En un pueblo de Holanda, un perro fue golpeado brutalmente por su dueño y lucha intensamente por recuperarse
Un día de agosto de 2006, al amanecer en un pueblo de Holanda, Ruben,* trabajador social de 31 años, se disponía a sacar a pasear a sus dos perros clumber spaniel, Angel y Stevie. Al hojear el diario, le llamó la atención una terrible noticia sobre un clumber spaniel de cinco años, llamado Bobo, al que su dueño había maltratado brutalmente: después de beber nueve litros de cerveza y tomar tres sedantes, Jan P., mecánico desempleado de 58 años de La Haya, le propinó dos martillazos en la cabeza y le dio 12 puñaladas en el cuello con un abrecartas. Bobo estaba malherido, pero seguía con vida. ¿Cómo puede una persona hacer algo así?, se preguntaba Ruben incrédulo mientras un escalofrío le recorría la espalda. Entonces le mostró la nota a su novia,
Annika,* de 29 años.
—¡Es increíble! —dice ella—. Cómo me gustaría adoptar a ese perro.
AL DÍA SIGUIENTE del abuso, domingo 13 de agosto, a las 4 de la mañana, Jan P. fue detenido y acusado de crueldad hacia un animal. Una brigada de socorristas especializados atendió a Bobo, que sangraba profusamente, y lo llevó en ambulancia a una clínica veterinaria de la vecina ciudad de Rijswijk.
Al llegar a la clínica, el perro se encontraba en estado de shock y bañado en sangre y orina. El veterinario lo anestesió, le afeitó el cuello y le limpió y cerró las heridas que podían suturarse. Después le insertó tubos para drenar la sangre y otros líquidos de las lesiones, empezó a administrarle antibióticos y le hizo radiografías para saber si tenía heridas internas. Por suerte, estaba ileso por dentro: su gruesa capa de grasa había ayudado a salvarle la vida.
Cuando concluyó el tratamiento de urgencia llevaron a Bobo a un hospital de animales para que se recuperara. Situado en las cercanías de un parque arbolado, el hospital pertenece a la Stichting Dierenambulance, institución sin fines de lucro encargada de la atención veterinaria. Al despertar de la anestesia al día siguiente, hacia las 3 de la tarde, Bobo parecía bastante decaído. No hizo más que lamer un poco del alimento que un empleado del hospital le ofreció con una jeringa especial. Eso fue suficiente emoción para su primer día de convalecencia. Luego se pasó la tarde en un rincón de su jaula, mirando al vacío con ojos ausentes. La herida roja de la cabeza resaltaba contra su pelaje claro, y tenía el cuello cubierto de apósitos y vendajes.
Eric Louwrier, director del servicio de salvamento veterinario, declaró que era un “milagro” que Bobo hubiera sobrevivido al ataque. “Ese hombre podía haberle desgarrado una arteria, y en ese caso habría muerto al instante”.
A LOS POCOS DÍAS empezaron a administrarle antibióticos mezclados con el alimento. Estaba lo bastante restablecido como para comer de todo. Yvonne van Laar, jefa de atención veterinaria del hospital, se mostraba optimista. “Es la primera señal de mejoría”, dijo.
Todos los días se limpiaban escrupulosamente las heridas de Bobo con un antiséptico para desinfectarlas y prevenir complicaciones.
El personal del hospital no tardó en darse cuenta de que el descuidado animal padecía una infección crónica en los oídos y un trastorno autoinmunitario en el ojo derecho. El hombre que estuvo a punto de matarlo confesó más tarde ante el juez que el hedor producido por la infección era lo que lo había impulsado a agredir al perro (Jan P. fue condenado a cumplir 80 horas de servicio comunitario).
Hubo que aplicarle un ungüento especial en los oídos a Bobo, y éste, molesto por el tratamiento, intentaba morder a sus cuidadores. El ojo afectado no producía lágrimas y necesitaba la aplicación de gotas cuatro veces al día. “Es probable que las condiciones en que vivía el animal hayan afectado su sistema inmunitario y dejado propenso al trastorno ocular”, explicó Pieter Smit, gerente del servicio de atención veterinaria.
Luego de tres días, cuando llegó el momento de sacarlo a pasear, hubo que ponerle la correa en la cintura porque las heridas del cuello aún no estaban suficientemente curadas como para usar un collar. Al principio, su extrema obesidad no le permitió dar más que algunos pasos. Para controlar su peso y mejorar su salud le prescribieron una dieta especial, y al poco tiempo las caminatas empezaron a prolongarse.
Aunque la mayoría de los perros maltratados se vuelve desconfiado y agresivo, en el caso de Bobo la situación no era tan grave como se esperaba. A medida que se restablecía se iba volviendo cada vez más cariñoso. A pesar de todo lo que había sufrido, era muy confiado y se acercaba a los empleados del hospital meneando la cola.
TRAS LEER LA NOTICIA del brutal abuso, Ruben y Annika fueron a la sociedad protectora de animales de La Haya para expresar su interés en adoptar a Bobo. Les respondieron que era demasiado pronto para entregarlo a un nuevo hogar, y la pareja entonces decidió esperar.
En un foro de atención veterinaria en Internet, Annika leyó un mensaje publicado por un directivo del club holandés de aficionados a los clumber spaniel, al que ella también pertenecía. El mensaje insistía en la importancia de colocar a Bobo en una familia que conozca muy bien la raza. Annika estaba totalmente de acuerdo. Ella no sólo la conocía, sino que tenía experiencia con ejemplares desatendidos. Uno de sus dos perros, nacido en Hungría, fue víctima de abandono antes de que ella lo adoptara, pero prosperó con sus nuevos dueños y se encontraba encuentra muy bien hasta la fecha. Ruben y Annika eran los candidatos ideales para darle a Bobo el hogar que necesitaba.
Bobo va hacia Annika como si fueran viejos amigos
RUBEN Y ANNIKA se casaron en septiembre de 2006. Al volver de su luna de miel en México, recibieron un llamado de Pieter Smit para saber si siguían interesados en el perro. La respuesta fue un sí entusiasta.
Ese mismo día emprendieron, nerviosos, el viaje a La Haya llevando en el asiento trasero del auto a Angel y Stevie. Luego de una breve conversación, Smit los llevó a la zona de jaulas. Los animales encerrados allí suelen reaccionar con fuertes ladridos en cuanto ven a los visitantes, pero uno de ellos no ladró: Bobo. La pareja estaba conmovida. Cuando un empleado abrió la jaula, Bobo salió con paso cauteloso, pero alegre. Meneando la cola, fue derecho hacia Annika como si la conociera de toda la vida, y se dejó acariciar plácidamente. Ni siquiera se molestaba cuando ella le daba un beso. Si se tiene en cuenta lo que ha sufrido, es increíble que el perro no muestre ninguna desconfianza. La pareja lo sacó del hospital sujeto con una correa. Cuando llegaron a casa, Ruben dejó bajar del auto a Angel y Stevie, y los tres perros se olfatearon con gran curiosidad. Todos fueron a dar un paseo al parque arbolado, donde Angel, Stevie y Bobo corrían felices juntos.
—Todo está arreglado —les dice Pieter Smit sonriendo cuando volvieron al hospital—. Bobo es suyo.
El 5 de octubre, un día soleado, Ruben y Annika se alejaban del edificio en su auto, con Bobo en el asiento trasero, mientras los empleados, reunidos en la entrada, se despedían de él. “No estoy triste —comentaba Yvonne van Laar—. Me hace muy feliz saber que ya tiene un hogar donde lo quieren”.
Durante algunas semanas Bobo siguió necesitando bastante atención médica. Hubo que aplicarle un ungüento en los párpados y gotas en el ojo derecho varias veces por día. También sus oídos necesitaron cuidados. En total eran 18 curaciones diarias. Al principio pasó la mayor parte del tiempo en un colchón que había adoptado como refugio. Si alguien se le acercaba demasiado, gruñía. Las visitas lo incomodaban.
Poco a poco, un programa que incluía muchas caminatas y una dieta especial lo ayudaron a bajar de peso. Annika agregó otros ingredientes a la comida de Bobo: espinacas y zanahorias, que son ricas en vitamina A y, en consecuencia, benéficas para los ojos.
En febrero de 2007, el ojo derecho del perro empezó a producir lágrimas otra vez, mejoría que los veterinarios ya no esperaban. Era una señal de que se sentía cómodo en su nuevo hogar y de que confía en sus dueños y en los otros perros de la casa.
HOY EN DÍA, Bobo se encuentra totalmente a gusto. En vez de echarse solo en su colchón, descansa con Ruben y Annika en el sofá, menea la cola y les da besos perrunos. Tiene el pelo más blanco que nunca. Angel y Stevie son sus mejores amigos, y les gusta perseguirse por el living dando chasquidos con las uñas sobre el piso. Le gusta que lo acaricien los niños cuando Ruben o Annika lo sacan a pasear y, como a cualquier perro normal y saludable, le encanta correr en prados, bosques y playas, donde se divierte con sus dos amigos caninos. “Ya no podemos concebir nuestra familia sin Bobo —comenta Ruben—. Ahora es parte del clan”.
* Se omitieron los apellidos para proteger la privacidad de las personas.