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Venecia, 30 años más tarde

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Venecia

Tres décadas más tarde, regresé a Venecia. ¿Cuánto habremos cambiado las dos?

Por Pamela Paul, tomado de The New York Times

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Hace poco tiempo volví a visitar Venecia, donde me habían invitado a participar de una conferencia de arte. Era la primera vez que regresaba allí en 32 años. Venecia es uno de esos lugares que se deben visitar antes de morir, una ciudad tan extraordinaria que es preciso verla en vivo al menos una vez en la vida.

Pero a menos que seas una de esas fabulosas personas que asisten al Festival de Cine o que seas dueño de un palazzo, probablemente no sea un lugar al que regreses. Es pequeña, costosa, está repleta y se está hundiendo. Pero, por otro lado, es Venecia.

Para quienes amamos viajar, la cuestión de volver o no a visitar un lugar es un dilema frecuente. Regresas a algunos lugares para ver a ciertas personas o para visitarlos en compañía de personas nuevas. Retornas para ver lo que te has perdido antes o para volver a verlo.

Cualquiera sea el caso, repetir una visita a un lugar es tanto un acto geográfico como un viaje en el tiempo. Tú has cambiado y el lugar ha cambiado. No visitas simplemente un lugar, sino un lugar capturado en un momento del tiempo, uno que existe para ti en el pasado y para una versión pasada de ti.

Visitar el pasado

Los escritores de libros de viajes suelen enfrentarse a esta encrucijada. “De día recorro los callejones y monumentos que tanto me habían fascinado de joven”, escribió el cronista de viajes Colin Thubron acerca de su regreso a Damasco en 2017 luego de 50 años. “A veces me encuentro contemplando todo a través de sus ojos, recordando aquel hechizo al entrar a una antigua mezquita o a la tumba de un sultán”.

Para mí, la mera idea de que hubieran pasado 32 años desde mi última visita a Venecia parecía imposible. Sin duda, mi vida adulta no podía contener intervalos tan extensos. Fui por primera vez a Venecia hacia el final de un mes de viaje sola por Italia luego de un año de estudios en el exterior.

Incluso en aquella época en que las guías turísticas todavía hacían alarde de que era posible recorrer Europa por 35 dólares al día, visitar Venecia era costoso. La única opción para mí allí fue un albergue juvenil que funcionaba en un antiguo convento en una isla de los alrededores.

Llovió casi todos los días en Italia aquel mes de junio. El turismo se vio golpeado por el clima e incluso Venecia parecía estar vacía. Yo también me sentía así. No conté ni con el tiempo ni con el dinero para entrar a visitar la famosa basílica, que me vi obligada a admirar bajo un endeble paraguas desde una Plaza San Marcos pasada por agua. No recuerdo demasiado acerca de aquella visita.

Antes de partir esta vez, busqué las fotos que guardaba en una caja; las imágenes de Venecia se veían borrosas y no me resultaban familiares. Hoy, por supuesto, los viajes vuelven a visitarnos con frecuencia; las fotos, cada vez más abundantes, están justo allí al alcance de la mano en nuestros teléfonos y vienen algorítmicamente a nosotros a través de la función Recuerdos del teléfono.Vemos historias de Instagram de amigos y desconocidos sobre los mismos sitios. Se ha vuelto mucho más difícil evitar perder tus propios recuerdos por completo.

Venecia, ¿otra o la misma?

Durante 32 años, la información nueva sobre Venecia se había mezclado con la mía. Había leído el inmortal libro de 1960 de la escritora de viajes Jan Morris sobre Venecia y también el de Judith Martin, otra admiradora de aquella ciudad. Vi películas nuevas, desde Las alas de la paloma hasta la nueva versión de La estafa maestra, donde se muestra Venecia como un sitio de trágica belleza y riqueza escurridiza.

Se volvió difícil armonizar mi versión descolorida de Venecia con todos los datos que había absorbido desde entonces. Según me informaban los titulares, Venecia se estaba hundiendo; Venecia posiblemente se había salvado. La pandemia devastó y luego, tal vez, rescató la industria del turismo local.

La ciudad se había convertido en un sitio tan superpoblado que las autoridades habían comenzado a cobrar aranceles de ingreso y, al mismo tiempo, les generaba cierto conflicto que la trataran como un museo en lugar de una ciudad viva.

Todo esto provocó cierta inquietud. ¿Venecia se había convertido en un destino comercial y había quedado en ruinas? A todo viajero le han dicho en alguna oportunidad: “Deberías haber venido 30 años atrás”. Tendrías que haber visto el templo Angkor Wat cuando estaba en gran parte abandonado. Pekín cuando el cielo aún se veía azul. Islandia antes de Instagram. Pareciera como si siempre llegaras demasiado tarde. Y si regresas, no puedes evitar comparar cómo viste aquello alguna vez con lo que se extiende ante tus ojos ahora. O tal vez no.

Ya avanzada su vida, Jan Morris dijo que no podía recordar la primera vez que visitó Venecia, una ciudad a la que regresó sufi cientes veces como para completar cuatro libros, pero comentó: “Venecia continúa siendo un lugar que siempre te recibe de un modo no mecanizado ni envenenado. Pero allí, todo está en la mente”.

Entonces, ¿en qué se parecían la Venecia que guardaba en mi mente y la ciudad a la que regresé? Venecia no era en absoluto lo que yo recordaba. Resulta que la ciudad no estaba en ruinas. Sí estaba abarrotada de gente, pero sus multitudes eran tolerables, tal vez porque circulaban a lo largo de los mismos senderos ya trillados. Y la ciudad compensaba, vibraba tanto con el arte contemporáneo como con su historia bien conservada.

Mi hijo de 17 años, me acompañó en este viaje, y fue mi turno de observar mientras él se encontraba con Venecia por primera vez. Yo también sentí como si aquella hubiera sido la primera vez que nos veíamos. Si nunca regreso, habré dejado aquella ciudad sin nada de qué arrepentirme. Esta vez, la recordaré bien.

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