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Historias familiares de Navidad

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Por segundo año, compartimos estas anécdotas inolvidables. Una lista de deseos que llegó a Papá Noel. La inquietante premonición de una madre. Una improbable Navidad lejos de su propio país. Tres historias reales que le llegarán al corazón.

Juguetes sin fronteras

El hombre que encontró la lista de deseos para Papá Noel de una niña que había cruzado fronteras.

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Amy Wang de the Washington Post

Un punto rojo llamó la atención de Randy Heiss el 16 de diciembre de 2018.  Estaba caminando por la remota extensión de tierra detrás de su rancho en Patagonia, Arizona, Estados Unidos, un pueblo cerca de la frontera con México, cuando vio sobre la hierba un globo o lo que parecían restos de uno. Heiss se acercó con su perro, Feliz, pensando en tirar los restos a la basura.

Fue entonces cuando notó que pegado a la cuerda del globo había un trozo de papel. En un lado ponía “Dayami” con letra infantil, junto al dibujo de un lazo.

Heiss le dio la vuelta al papel. Era una lista numerada, todo en español. “Mi español no es muy bueno, pero me di cuenta de que era una lista de Navidad”, dijo.

Sospechaba que un niño había tratado de enviar a Papá Noel su lista de deseos navideños en globo, algo que solía hacer él mismo cuando era niño. A él nunca le habían devuelto las cartas que había enviado por el aire pero se preguntó si podría encontrar a la niña que había escrito la carta.

Sabía que sería difícil, pero tenía algunas pistas. Cerca de 32 kilómetros al suroeste, justo al otro lado de la frontera, estaba la ciudad de Nogales, en México, con una población cercana al cuarto de millón de habitantes.

“Basándome en la dirección del viento, estaba bastante seguro de que era de allí de dónde venía”, dijo.

Llevó la nota a casa, a su mujer, que habla español con fluidez y le ayudó a traducir la lista. Los dos determinaron que Dayami, probablemente una niña, había pedido una muñeca y una casa de muñecas Enchantimals así como ropa y manualidades, entre otras cosas.

Heiss publicó una reseña en Facebook, adjuntando fotos y esperando que algún conocido en Nogales pudiera conocer a la familia de la niña.

Pasaron unos días y no obtuvo ninguna pista. Le preocupaba que se acabara el tiempo antes de que llegara la Navidad. Entonces, el 19 de diciembre de 2018, decidió enviar un mensaje privado por Facebook a Radio XENY, una emisora con sede en Nogales.

Para su sorpresa alguien de la emisora lo llamó enseguida. La mujer de Heiss le explicó la situación al presentador de Radio XENY Cesar Barron, que habló sobre la búsqueda de Dayami en el programa y lo publicó en el perfil de Facebook de la emisora.

A la mañana siguiente, Heiss se despertó con otro mensaje de Radio XENY: habían localizado a Dayami, una niña de ocho años, y a su familia, en Nogales. ¿Estarían dispuestos a reunirse en la emisora de radio?

“Mi agenda cambió ese día”, afirmó Heiss. En vez de irse a la oficina, se fue de compras con su mujer.

Compraron casi todo lo que Dayami había pedido en la lista, excepto la casa de muñecas (estaba agotada). Compraron más juguetes, ya que se habían enterado de que Dayami tenía una hermana pequeña, Ximena, de cuatro años.

Después, manejaron durante 45 minutos y cruzaron la frontera hacia Nogales. Llegaron a las oficinas de Radio XENY con un montón de regalos hasta que conocieron a las dos emocionadas niñas.

Sus padres les contaron que Dayami llevaba años escribiendo cartas a Papá Noel y enviándoselas en globo, pero que era la primera vez que alguien la había encontrado. 

“Abrieron los ojos de par en par asombradas”, dijo Heiss al describir la reacción de las dos hermanas. “Pero cómo…, ‘¡Oh, Dios mío la ha recibido!’”

Como según sus padres, las niñas aún creían en Papá Noel, Heiss y su mujer se hicieron pasar por sus “ayudantes” y mantener la magia.

“Fue una experiencia preciosa”, dijo Heiss. Hizo una pausa. “Bastante sanadora para nosotros”, añadió.

Hacía diez años, Heiss, de 61 años, y su mujer habían perdido a su único hijo. No tienen nietos. “Nunca hemos podido celebrar la Navidad rodeados de niños”, dijo. “Ha sido una ausencia en nuestras navidades”. 

Desde entonces, ha reflexionado sobre lo que fue encontrar el globo y localizar a Dayami y su familia.

“Ahora tenemos amigos de por vida”, dijo Heiss. “Y, por un día, la valla fronteriza con su alambre de concertina se esfumó”.

Luis Velarde contribuyó a este reportaje.

DEl WASHINGTON POST (21 DE DICIEMBRE DE 2018), COPYRIGHT © 2018 POR WASHINGTON POST, WASHINGTONPOST.COM.

La mujer del abrigo rojo

Cuando mi madre murió, pensé que nunca volvería a disfrutar de la Navidad, hasta que mi padre empezó a salir con una mujer con un vínculo sorprendente.

Jessica Pearce Rotondi

La Navidad en mi casa significaba ramas frescas de pino alrededor de la baranda de las escaleras con lazos de terciopelo, velas en las ventanas, y cenas para 20 comensales cocinadas por mi madre. Ella creció como la única chica de cuatro hermanos, así que cuando tuvo su propia casa para decorarla a su gusto y dos hijas para vestirlas, no se contuvo. La Navidad era un ritual que duraba un mes y que esperábamos todo el año, haciendo recados con nuestros abrigos rojos a juego. El día de Navidad abríamos la puerta principal cubierta de guirnaldas para dar la bienvenida a primos, tías y tíos.

A lo largo de los años, la mesa del comedor heredada de casa de mi padre donde vivían trece hermanos se fue ajustando conforme la familia iba incorporando nuevos miembros como novios/novias, maridos, mujeres y niños, todos alrededor de la mesa cuando mi madre nos reunía para celebrar la Navidad.  

Siempre di por sentado que algún día mis propios hijos se reunirían en esa misma mesa y disfrutarían de las tradiciones. Pero la vida tenía otros planes para mí.

Mi madre descubrió que tenía un tumor el día de mi vigesimoprimer cumpleaños. Tenía solo 53 años. Murió tres años más tarde, el 29 de octubre de 2009. Yo aún no había cumplido los 24.

Tres años después de su muerte, hice mi peregrinación anual al norte desde la ciudad de Nueva York a mi casa de la infancia a las afueras de Boston para pasar la Navidad con mi padre y hermana. Todos intentamos poner cara de valientes, pero no podía soportar ver las ventanas desnudas o sin velas. Visualicé a mi madre en mi interior y subí hasta la buhardilla para buscar adornos de Navidad.

Desde la ventana, la luz de la luna sobre la nieve en el exterior hacía que los árboles tuvieran un aspecto precioso. Mis padres habían construido la casa en un antiguo vivero de árboles de Navidad. “¿No es maravilloso estar rodeado de Navidad todo el año?”, bromeaba mi madre. Ahora sus palabras parecían más un recordatorio de lo que una vez tuvimos. Mi padre quería poner la casa en venta en verano.

Arriba en la buhardilla, me dirigí hacia una caja con un cartel prometedor que decía “Navidad”. Cuando aparté a un lado las hebras de arándanos de madera, me llamó la atención un sobre amarillento. La dirección del remitente era una famosa editorial de Boston.

Mi madre había sido redactora antes de que yo naciera, pero había dejado su sueño de ser escritora cuando tuvo a sus hijos, o al menos eso creía yo. En el interior había un manuscrito nunca publicado de un libro infantil, fechado el 10 de febrero de 1993. Hice las cuentas rápidamente: yo tenía siete años, mi hermana cuatro.

El manuscrito se titulaba La madrastra malvada (Quién no lo era). Es la historia de una niña que pierde a su madre a causa del cáncer. Su padre se vuelve a casar pronto, y en Navidad, la niña vuelve a casa y encuentra a su madrastra llorando con un adorno en las manos: una estrella con la fotografía de una mujer. La madrastra revela que ella también perdió a su madre, y siempre la echaba de menos, especialmente en Navidad.

Leí el libro de mi madre bajo la bombilla desnuda de la buhardilla, rodeada de sus cosas, y me pregunté qué le había llevado a escribirlo. Estaba a años de su propio diagnóstico en ese momento. ¿Podría ser que en su fuero interno ya lo supiera? ¿Lo inspiraría la pérdida de su hermano, cuya identificación llegó desde Vietnam en Navidad el año anterior a mi nacimiento? Ella ya no estaba allí para poder preguntarle. En nuestras vidas no había madrastra, nadie malvado ni nada parecido. Guardé el manuscrito y lo dejé a un lado, localicé los adornos que había subido a buscar, y me olvidé del libro de mamá en la locura de la mudanza de ese verano.

Sin la casa, que había sido el pilar donde se sustentaban todos los recuerdos, me aparté de todas las tradiciones navideñas. Incluso empecé a evitar el color rojo. Sobre todo, evité la música navideña. Compraba por Internet para asegurarme de que ningún villancico me tomara desprevenida.

Eso cambió en diciembre de 2017. Mi padre me dijo que estaba saliendo con alguien. ¿Podría presentárnosla en Navidad?

“Por supuesto”, dije, aturdida pero feliz.

Nos abrazamos con timidez cuando nos conocimos por primera vez. Enseguida nos hizo reír a mi padre y a mí. La cosa iba tan bien que fuimos de compras. Fue entonces cuando comenzó a sonar la canción “White Christmas” en los altavoces de la tienda. Me quedé helada.

Era lo que mi madre me cantaba cuando era niña para que me durmiera; escuchar la canción era el sonido más cercano a su voz en la tierra. Los pendientes que tenía en las manos se difuminaron ante mis ojos cuando las lágrimas cayeron por mi cara. Escuchar aquello me mortificaba, y a mi padre también. Dejé los pendientes y corrí hasta el auto, esperando que la novia de mi padre no se percatara.

Llegamos a casa, y fui a mi habitación para calmarme. Alguien llamó a la puerta: la novia de mi padre.

“¿Puedo entrar?”

“Claro.”

Me dijo que la Navidad también era difícil para ella. Que había sido cuidadora de su madre, cada vez más apartada de la realidad por padecer Alzheimer.

“¿Ves este abrigo?”, me preguntó, refiriéndose al abrigo rojo que le había celebrado antes. “Era de mi madre. Tu padre dice que tu madre también tenía un abrigo rojo. ¿Tal vez podemos llevarlos juntas en algún momento?”

Me dio un pequeño paquete. Desenvolví el papel de seda y descubrí los pendientes que había visto en la tienda. Recordé la escena de hacía mucho tiempo del libro de mi madre, y abracé a esa mujer que hacía feliz a mi padre, que nos estaba ofreciendo una segunda oportunidad en Navidad.

Un año más tarde, mi hermana y yo fuimos damas de honor en la boda de mi padre. Luego celebré mi primera Navidad en Nueva York y lo decoré todo con antiguos y nuevos adornos antes de contemplar las luces navideñas de la ciudad. Mi madrastra y yo caminamos del brazo por Broadway Avenue con los abrigos rojos de nuestras madres, recuerdos preciosos de las mujeres con estilo que nos criaron.

COPYRIGHT © 2020 POR JESSICA PEARCE ROTONDI.
AUTORA DE WHAT WE INHERIT: A SECRET WAR AND A FAMILY’S SEARCH FOR ANSWERS.

Su primera Navidad 

Lejos de casa, un recién llegado encuentra calidez
y alegría entre extraños.

Paul Robert

Fue un día a mediados de diciembre de 2015 cuando Froghuddin Sayedy, de 18 años, al dar la vuelta a la esquina en dirección a Roncalliplatz, la plaza frente a la catedral de Colonia se detuvo asombrado, no por la vista abrumadora de la catedral más grande de Alemania; la había visto antes, sino porque había un enorme árbol, quizás de 25 metros de altura. ¿Cómo podía haber crecido allí tan rápidamente? ¿Y por qué tenía luces y adornos? 

Este refugiado afgano no tenía ni idea de lo que era la Navidad, los árboles de Navidad o prácticamente cualquier cosa en este frío país. Cuando cruzó la frontera en agosto, solo hablaba darí y pastún (los idiomas oficiales de Afganistán), además de un poco de inglés. “Pensé que podría estar en algún lugar de Rusia”, dice. Pero en el camino a un centro de refugiados, reconoció la bandera alemana; la había visto en tropas en Afganistán. Ahora era la bandera de su nuevo hogar. 

Sayedy creció como hijo de un cultivador de frutas en el oeste de Afganistán. “Fui a la escuela del pueblo hasta los 12 años”, dice. Su educación se detuvo abruptamente cuando los talibanes volaron la escuela (los niños no estaban en ella en ese momento); Sayedy dice que no les gustaba que educaran a los niños y las niñas juntos. “Después de eso, trabajé en una tienda.”

Un día, los combatientes talibanes llegaron buscando reclutas. “Tengo cinco hermanas y un hermano mayor que es médico”, dice. “Dijeron a mi madre que necesitaban médicos y que me necesitaban para que aprendiera a fabricar bombas”. La familia decidió que los hermanos tenían que huir. El mayor se dirigió al norte, a Kazajstán, pero Sayedy, un primo, y otros cinco adolescentes de entre 14 y 18 años huyeron del alistamiento talibán poniendo rumbo hacia el oeste, hacia Europa. “Oímos que podíamos recibir educación allí”, dice.

El grupo de Sayedy viajó a través de Irán y Turquía, luego al norte de Bulgaria, a través de Serbia, Hungría y Austria, y finalmente a Alemania. Recorrieron el trayecto a pie, haciendo autostop y durante horas, viajaron de Hungría a la frontera alemana con docenas de refugiados en la parte trasera de un camión que no tenía luz ni aire fresco. “Cerca de la frontera el conductor abrió la puerta y nos dejó salir.”

Los siete adolescentes fueron enviados a varias ciudades alemanas para su registro. “Todos lloramos cuando nos separaron”, dice Sayedy. Fue trasladado de un centro de refugiados a otro y finalmente subido a un autobús hasta Colonia, una ciudad de la que había oído hablar. Allí buscó gente que le ayudara a aprender alemán. También rellenó un formulario para la Aktion Neue Nachbarn (Campaña de Nuevos Vecinos), que pone a los refugiados en contacto con los alemanes. “Una joven profesora, Julia, me invitó a cenar en casa de sus padres”, recuerda. “No tenía ni idea de lo que era la Navidad”.

El 26 de diciembre, Sayedy llegó a la casa en la cercana Mönchengladbach. “Toda la familia estaba allí”, recuerda. “Julia se quedó a mi lado, porque era la única que hablaba inglés. Todos eran muy agradables. Pero me preguntaba, ¿por qué han plantado un árbol en el salón? Entonces vi que no tenía raíces. Julia explicó la tradición de llevar un árbol cortado al interior de las casas en Navidad y decorarlo. Me dijo que la Navidad es similar a nuestra Fiesta del Azúcar”. El festival marca el final del Ramadán, el mes santo del ayuno. Los musulmanes se reúnen con amigos y familiares para comer, hacerse regalos y donativos de caridad.

“Todo era extraño para mí”, dice Sayedy. “Por primera vez probé la raclette. Todo el mundo tenía una pequeña sartén y me explicaron qué hacer con la comida y el queso. Y luego teníamos ganso relleno y repollo, que nunca había probado antes. Me encantó todo”.

A partir de entonces Sayedy aprendió gradualmente alemán y las costumbres alemanas. A veces se ha visto sorprendido, como en el momento en que le presentaron a la directora de una organización de refugiados y ella le agarró del brazo. “Me puse súper tenso”, dice. “En Afganistán, ni siquiera se mira a una mujer desconocida a los ojos”. Llamó a su hermano en Kazajistán para decirle lo que había pasado. “Mi hermano explicó que eso no significaba nada, que era normal en Alemania”. 

Hoy Sayedy es un residente legal en Alemania y trabaja como ayudante de cocina en un restaurante de Colonia especializado en platos del sur de Alemania como la salchicha blanca y el schnitzel. “Soy el chef cuando él no está”, dice con orgullo. Aprendió a cocinar gracias a Über den Tellerrand, una organización que reúne a inmigrantes y nativos alemanes en comidas comunitarias. “El año que viene quiero ir a Suiza a aprender más, y un día espero ser lo suficientemente bueno para trabajar en un restaurante con una estrella Michelin.” 

Sayedy también es voluntario como intérprete. “Cuando llegué, voluntarios alemanes me ayudaron a aprender el idioma. Ahora puedo devolver yo ese favor. Hablo darí y pastún, y entiendo farsi y urdu, así que ayudo a nuevos refugiados de Afganistán, Pakistán e Irán”.

Y le encanta la Navidad. Cada año invita a sus amigos afganos, incluidos los que llegaron con él, y a su “familia alemana”, amigos que ha hecho durante los últimos seis años. Pone un árbol de Navidad en su piso y cocina ganso relleno con repollo morado para hasta 30 personas. “El año pasado solo podía recibir seis huéspedes de una vez, debido a las restricciones del coronavirus, así que preparé varias comidas.” Este año, espera poder acoger de nuevo a un grupo más grande. 

Sayedy entiende el significado cristiano de la Navidad. “En mi pueblo natal, mi tío siempre me dijo que hay cientos de religiones en el mundo, y como nadie sabe cuál es la correcta, solo hay que asegurarse de ser buena persona”. 

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