo interno, mientras que la otra se utiliza para evacuación. Las recomendaciones indican: usar siempre las escaleras en caso de incendio hasta el séptimo piso. Y solo usar el ascensor hasta dos pisos por debajo de donde se encuentra el incendio, para evitar quedar atrapado por encima de donde está el fuego.
Había humo en la escalera. A medida que avanzaban, el humo se hacía cada vez más denso. En el quinto piso, un hombre que apretaba su camisa contra su rostro y señalaba un punto, dijo: “Es allí”. Y una mujer envuelta en pánico, Gloria Meadows, de 64 años, gritaba desesperada: “¡Dios mío! ¡Mis hijos están ahí dentro! ¡Dios mío! ¡Mis hijos están ahí adentro!”. La mujer había escapado con dos de sus nietos, uno de un año y otro de 14, pero todavía había otros dos dentro, un niño de cinco meses y una niña de ocho años.
LaBarbera llamó por radio a Mike Kehoe, otro miembro del equipo de bomberos, para que enviara un código 10-75, que representa incendio activo. El hombre de la escalera los guió hasta la puerta y los tres bomberos se arrodillaron. Generalmente se lucha contra un incendio y se realizan búsquedas dentro de los edificios de rodillas. En algunos casos, se hace tirados sobre el suelo. Cuanto más bajo, el calor es menos intenso y la visibilidad es mejor.
Olas de humo salían por debajo de la puerta. LaBarbera intentó abrir con el picaporte. Estaba sin llave. El humo negro cubría el piso. Crowley le indicó a Sullivan que revisara detrás de la puerta de entrada. Había cosas allí, tal vez ropa, pero no eran niños. LaBarbera, seguido por Sullivan, se dirigió a la izquierda; Crowley a la derecha. LaBarbera llevaba en la mano una cámara de imágenes térmicas que ayudaba a localizar el fuego, y todos los bomberos tenían luces, pero no servían de mucho en medio de un humo tan espeso.
Sullivan avanzaba en cuatro patas detrás de LaBarbera sobre el desgastado suelo, lo suficientemente cerca como para tocar sus tobillos pero no para poder verlo. Su mano izquierda seguía la pared. Con la mano derecha movía el bastón de madera como si fuera una batuta, buscando no perder de vista la pared. La sensación de estar avanzando a tientas a través de un piso en llamas es para los bomberos nuevos muy similar a estar sumergidos en un inmenso laberinto. Luego, cuando el humo se disipa, advierten que no era nada parecido a eso. Le parecía que el piso era gigante. Medía menos de 56 metros cuadrados.
La adrenalina se hacía sentir en su cuerpo. El tanque de oxígeno que llevaba tenía una carga estimada para 45 minutos de aire comprimido, pero eso para una persona que, por ejemplo, está trabajando en el jardín de su casa. En la evaluación del dispositivo, el Departamento de Bomberos determinó que mientras combate un incendio, un bombero tiene en promedio 17 minutos y medio de aire. Un novato ansioso probablemente tenga bastante menos, tal vez diez minutos. Durante la formación, se enseña a regular la respiración: no “chupen el aire”, no “soplen por el tubo”. ¿Cómo hace un novato en su primer incendio para mantener la calma? Sullivan había aprendido algunos trucos como apretar los dientes. Era difícil. Estaba succionando aire.
Había fuego en la habitación, las llamas subían hasta rozar el techo. Crowley fue hacia la izquierda, usando su pie izquierdo para mantenerse en contacto con la pared. Sullivan fue a la derecha, su mano derecha tanteaba la pared mientras navegaba a través de espirales de humo. No debía perder de vista la pared.
Era una carrera contrarreloj. Llevaban varios minutos dentro de un piso envuelto en llamas, y la manguera aún no había llegado. A los bomberos se les enseña que un incendio no controlado tiende a duplicar su tamaño cada 30 segundos.
¿Dónde estaban los niños? ¿Cuánto tiempo podrían mantenerse con vida? Sullivan estiró la mano derecha y sintió algo. La delgada pata de un mueble. Tanteó más arriba. Barrotes. Sabía de qué se trataba. Era una cuna. Se paró, buscó en el interior y cuidadosamente movió lo que parecían ser mantas y juguetes. Se inclinó y vio con la luz sobre su hombro que algo brillaba. Era blanco y se notaba blando. Era un pañal.
Apenas vio el pañal sintió la suavidad del cuerpo, sabía que había encontrado al bebé. Sullivan lo levantó. Durante la formación les enseñan que deben mantenerse tranquilos.
Transmitir la información mediante frases claras y concisas. Él no estaba tranquilo. Cuando tocó al bebé, gritó: “¡Señor, tengo un bebé!”. Crowley envió por radio un código 10-45, que significaba que habían encontrado una víctima. No podía evitar reírse al pensar que aun en estas circunstancias, Sullivan seguía llamándole “Señor”.
Sujetando al débil bebé, Sullivan salió a toda velocidad del piso. En el pasillo, se encontró con Dale Ford, un bombero de la estación Ladder 110, quien le dijo: “Dame al bebé y vuelve dentro”. Lo hizo.
El resto sucedió rápidamente. Los miembros del equipo del camión desplegaron la manguera dentro del departamento y, de rodillas, comenzaron a rociar con agua a razón de unos 900 litros por minuto para ahogar las llamas. Sullivan entró en el segundo dormitorio.
Sorprendido, se dio cuenta de que el bebé había logrado calmarlo. Había pasado un minuto y medio desde que había encontrado al bebé. Escuchó a alguien gritar un código 10-45. Bryan Kelly, bombero del Escuadrón 1, había encontrado a la niña de 8 años desplomada en el suelo, inconsciente.
Dentro del primer dormitorio, el equipo escuchó un tenue quejido, tal vez un juguete. Debajo de la cama había un perrito, vivo y empapado. Durante los siguientes diez minutos, el equipo logró dominar el fuego. Llegaron nuevos bomberos para realizar una búsqueda adicional con ojos frescos. Hasta ese momento, se habían presentado 60 bomberos.
Los de la estación Ladder 105 ya se habían quitado las mascarillas. LaBarbera advirtió que Sullivan aún tenía la suya y le dijo que ya podía quitársela. Aún tenía aire. La alarma de falta de aire nunca llegó a sonar. El humo se disipó, y la oscuridad fue abriendo paso a la luz. Parecía como si una feroz tormenta hubiese pasado por el piso, todo estaba empapado y carbonizado.
Abajo, mientras la madre daba las gracias, los bomberos dieron parte al jefe de la cuadrilla Matthew Ferris, y recapitularon. Felicitó a Sullivan, quien continuaba diciendo incesantemente “Señor”. El jefe le dijo: “Tranquilo; no hay necesidad de que me llames aquí así”.
En ese momento, los niños ya estaban en el hospital recibiendo los cuidados necesarios. Se recuperaron y les dieron el alta pronto. El perro también había logrado sobrevivir. Unos cuatro días después, algunos de los bomberos visitaron a la familia en un colegio. Sullivan volvió a tomar al bebé.
Tras pasar el parte, los bomberos subieron a la plataforma, con su ropa cubierta de humo y agua. Ya en el cuartel, se quitaron los empapados equipos y se limpiaron. Sullivan estaba cansado. Sabía que aun era inexperto y que tenía mucho que aprender. Repasando lo ocurrido, sintió que podía haber estado más alerta. Pero su bautismo había pasado. Y se sentía eufórico y orgulloso por lo que había sucedido dentro de ese edificio, cómo había encontrado al niño y le había dado otra oportunidad de vivir.
Entre muchas de las reglas de los novatos, tienen prohibido utilizar sus móviles durante el horario de trabajo. Esta vez, Sullivan la desobedeció. Llamó a su padre. “¡He rescatado a un bebé!”, le dijo. Su padre, un hombre estoico, solo dijo: “Está bien. Hablaremos después”.
El resto del día estuvo tranquilo. Al terminar el turno, fue al gimnasio de la estación e hizo ejercicio, luego manejó hasta casa. Estaba demasiado inquieto para dormir. Pronto tuvo que prepararse para su siguiente turno. El departamento de relaciones públicas de la estación de bomberos había coordinado con algunos canales de televisión una entrevista fuera del cuartel. Una vez que se fueron, volvió a la cocina, territorio de los novatos, a seguir lavando los platos.