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En el nombre de Al Gore

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Charly Alberti, el ex baterista de Soda Stereo, se hace camino en defensa del medioambiente.

El lugar donde me crié, cerca de la cancha de River, parecía un zoológico… Papá tenía hasta un poni en la casa”. De este modo empezamos a hablar en su estudio de Florida, en la provincia de Buenos Aires, con el músico Charly Alberti.

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Hace 40 años, cuando Charly era un pequeño de seis, la gente ni mencionaba la ecología; diferentes grupos poblacionales comenzaban a migrar masivamente a las ciudades y emprendían lentamente un divorcio de lo natural. El auge de las megalópolis alejó a las personas de sus lugares de origen. Aquellas mudanzas fueron físicas y culturales. Un modo artificial que puede rastrearse hasta en las dietas que impuso la urbanidad: el auge de los alimentos envasados trajo consigo la inclusión de conservantes para que la comida dure más, y químicos que puedan garantizar el color y las texturas deseados para hacerlos más atractivos ante el creciente mercado global. La genética también hizo lo suyo para que sea posible comer tomates durante todo el año. Insípidos, muy rojos, lejos de la huerta donde se los abonó.
El papá que tenía un poni en el barrio de Núñez, en la ciudad de Buenos Aires, se llamaba Juan Ficicchia aunque trascendió artísticamente como Tito Alberti. Un músico de jazz muy conocido en la Argentina; lideró durante la década del sesenta las cifras de recaudación de los tradicionales bailes de carnaval y además compuso más de cien temas, entre ellos una de las más famosas canciones infantiles en español: “El elefante Trompita”.

Parece que Tito y Charly tenían una conexión con la naturaleza, una sensibilidad compartida que también los llevó a inclinarse por la música. Los dos fueron bateristas destacados. Charly ha sido consagrado como uno de los grandes del rock. La Asociación Argentina de Música lo eligió mejor baterista argentino en 1995.

El encuentro con el ex baterista del grupo Soda Stereo discurre frente a una enorme consola de sonido, de cara a la sala principal del estudio de grabación presidido por una batería imponente. Un objeto regio, de esos que uno no se animaría ni a tocar porque está claro que, como un fórmula 1, es solo para expertos.

—¿Cuál es tu relación con Al Gore?

—Cuando vi su película ‘Una verdad incómoda’ me asusté, pero a la vez quedé movilizado por el gran carisma de Al Gore. Más adelante, un conocido que tenía en la embajada de los Estados Unidos me hizo saber un poco más sobre su trabajo a favor del medioambiente y me acerqué a él.
Se aproximó literalmente: viajó a Nashville, la capital de Tennessee y de la música country —donde actualmente vive el ex vicepresidente— y se puso a su disposición. Antes, en la Argentina, había intentado vincularse con Greenpeace, pero no pudo aportar demasiado. Las largas giras con Soda le impedían participar en las campañas. “Nunca estaba”, recuerda ahora.

Albert Gore lo recibió cálidamente y le abrió las puertas de su fundación, “The climate project”, que tiene como objetivo aumentar la educación y la conciencia ambiental ante la crisis ecológica que vive el planeta. El Premio Nobel de la Paz se ha convertido en el líder de opinión masivo más importante a nivel planetario sobre cambio climático. Su película y la amplificación propiciada desde Hollywood jugaron un papel decisivo en la entronización del político norteamericano.

“La fundación se dedica a predicar, a que la gente conozca el problema”, dice Charly, hoy convertido en una especie de embajador de Al Gore en la región. Acaban de estar juntos en México y en la Argentina. Tuvieron charlas con empresarios, políticos y demás personalidades de América Latina sobre la urgencia de la crisis climática actual. Pero además, Al Gore protagonizó presentaciones ante el público en general en Buenos Aires y Mendoza.

“Dispersos nos cuesta más”, sentencia Charly. Pero tiene una respuesta entusiasta para eso: “Como pudimos detener el problema del agujero de la capa ozono, también podemos detener esto. Tenemos que entender que si trabajamos todos juntos a nivel nacional y mundial podemos lograr el cambio que necesitamos. El cambio climático es una realidad inminente. En 2050 será tarde, hay que tomar acciones ahora porque las cosas pasarán mucho más rápido de lo esperado. No voy en contra del progreso, no soy radical, pero el calentamiento global tiene que ver con nuestra forma de vida”.

Habla del aumento de población, del consumo superfluo y de los ríos que desviamos… “Ya somos una fuerza geológica más y depende de un cambio de actitud revertir lo que estamos causando”.

El músico piensa que las soluciones serán tecnológicas: “Yo puedo desconectar siempre el cargador del celular para no malgastar energía, pero si un día me olvidé de nada sirve el esfuerzo; esto lo tiene que solucionar el fabricante del cargador haciendo que el aparato deje de consumir electricidad automáticamente aunque siga enchufado”.

Trabaja activamente para que Villa Mascardi, a 30 kilómetros de Bariloche, donde tiene un pedazo de tierra, pueda convertirse en una especie de ecovilla con un código de planificación estricto. “En medio de un bosque no podés hacer una cancha de tenis o de fútbol… Los vecinos estamos de acuerdo en que, en el lugar donde queremos vivir, lo más importante es el árbol, después viene todo lo demás”.
El tono de Charly es sereno pero su concepción arremete como una banda de rock en la alta noche. Habla de la posibilidad de reducir emisiones con los autos eléctricos, del potencial que tiene la Argentina para instalar parques eólicos y de su último sueño: la posibilidad de inaugurar las actividades de la fundación durante 2010 con un Eco Rock Fest.

De todos modos, aclara que una cosa es su postura ecológica y otra la música. Dice que seguirá haciendo rock y no hay riesgo alguno de que Mole (su nueva banda) “se convierta en un grupo de folk blando cantándole a la tierra”.

Definitivamente son otros tiempos. Iluminan luchas diferentes y se suman más actores que nos instan a cambiar. Al Gore en el hemisferio Norte, Charly Alberti, su discípulo, en Buenos Aires, Santiago de Chile o la misma Ciudad de México donde estuvo antes de fin de año. Ciudadanos impensados frente a una revolución como jamás pudimos imaginar. Bienvenidos a todos; “dispersos nos cuesta más”.

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