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Locos por el caviar: pescadores furtivos

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Cuando los precios del caviar ruso se dispararon a mediados de la década de 2000, un pueblito en el medio oeste estadounidense vivió un choque cultural y legal.

Mike Reynolds trabajaba la tienda de pesca Cody’s en Warsaw, en el Missouri rural de las montañas Ozark, cuando dos rusos entraron en el local y empezaron a rebuscar entre las cañas de pescar sin etiqueta de precio. Reynolds les pidió que se detuvieran, pero lo ignoraron.

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Reynolds, de entonces 57 años, había visto a muchos rusos pasar por la tienda. Estaba harto de la pesca furtiva del pez espátula, tan querido por el pueblo.

Sacó una pistola de calibre 40 de debajo del mostrador, metió una bala en la cámara y la puso encima. Los dos hombres se dieron vuelta, salieron de la tienda y nunca volvieron.

Una escaramuza más en la larga guerra entre los europeos del este, locos por el caviar, los pescadores locales y los agentes estatales, centrada en un pueblo remoto y un pez muy peculiar.

El pez espátula americano llega a pesar más de 70 kilos y a medir dos metros, con todo y hocico de aguja. Este pez tiene otra cualidad: el sabor de sus huevos se parece mucho al del caviar ruso de sevruga. Esto explica por qué, a mediados de la década de 2000,  inmigrantes rusos empezaron a invadir Warsaw (de 2.127 habitantes), capital mundial del pez espátula.

Durante casi todo el siglo XX, los entendidos consideraban que solo las huevas de beluga, esturión ruso, esturión persa y esturión estrellado servían para caviar. Tras la caída de la Unión Soviética, factores como la pesca furtiva diezmaron la población de esturiones del Mar Caspio. Rusia restringió la pesca comercial. Los precios se dispararon.

El pez espátula americano, primo lejano del esturión del Caspio, es un sustituto mediocre. El mejor caviar ruso es crocante y sabe a mar. La hueva del pez espátula suele tener un sabor más terroso y una textura inconsistente.

Sin embargo, es señal de los tiempos difíciles que un frasco de 100 g de caviar de pez espátula, que por años los pescadores locales tiraron con las otras tripas, se venda a 60 dólares. Una hembra embarazada puede cargar hasta nueve kilos de hueva con valor de casi 2.100 dólares al por menor. Si un pescador furtivo la vende como caviar sevruga de calidad, vale 40.000 dólares.

Cada primavera, varios millones de dólares en hueva esperan en la base de la presa Truman, cerca de Warsaw, cuando los peces espátula se apilan allí como leños.

Los pescadores de Europa del Este son más comunes allí de lo que se podría imaginar. Los inmigrantes rusos y ucranianos de la cercana Sedalia han pescado en Warsaw por años. Pero a mitad de la década de 2000, otra clase de rusos comenzó a llegar al pueblo en primavera, en lujosos autos importados con placas de otro estado.

Pocos tenían experiencia de pesca, pero gastaban cientos de dólares en carnada y aparejos, contrataban guías y bebían vodka en el desayuno. Y se hicieron mala fama por sobrepesca.

«El teléfono sonaba sin parar», me dijo Rob Farr, el agente local del Departamento de Conservación de Missouri.

La ley estatal permite pescar solo dos peces espátula al día. Los pescadores locales estaban enojados. «Abren el pescado, le sacan los huevos y lo dejan hundir», escribió un comentarista en OzarkAnglers.com. «El mismo castigo debería aplicarse a los pescadores furtivos».

Hacia 2009, Gregg Hitchings, un investigador del Departamento de Conservación de Missouri, recibió una llamada de Farr. ¿Vendría a las montañas Ozark?

Es difícil poner multas por sobrepesca. Los infractores suelen estar borrachos, armados y furiosos. Con los años, Hitchings halló formas más disimuladas de hacer cumplir la ley de vida silvestre.

Ambos hombres recorrieron Warsaw en auto, visitando sitios de pesca habituales como el Roadhouse, un restaurante con muelle cerrado. Hitchings se asomó a la propiedad en ruinas. La Operación Roadhouse comenzó a perfilarse. No atraparía a los pescadores furtivos con caña y de uno en uno. Tiraría carnada al agua. Provocaría un frenesí alimenticio.

Cuando Felix Baravik llegó a Varsovia en la primavera de 2012 tras once horas de viaje, la locura había comenzado. La oportunidad de atrapar peces espátula había atraído a pescadores de todo el Medio Oeste y más allá, casi duplicando la población de Warsaw. Baravik y sus amigos también querían pescar monstruos. Hembras. Muchas.

Baravik, gerente de una agencia de cuidados a domicilio en Denver, se crió en Bielorrusia, Unión Soviética. Sus amigos Arkadiy Lvovskiy, Artour Magdessian y Dmitri Elitchev también provenían de países ex soviéticos.

Casi todos los pescadores de Europa del Este oyeron a sus abuelos contar que en los años 30 una lata de caviar costaba solo el doble que la mantequilla. Cuando las poblaciones se agotaron, los caviarófilos recurrieron al mercado negro. En la década de 1990, la sobrepesca y el tráfico ilegal habían disparado los precios. Solo oligarcas y gangsters podían costearlo.

Baravik y sus amigos alquilaron una cabaña, compraron licencias de pesca y se fueron al Roadhouse, repleto de pescadores que pagaban 8 dólares al día por un sitio en el pequeño muelle.

Ninguno de los pescadores del Roadhouse sabía de la investigación que el Departamento de Conservación llevaba a cabo con el Servicio de Pesca y Vida Silvestre de los Estados Unidos. Gary Hamilton, el amable señor mayor que dirigía el muelle, era en realidad Hitchings. El vendedor de pases diarios del Roadhouse tenía una cámara oculta sobre el hombro y registraba sus datos personales.

El dinero circulaba por todo Warsaw. Petr Babenko recorría el pueblo comprando hembras preñadas. Fedor Pakhnyuk se jactaba abiertamente de haber vendido 15.000 dólares de caviar en 2011. Se disponía a comprar 36 cuartos de galón de huevos de pez espátula.

Los europeos del este querían tantas huevas que era difícil de creer que no las vendieran. La idea de Hitchens era que los agentes federales siguieran las huevas hasta el mercado negro. ¿Qué encontrarían? La mafia rusa. Un cártel internacional de caviar.

Baravik y Magdessian fueron a pescar con dos guías locales (eran agentes encubiertos) y sacaron siete peces espátula, mucho más del límite legal. Elitchev y Lvovskiy se ahorraron líos y compraron tres hembras a otro agente por 375 dólares. Los rusos bebían mucho. Con tanto alcohol y la competencia por el pescado, era cuestión de tiempo que algo estallara. Una noche, Hitchings, que dormía en un remolque cerca del muelle del Roadhouse, despertó sobresaltado por gritos. Grupos rivales de pescadores se disponían a pelear, más de una docena por bando. Había armas por todas partes. Botellas de cerveza. Garfios de pesca. Pistolas. Empezaron los puñetazos.

Los agentes pararon la riña, pero esta dejó claro lo que estaba en juego. Quienes viajaron de todo el país para conseguir caviar de imitación no se irían con las manos vacías.

Unos días después, los cuatro amigos de Colorado volvieron a casa. Los agentes encubiertos habían acertado la estrategia. Habían ayudado a Baravik y sus cómplices a comprar y capturar ilegalmente hembras de pez espátula. Etiquetadas falsamente como caviar ruso, las huevas valían cientos de miles de dólares.

Pero había un problema. Casi todos los que compraban hembras de pez espátula procesaban caviar de imitación y… se lo comían. Ilegal, sí. ¿Trama de un thriller sobre la mafia rusa? Para nada.

Algunos oficiales debieron darse cuenta del error de cálculo el 13 de marzo de 2013, cuando 125 agentes estatales y federales detuvieron a pescadores furtivos en cuatro zonas horarias.

En una entrevista, un pescador furtivo dijo que el caviar era para ofrecerlo a invitados de su familia.

“¿Por qué querría venderlo?” preguntó.

“Para ganar dinero”, replicó un agente.

“¡Diablos, no!”

De los 112 acusados de delitos federales, cuatro se declararon culpables de delitos graves de tráfico y otros ocho, entre ellos, Baravik, se declararon culpables de delitos menores. Solo un caso fue a juicio, el de Petr Babenko, dueño de una tienda gourmet en Nueva Jersey. Lo declararon culpable de tráfico de peces espátula y le dieron libertad condicional.

Fedor Pakhnyuk, que presumía abiertamente de su sueño de un imperio de caviar artificial, fue liberado y conminado a abstenerse de beber.

Los agentes le devolvieron sus efectos personales: una chaqueta de cuero, 36 dólares, un encendedor, dos chicles y algunos papeles. No correspondían a un jefe de un cártel de caviar.

Una charla entre un agente encubierto y un pescador furtivo en 2012, en la segunda y última temporada de la Operación Roadhouse, fue emblemática. El agente quería saber cuántas hembras más necesitaba su cliente.

«Cincuenta, veinte, cien, las que sean», respondió el sospechoso. «Las tomaremos todas. Somos una familia numerosa. Comeremos todo el año».

El Departamento de Conservación de Missouri considera la Operación Roadhouse un éxito. La pesca furtiva de peces espátula ha bajado mucho.

Pero Hitchings reconoció que incluso quienes vendían no contribuían al mercado negro de caviar. El gobierno gastó millones de dólares en proteger una operación de repoblación pesquera que cuesta a Missouri 100.000 dólares al año. Algunos detenidos eran pequeños traficantes. Pero a los más, de verdad les gustaba mucho el caviar. «El caviar es bueno», me dijo Felix Baravik.

Sabe que metió la pata. «Estuve en un mal momento con gente mala», dijo. Aceptó un cargo de tráfico de peces espátula, cumplió tres años de libertad condicional y pagó una multa de 5.000 dólares

Hace poco, Baravik volvía de Cancún, México, con su familia. En inmigración, el agente observó que una condena había activado una nota de «alerta» en su expediente. La familia de Baravik lo miraba con creciente ansiedad.

Por fin, el agente levantó la vista, incrédulo.

“¿Pescado?” preguntó. “¿En serio?”

Sí, en serio. 


Tomado de Longreads.com (February 2019)
© 2019 por David Gauvey Herbert

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