Inicio Historias Reales Aventura Una vida sin límites

Una vida sin límites

880
0

Un hombre junto a personas discapacitadas en una de las carreras más peligrosas del mundo.

9 am (26 de Diciembre)

Publicidad

Es un día frío, gris y lluvioso en la Bahía Rushcutters de Sydney, pero en la costanera del Crusing Yatch Club de Australia, colmada de gente, la tensión no podría ser mayor.

Dentro de cuatro horas, empezará la carrera de yates Rolex Sydney Hobart, considerada como la competencia oceánica más difícil y —seguramente— peligrosa del planeta. Competirán unas 100 embarcaciones elegantes, valuadas en miles de millones de dólares.

Cientos de marineros ansiosos van y vienen por el muelle. Las familias despiden a sus seres queridos. Se controlan una y otra vez los equipos. Los camarógrafos recorren la escena para conseguir historias previas a la carrera y a bordo del yate, acertadamente llamado “Sailors with disABILITIES” (Marineros con disCAPACIDADES), una tripulación única se prepara para zarpar.

Albert Lee, quien perdió ambas piernas en un accidente de tren pero está a punto de embarcarse en su cuarta carrera Sydney-Hobart, recorre ágilmente la proa del barco utilizando sus manos. Al Grundy, otro competidor veterano que jamás dejó que su pierna derecha afectada por la polio se interpusiera entre él y la carrera, coordina las velas.

El nuevo integrante de la tripulación, Mark Whiteman, tiene tan solo ocho semanas de experiencia en navegación. “La forma políticamente incorrecta de describirme es como ‘el tipo sin piernas y un solo brazo’”, dice este hombre con amputación doble debajo de las rodillas, deficiencia de un dedo y los huesos de la mano izquierda. Realmente está muy nervioso.

La basquetbolista paraolímpica Liesl Tesch es otra de las nuevas integrantes del equipo y admite que ella también está nerviosa y no solamente por el legendario carácter hosco del capitán del yate.

“Esta tripulación ha pasado por las peores cosas imaginables”, cuenta Liesl. “Hemos entrenado nadando debajo del barco, tuvimos visiones de estar con una linterna en la boca y un cuchillo en la mano para liberarnos. Pero este barco no sólo salió indemne en la carrera Sydney-Hobart de 1998 (en donde seis competidores murieron a raíz de las fuertes tormentas), además, ganó en su categoría”.

Aquí hace una pausa y habla de sus sentimientos sobre la tripulación. “Estas últimas seis semanas han cambiado mi vida”, afirma Liesl antes de romper en llanto, luego respira profundo y se recompone. Mientras ella se aleja, David Pescud, el dueño y capitán del barco, aparece desde bajo cubierta.

“La carrera de hoy es especial», dice, y no simplemente por su tripulación, que incluye a cuatro personas sin discapacidades y diez con discapacidades que van desde la ceguera hasta la espina bífida. Ha sido capitán de muchas carreras con una tripulación de personas con discapacidades. “Estos tipos son estrellas de rock, amigo”, dice. “Pueden competir contra cualquiera”.

Pero es la hora de la verdad para David y los Marineros con discapacidades (SWD, por sus siglas en inglés), la asociación sin fines de lucro que le da nombre a la embarcación. Hoy puede ser la última carrera Sydney- Hobart de David y, si no encuentra un patrocinador importante para SWD, será el fin de la organización.

¿Lo pone nervioso esta carrera? “No —afirma—. Mira, puedes navegar en un barco hacia Hobart o puedes competir en un barco hacia Hobart. La clave es simplemente llegar a Hobart. Y con llegar a Hobart, ya ganamos”.

Algo más en la vida

El viaje personal de David Pescud empezó en la escuela primaria, a los siete años, en 1954. “Simplemente no podía aprender a leer ni a escribir —cuenta—. Los símbolos impresos se superponían unos con otros; veía patrones que no estaban allí.

“Me castigaban la mayoría de los días porque no ‘quería’ aprender, y terminaba con un sombrero de burro, sentado en un rincón. Lo irónico es que amaba los libros. Me encantaba el olor, la textura que tenían. Pero no podía leerlos”. Al llegar a la secundaria, David “sabía” que era “burro”.

David y su familia vivían cerca del agua, en Sutherland Shire, un distrito del sur de Sydney. Adoraba la navegación.

“Estaba siempre subiéndome a barcos, lanchas y botes a remo”. Y pasaba cada momento en lo que él describe como el “paraíso”: jugando en el agua.

Pero la escuela era un infierno. A medida que la frustración de David aumentaba, su comportamiento se volvió más violento e impredecible. Todos los intentos de ayudarlo fallaron: desde su padre leyéndole, a su madre intentando inculcarle el deletreo para las pruebas escolares.

Un día, en un campamento de verano en 1961, David se metió en problemas mientras nadaba cerca de una presa crecida en el río Nepean. Su padre se zambulló para salvarlo y se ahogó. Al poco tiempo, el traumatizado adolescente dejó la escuela para siempre.

En los años que siguieron, David estuvo siempre al borde de la delincuencia y la depresión esporádica. “Era el comienzo de la década del sesenta: sexo, drogas y rock n’ roll. Era bastante violento y tuve algunos encontronazos con la ley [pero] cuando tenía 18 años, me aburrí de todo eso. Necesitaba algo más en mi vida”.

Finalmente, tras realizar otra serie de pruebas, David descubrió que su problema tenía un nombre: dislexia. De repente, todo cambió. “Si bien me llevó 30 años recuperar realmente mi confianza, ya no era estúpido. Era disléxico. Eso es una gran diferencia”.

David siguió con su vida, se casó y estableció su propio negocio. Sabía cómo ganar dinero y cómo ocultar su afección. Sólo su esposa sabía que él no podía leer ni escribir.

Ella se ocupaba de los contratos, organizaba el papeleo y se aseguraba que las cuentas estuvieran en orden. Su divorcio, cuando David tenía 36 años, fue un golpe muy fuerte. “Tuve que empezar a lidiar con eso de verdad —dice—. Fue difícil, pero lo superé. De hecho, mi vida laboral iba bien. Y durante todos los momentos, buenos y malos, seguí navegando. Antes de cumplir 40 años, ya tenía mi propio yate”.

Un nuevo rumbo

A comienzos de la década del noventa, David se dio cuenta de que había ganado suficiente dinero como para jubilarse. Su plan era pasar el resto de sus días navegando alrededor del mundo en su propio yate de 16,5 metros pero en diciembre de 1993, mientras ayudaba a un amigo a construir un barco, escuchó una entrevista de radio con alguien que quería competir en la Sydney-Hobart. Lo que le llamó la atención fue que ese hombre era parapléjico y que quería intentar competir como parte de una tripulación de personas discapacitadas. ¿Pero quién iba a ayudarlo?

¿Por qué no?, pensó David, quien terminó por ofrecer su propio yate, buscar patrocinadores y cofundar SWD. En los meses subsiguientes, él y sus nuevos colegas invitaron a los nuevos miembros a sesiones de navegación con el fin de encontrar y entrenar una tripulación para la competencia Sydney-Hobart de 1994.

“Se acercaron personas en sillas de rueda y con extremidades artificiales, algunas necesitaban andadores o bastones blancos porque eran ciegas”, recuerda David. Muchos, como Al Grundy y Albert Lee, eran novatos en la navegación. Ese 26 de diciembre, la tripulación del SWD compitió junto con los otros barcos en la Sydney-Hobart, demostrando que los discapacitados podían hacerlo de igual a igual con personas sin ninguna discapacidad.

El SWD siguió compitiendo en otras carreras más pequeñas de la costa este, además de en la famosa carrera oceánica de yates. En la trágica carrera Sydney-Hobart de 1998, David nuevamente capitaneó el yate SWD. Su equipo no sólo llegó a la meta sano y salvo, sino que ganó en su categoría.

En 2003, David lideró un intento del SWD de romper el récord de navegar sin escalas y sin ayuda alrededor de Australia: navegaron 6.500 millas náuticas en 36 días, una hora, 23 minutos y 57 segundos, y rompieron el récord que tenía hasta entonces una tripulación de personas sin discapacidad por una diferencia de más de seis días y medio.

No solo es competencia

SWD está impulsada por la misión que se declara en su sitio web que “las personas con discapacidades son capaces de participar en roles activos y responsables dentro de la sociedad y deben ser tratadas como iguales”. Para difundir el mensaje, la organización lanzó un programa juvenil para llevar a los niños discapacitados y las personas encargadas de ellos al puerto de Sydney y a bordo de su ahora famoso yate de carrera.

“Hace siete años, llevábamos a unos 300 niños a navegar —dice David—. Hoy son más de 3.000. Tenemos programas para niños discapacitados, para sus cuidadores y para chicos en riesgo”. Sonríe, pensando en su propia vida. “Hay dos cosas que uno siente cuando es discapacitado. En primer lugar, la soledad y, en segundo lugar, se siente con muy poco poder. Uno depende de otra persona todo el tiempo. Lo que hacemos es revertir este proceso. Los niños suben al barco y toman el mando. “¿Quieres ir a Hong Kong? ¿A Fiji? Bueno, vayamos… Siempre y cuando estemos de vuelta para el almuerzo”.

Es tan poderoso que la cadena australiana SBS ha hecho una serie de cuatro capítulos acerca de David, el SWD y lo que sucedió en la carrera Sydney-Hobart de 2009.

El título es “DisAble-bodied Sailors” (Marineros disCapacitados), si bien hubo bromas acerca de llamarlo “Crips on Ships” (Tullidos a bordo). Según David, “eso no hubiera sido ningún problema. Nosotros mismos decimos que este barco es ‘El expreso de los tullidos’. Nos llamamos ‘tullidos’ a nosotros mismos y no nos importa un cuerno”.

La SBS puso a dos camarógrafos a bordo del Sailors with disABILITIES mientras David y su tripulación batallaban contra el clima y el resto de los yates. Tras estar con frecuencia a la cabeza de su categoría durante la carrera de tres días (“Y no, la categoría no era para marineros discapacitados”, aclara David), su yate cruzó la línea de llegada en segundo lugar, un triunfo para David.

“Me importa muchísimo si navegamos bien o mal, y lo hicimos bien”, explica David. “Mi tripulación está muy feliz por eso y tiene motivos para estarlo. Tenemos personas que nunca habían estado en un barco en alta mar hasta unas semanas antes de la carrera. Se entrenaron duro, hicieron su trabajo y eso es genial”.

Si bien esta carrera ya terminó, hay batallas más grandes en el horizonte. Si la SWD no consigue nuevos patrocinadores, la competencia y el trabajo con los jóvenes verán su fin. “Nos estamos quedando sin dinero”, expresa David. Admite que todavía siente enojo y frustración por la lentitud con que las actitudes para con las personas discapacitadas parecen estar cambiando, por cómo los recortes del gobierno afectan a los más vulnerables y por lo difícil que puede ser para alguien obtener apoyo para llevar una vida digna y productiva.

“Todo es parte del viaje, ¿no? En dónde terminará, no lo sé. Pero lo que sí sé es que nunca antes fui tan feliz. Sé que lo que hago marca una diferencia y sé que mi causa es justa.”

Artículo anteriorEl derrame de petroleo
Artículo siguiente5 consejos para no postergar las cosas en el trabajo