Todas las mujeres son bonitas. Todos los hombres son atractivos. Las personas están estupendas a los veinte y a los treinta años, y también a los setenta y ochenta.
Esta es la primera entrega de una serie llamada Qué pueden aprender las mujeres de los hombres. En realidad, es una serie corta. De hecho, esta es la única entrega.
Además, la lección en sí misma es bastante breve. Y dice así: “Entiende que estás estupenda”.
Los hombres han mostrado esta confianza en sí mismos durante milenios. Sabemos que estamos bien. Muy bien.
Un hombre maduro y experimentado, vale, hablo de mí, suele meterse en la ducha por la mañana, con el pelo revuelto, la barriga ondulante, los ojos llenos de legañas e irritados por el vino de la noche anterior y, tras una breve mirada en el espejo, piensa: “¿Sabes qué? No está nada mal. Nada mal”.
La frase “aún tienes tu encanto” se puede oír cada mañana frente a numerosos espejos, palabras que brotan de bocas de hombres cuyos rostros “sexy” se reflejan.
En algunos casos, la escena puede incluir un solo de guitarra eléctrica delante del espejo, a medio vestir, solo para dejar claro este punto.
Mientras, en el Planeta Mujeres, el ojo se clava con agudeza en cada una de las partes del cuerpo, momentos antes de instalar finalmente la mirada implacable en esa zona considerada la menos atractiva. Ante esos espejos se oye una frase diferente: “¿Qué puedo hacer con estos tobillos gruesos e hinchados?”.
Ahí casi nunca suenan guitarras eléctricas, aunque a veces se puede oír de fondo un triste solo de violín.
“Qué tontería”, oigo decir, “los hombres también sienten ansiedad”.
“Además”, también suelen decir, “algunas mujeres sí piensan que son estupendas. Se percibe en su andar cuando pasan por cualquier lugar”.
Es posible que tengan razón. Pero estamos hablando de la media. Y no hace mucho, esos promedios se reflejaron en publicaciones.
Según una encuesta británica, solo el uno por ciento de las mujeres se describirían a sí mismas como “guapas”. Esta cifra contrasta con el nueve por ciento de los hombres que se consideran “guapos”. Si bajamos un escalón, a la categoría meramente “atractiva/o”, encontramos un dos por ciento de mujeres y un siete por ciento de hombres que se describirían de ese modo.
Más sorprendente aún resultó la capacidad del ego masculino de sobrevivir a los avatares de la edad. Ni una sola mujer de más de 55 años estaba dispuesta a describirse como “guapa”, un dato sorprendentemente estremecedor, pero entre los perros viejos, el seis por ciento se situaba sin dudarlo en la más categoría alta.
¿Por qué esta diferencia? ¿Por qué cuando los hombres envejecen y el tiempo los erosiona se consideran a sí mismos “distinguidos”, pero cuando las mujeres envejecen y el tiempo las erosiona se consideran “viejas y erosionadas”? ¿Por qué los hombres deben hacer cursos de budismo durante años en un intento por disolver su ego, mientras que las mujeres pueden lograr el mismo resultado después de tres minutos en el probador de una tienda con un vestido demasiado pequeño?
Los autores del estudio británico responsabilizan al patriarcado. Las mujeres, dicen los investigadores, se ven socialmente condicionadas a tener dudas sobre sí mismas, su aspecto y su competencia. Los hombres están socialmente condicionados a sentirse seguros de sí mismos, aunque los pilares de esa confianza sean poco profundos.
De hecho, si los resultados de la encuesta no te parecen convincentes, te recomiendo ir a una playa en verano. Ahí puedes ver a un tipo mayor con los hombros achicharrados por el sol, con un traje de baño ya gastado bajo la sombra de un abdomen saliente, rodillas ligeramente inclinadas por el considerable peso que se ven obligadas a transportar por la playa y, sin embargo, algo en el brillo de sus ojos dice: “Si me dicen que soy atractivo me sentiría obligado a responder: ‘¡Lo sé!’”.
Al mismo tiempo, aparece en la playa la mismísima Venus de Botticelli, navegando en su caparazón. Un coro celestial alerta de su presencia, los delfines saltan en el agua para poder conseguir un mejor ángulo de visión, las palomas sobrevuelan la escena. Y entonces, ella se pregunta por qué sus brazos están más rollizos de lo que eran.
Si pudiera ir más al gimnasio, añadir ejercicios de resistencia para el tren superior y seguir una dieta más estricta, no estaría deseando tener otros brazos. Puede que sea eso lo que le sucedió a la Venus de Milo.
Lo que me lleva de vuelta a mi mensaje. Queridas mujeres del mundo: miradnos y aprended de nosotros. Beneficiaos, si es que podéis, de la sabiduría de la tribu masculina.
Sé que algunas dirán: “¿Por qué querríamos aprender de los hombres?”. Se necesitarían más evidencias de la egomanía masculina, su delirio, su amor propio, sin mencionar los problemas de vista generalizados en mayores de 55 años.
Es cierto. Pero una respuesta más útil podría ser: “Mozo, sírvame lo que está tomando él. Yo también quiero un poco de ese delirio”.
Todas las mujeres son bonitas. Todos los hombres son atractivos. Las personas están estupendas a los veinte y a los treinta años, y también a los setenta y ochenta.
No estaremos aquí mucho tiempo. Así que mejor disfrutarlo.