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Por enseñar a ayudar

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Tras escuchar un choque de vehículos cerca de su casa, corrieron a prestar ayuda… pero recibieron una ingrata sorpresa.

El último día de sus vacaciones de verano de 2013, los hermanos Conner y Caleb Richey se encontraban en su casa en Enterprise, Alabama, cuando oyeron el estruendo de un gigantesco choque automovilístico. 

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Caleb, de 19 años, que estaba jugando videojuegos, tenía la certeza de que el accidente había ocurrido en la Autopista 167, a unos 400 metros de la casa. Subió corriendo las escaleras y entró a la habitación de Conner. “¡Tenemos que salir!”, dijo a su hermano. 

Los muchachos fueron corriendo descalzos, atravesaron el patio delantero y bajaron por una pequeña colina arbolada. Al salir de entre los árboles, vieron tres vehículos: una camioneta pickup roja, un sedán negro y un camión de remolque también negro; todos eran parte del accidente. Un hombre que parecía en shock pero se veía ileso se sentó en el paragolpes del remolque, que había girado bruscamente y caído dentro de una zanja. 

Conner y Caleb se acercaron primero al sedán. Salía mucho humo de la parte delantera destrozada, y el conductor estaba atrapado en su asiento por el tablero abollado y el volante. Su rostro estaba cubierto de sangre y su brazo izquierdo se veía quebrado. “No se si logrará salir con vida, pero algo tengo que hacer”, recuerda haber pensado Conner. Se quitó la remera y la sujetó alrededor de la cabeza ensangrentada del hombre. Caleb regresó corriendo a su casa en busca de un botiquín de primeros auxilios. Volvió, entregó el equipo a su hermano y luego pidió prestado un teléfono celular a un espectador que miraba la escena para llamar al 911. Más tarde, cuando llegó el personal de emergencias, cortaron el techo del sedán, extrajeron al conductor atrapado y lo subieron a un helicóptero para llevarlo a un hospital cercano. “Probablemente hayas salvado su vida”, le dijeron los paramédicos a Conner. 

Mientras tanto, Caleb corrió hasta la camioneta pickup. Al espiar a través del parabrisas quedó atónito al ver a su padre, Tim, de 52 años, dentro del vehículo. “¡Es papá!”, gritó Caleb sobresaltado a Conner. “¡El conductor es papá!”. 

Conner corrió hasta donde estaba Caleb y ambos intentaron tranquilizarlo. “Quedate con nosotros, papá; los paramédicos ya están acá”, repetían los muchachos. Mientras los bomberos utilizaban herramientas hidráulicas de rescate para liberar a Tim de la pickup, Conner llamó a su madre Denine, que estaba trabajando. Ella llegó justo a tiempo para subir a la ambulancia y acompañar a Tim. Conner llevó a Caleb y a su hermana Caroline al Centro Médico Enterprise, donde los médicos trataron a Tim por las múltiples fracturas en vértebras y rodilla, severos golpes en las costillas y una contusión en el codo derecho. 

Tim contó los detalles del accidente a su familia desde la cama del hospital. Se encontraba en el carril para doblar a la izquierda y dirigirse a su casa cuando vio por el espejo retrovisor un remolque que se acercaba muy rápidamente. Segundos después, la grúa, cuyo conductor según se descubrió más tarde estaba enviando mensajes de texto, golpeó con fuerza la parte trasera de la camioneta, y la empujó contra los vehículos que venían en dirección contraria. Tim entonces chocó de frente contra un sedán de color negro. Mientras la camioneta daba vueltas en el aire: “Todo era cielo, suelo, cielo, suelo”, recuerda Tim. 

Luego del accidente tuvo que usar un soporte para la espalda durante ocho semanas y otro para la pierna por diez semanas, y completar dos meses de terapia física. “Me siento muy orgulloso por cómo respondieron mis hijos”, dice Tim. “Pero no me sorprende”. 

Los jóvenes recuerdan que su padre les enseñó a dar siempre una mano. “Desde pequeños, papá nos enseñó que siempre debemos ayudar a aquellos que lo necesiten”, afirma Caleb. “Esta vez, esa regla de oro también lo ayudó a él”.

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