El músico paraguayo Luis Szarán encabeza un proyecto que le cambió la vida a miles de jóvenes de su país.
ERA LLUVIOSA LA MAÑANA DE SÁBADO EN ASUNCIÓN, la capital del Paraguay. Había diluviado durante toda la noche en la región sur y centro del país. El músico y compositor Luis Szarán manejaba su auto hacia la oficina de la Sociedad Filarmónica, situada en la vieja estación central del ferrocarril, donde ya no llegan ni salen trenes. Allí, todas las semanas, el hombre enseñaba dirección orquestal a decenas de jóvenes.
“Los chicos de Mbuyapey no van a venir” pensó Szarán mientras iba sorteando los baches causados por la lluvia y observaba los árboles que se habían caído con el ventarrón de la noche. Al llegar a la estación, uno de los edificios principales de la Asunción del siglo XIX que aún se conservan, se sorprendió al ver a dos jóvenes, embarrados, guareciéndose de la lluvia en el largo pasillo exterior del edificio. Eran José Villanueva y Carlos Quiñonez, dos adolescentes de Mbuyapey, una pequeña localidad a 185 kilómetros de Asunción que, como cada mañana sabatina, son los primeros en llegar al curso.
Los dos chicos salieron de sus humildes casas en la oscuridad de la madrugada, tomaron una carreta —la ruta de tierra se vuelve intransitable para los ómnibus durante los días de lluvia— y llegaron hasta Ybycui, la localidad más cercana, luego de varias horas de viaje. Desde allí tomaron el micro hacia Asunción.
Grande fue la sorpresa de Szarán, acostumbrado a las ausencias en los días de lluvia. “Es una oportunidad que no podemos perder”, dijeron ambos jóvenes cuando el maestro les preguntó qué hacían allí.
Sonidos de la Tierra
PARAGUAY ES UN PAÍS DE MÚSICOS AUTODIDACTAS y Luis Szarán es uno de sus máximos exponentes: desde hace más de 15 años dirige la Orquesta Sinfónica Nacional, la más importante del país. Además, este hombre de 54 años es el creador de Sonidos de la Tierra, un exitoso proyecto que difunde y enseña música a 3.000 chicos y adolescentes de escasos recursos en más de 120 comunidades del país.
“Hace unos años, cuando cumplía tres décadas como músico, me puse a reflexionar sobre lo que había hecho y hacia dónde iba mi carrera artística. Siempre creí que uno tiende a seguir adelante, pero me propuse también mirar a los costados y, de alguna manera, salir del mundo del arte y de los aplausos para devolver a mi pueblo un poco de todo lo que yo había aprendido”, comenta Szarán acerca de lo que lo impulsó a fundar con Sonidos de la Tierra.
En 2001, el músico recorrió todo el país buscando lugares que sean adecuados para implementar su proyecto. Una investigación previa arrojó que había al menos 50 pueblos del interior que tenían antecedentes musicales de importancia y Luis quería rescatar esos valores.
“En los pueblos pensaban que yo venía de una secta religiosa o algo así. Además, tenía que convencerlos de que no se trataba de una obra más del gobierno de esas que prometen mucho y dan poco”, explica.
Un año después, con apoyo de la Fundación Avina, Szarán iniciaba su proyecto en 20 comunidades del interior del Paraguay. La idea era simple: primero se estableció en zonas de “alto riesgo” donde la pobreza, la falta de trabajo, la delincuencia y la violencia empujan a los chicos a la marginalidad; y luego pensó que a través de la enseñanza de la música y del compromiso de los jóvenes de cada comunidad se podía brindar una oportunidad que la misma sociedad les negaba.
Así se presentó ante las principales organizaciones locales como escuelas e iglesias para contarles el proyecto. Luego con músicos de la Orquesta Nacional que él dirige presentaron conciertos, mostraron sus instrumentos —en muchos lugares era la primera vez que veían un violín o una flauta— y se seleccionó a un músico como padrino de cada comunidad para que diera clases. Solo restaba que los chicos se acercaran cada vez que tenía una.
“Sonidos de la Tierra fue concebido para formar buenos ciudadanos no excelentes músicos, para eso están los conservatorios —comenta Szarán—. Surgió como una manera de potenciar la autoestima de los chicos, de reafirmar su identidad cultural”.
Los inicios del profeta
SZARÁN ASEGURA QUE SE VE REFLEJADA PARTE de su vida en cada uno de los chicos que se suma al proyecto. Nacido en septiembre de 1953 en Encarnación, la tercera ciudad más importante, Luis fue el menor de ocho hermanos. Su padre era músico pero nunca llegó a ejercer como tal ya que dedicó su tiempo a las plantaciones de arroz. A los ocho años, Szarán quedó fascinado cuando vio por primera vez en acción al guitarrista clásico Cayo Sila Godoy. Aquel concierto despertó su pasión musical. Al poco tiempo, el pequeño Luis empezó a estudiar música con un vecino, a escondidas de sus padres. Cuatro años más tarde, ya componía sus propias melodías y canciones.
Pero el encuentro con el profesor José Luis Miranda, otros de los grandes exponentes de la música paraguaya, cambiaría su vida para siempre. El prestigioso músico le vio un talento especial a Szarán y lo invitó a que se mude a Asunción para estudiar con él.
Pese a la resistencia de sus padres —querían que trabajara en la plantación— y con el apoyo de una de sus hermanas, el pequeño Luis se trasladó a la capital para aprender con Miranda. Luego vinieron las épocas de aprendizaje más profundo en la Argentina, en Brasil y en Italia, donde estudió en el prestigioso Conservatorio de Santa Cecilia.
El poder de transformación
LA HISTORIA DE JUAN GERARDO AYALA, más conocido como Liqui, es uno de los mejores ejemplos para mostrar los resultados del proyecto Sonidos de la Tierra.
Este adolescente se crió en las calles de la zona obrera de Carapeguá, una localidad de más de 40.000 habitantes. Al tiempo que sus padres trabajaban todo el día, Liqui desarrolló un espíritu rebelde que lo llevó a ser considerado un chico problemático en la escuela. Con él no iban palabras como disciplina y orden.
Un día Liqui aceptó la invitación de un amigo para ir a las clases que el programa Sonidos de la Tierra brindaba en la escuela de su barrio. Cuando llegó al lugar, quedó sorprendido por el brillo y las formas de tantos instrumentos. Empezó a interesarse en el tema, aunque sintió que el profesor hablaba de las mismas cosas que le aborrecían: “disciplina” y “responsabilidad”.
Incluso algunos padres le advirtieron al profesor que Liqui era un niño muy inquieto y que debía cuidarse de él. Tomando sus recaudos, el maestro le entregó al chico una flauta traversa que en sus manos no corría tanto peligro como un violín u otro instrumento de madera.
Todos pensaron que Liqui se aburriría rápido y que volvería pronto a sus travesuras, pero no fue así: el chico no faltaba a ningún ensayo a pesar de que no tenía ningún instructor. De hecho, el maestro se vio obligado a tomar algunas clases de flauta traversa para enseñarle algo más y mantenerlo activo y entretenido. Por suerte este método funcionó.
El Tercer Seminario Nacional de Orquestas Juveniles de Paraguay, organizado en 2004 por Sonidos de la Tierra, sirvió como una prueba de fuego para Liqui. Hasta allí llegó con el grupo de música de Carapeguá. El chico tuvo la oportunidad de convivir con otros jóvenes estudiantes de flauta, y de asistir a las clases de un instructor especializado. En el concierto de clausura, Liqui terminó interpretando la totalidad de las obras.
Al regresar a su ciudad, las cosas habían cambiado y Liqui ya no era aquel chico travieso y con mala fama en el colegio. Incluso su talento musical empezó a contagiar a otros chicos de su barrio que se incorporaron a las clases. Pero el joven estaba para más. El maestro Luis Szarán —tal como Miranda había hecho con él— lo seleccionó, en abril de 2006, para concurrir a una gira europea junto con otros jóvenes aprendices.
Seguramente nunca lo imaginó, pero con solo 14 años, un día de la gira Liqui logró impresionar con las melodías de su flauta a los turistas y curiosos que pasaban por la plaza San Marco, en Venecia.
Hoy este adolescente es instructor de flauta traversa de Sonidos de la Tierra en cuatro ciudades: Acahay, Quiindy, Ybycui y Carapeguá donde enseña a jóvenes, algunos mucho mayores que él. También es solista de flauta de la Orquesta Infanto Juvenil de Carapeguá y primer flautista de la Orquesta Mozart, integrada por los virtuosos de Sonidos de la Tierra.
Su nombre ya no integra más el libro de faltas ni el de mala conducta de su escuela, sino que aparece en un diploma colgado a la entrada del colegio, como un homenaje de sus compañeros hacia él.
EN LOS ANALES DE SONIDOS DE LA TIERRA, hay montones de historias como las de Liqui que dan testimonio del fuerte poder de transformación que tiene la música.
“Con el proyecto, solo queríamos revivir los valores perdidos a través de la música, que la gente recupere la autoestima con el simple hecho de subir a un escenario y tocar un instrumento”, reflexiona Szarán.