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Para espantar al cuco

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Ideas para que los chicos superen sus miedos.

Monstruos debajo de la cama, rayos y truenos, la oscuridad

Todos los chicos tienen temores, ya sea a cosas reales o imaginarias. Y a medida que crecen, también aumentan sus preocupaciones. ¿Les caeré bien a los chicos del equipo de fútbol? ¿Me irá bien en el examen de mañana? La mayoría de los padres se las arreglan para consolar a sus hijos y disminuir sus miedos, pero en algunos casos la ansiedad deja de ser normal y se vuelve un trastorno.

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Un niño no quiere comer porque teme atragantarse; a otro le dan miedo los animales; una nena se niega ir a la escuela porque le aterra estar lejos de su mamá todo el día. Por suerte, los padres disponen de diversos medios para ayudar a sus hijos a controlar la ansiedad.

“Las preocupaciones son parte del proceso de crecimiento y maduración”, dice Marie Cumming, terapeuta familiar y matrimonial de Waterloo, Canadá. “Es normal e incluso saludable que los chicos se preocupen un poco, porque con ello adquieren las armas necesarias para afrontar los desafíos de la vida. Ponerse nerviosos antes de actuar en una obra de teatro escolar o antes de presentar un examen importante motiva a los niños a esforzarse y dar lo mejor de sí”.

Las preocupaciones menores ayudan a forjar el carácter de los chicos y les plantean desafíos de los que pueden aprender. También existen preocupaciones que, en vez de ofrecerles un desafío, los angustian. Un niño con una inquietud así no puede afrontar lo que teme; por ejemplo, un nudo en el estómago le impide salir del auto justo antes de un partido de fútbol decisivo. Los chicos que sufren este tipo de ansiedad necesitan más ayuda que los otros (y quizá también la de un psicoterapeuta). Menos comunes son los trastornos de ansiedad extremos, los cuales impiden a los niños desenvolverse con normalidad, como el chico que le teme tanto a la suciedad que se lava las manos varias veces seguidas. Estos niños necesitan psicoterapia intensiva y, a menudo, tomar medicamentos.

De chica, Amanda Sprague* se aferraba a sus papás cuando estaba cerca de desconocidos, dormía con la puerta abierta y la luz del pasillo encendida, y tenía pavor a los insectos. Sus padres pensaban que, a su edad, nada de eso era anormal. “Pero cuando comenzó a ir a la escuela, sus angustias se multiplicaron e intensificaron”, refiere Laura,* su mamá. Cuando caía una tormenta, la nena se acurrucaba en la cama, paralizada de terror, y cierta vez que vio dos cucarachas en el techo de su cuarto, salió gritando y se negó a dormir de nuevo allí.

La comida también le provocaba mucha ansiedad, pues le aterraba la idea de atragantarse. Cuando tenía ocho años, un día dejó de comer. “Dijo que no podía tragar y que tenía algo atorado en la garganta”, cuenta Laura. “Nuestro médico descartó una infección, y una radiografía mostró que no tenía ningún trastorno físico”.

Amanda estaba tan angustiada que se le había cerrado la garganta, y esto le impedía tragar.

Días después, Amanda desarrolló un malsano miedo de morir. A la hora de acostarse, gritaba porque sentía que el corazón le latía muy rápidamente. Entonces la internaron en un hospital, donde le diagnosticaron un trastorno generalizado de ansiedad. Estaba tan angustiada que se le había cerrado la garganta, y esto le impedía tragar.

El caso de Amanda es extremo, pero ejemplifica el grave problema al que se enfrentan muchos niños y adolescentes hoy día. Si bien no hay cifras oficiales se calcula que entre el 8 y el 10 por ciento de los chicos de entre 5 y 17 años padecen trastornos de ansiedad como el de Amanda. Otros presentan problemas de ansiedad moderados.

Frecuentemente, los niños sufren en silencio porque no entienden qué les pasa o no pueden explicar sus sentimientos. Por su parte, los padres pueden pasar por alto la inquietud de sus hijos, minimizarla o malinterpretar los síntomas, ya que los niños expresan ansiedad de diversas maneras; por ejemplo, mostrando timidez excesiva, irritabilidad e incluso rebeldía.

“La detección del problema es vital. La ansiedad crónica puede generar en el niño baja autoestima, inseguridad, depresión, dificultad para establecer relaciones sanas e incluso llevarlo al suicidio”, dice Barbara Ward, trabajadora social y codirectora de kidsLink, un centro infantil de salud mental con sede en Saint Agatha, Canadá.

La ansiedad anormal durante la infancia aumenta la probabilidad de padecer trastornos emocionales y consumir drogas en la vida adulta.

Los padres pueden hacer mucho para aliviar la ansiedad de los niños (junto con psicoterapia y medicación en caso necesario).

Éstas son algunas medidas que puede tomar en casa:

 • Enfrente sus propios temores. Al preocuparse demasiado, sin querer enseña a sus hijos a hacer lo mismo. Si elude sus miedos, tampoco ellos afrontarán los suyos.
• Hable abiertamente con sus hijos sobre sus temores y sentimientos y corte de raíz su ansiedad siempre que pueda. Así sabrán que no minimiza ni se burla de sus miedos. Refuerce su seguridad en sí mismos y ayúdelos a resolver problemas. 
• Mantener abierta la comunicación con sus hijos aumentará su autoestima y les dará más armas para combatir sus temores.
Asegúrese de que sus hijos no se sientan abrumados por un exceso de actividades. Establezca un horario para hacer las tareas escolares, practicar deportes o cultivar algún arte, y permita que se relajen un rato cada día. A los niños ansiosos les gusta que las cosas estén en orden y bajo control.
• Incúlqueles buenos hábitos de alimentación y cerciórese de que duerman bien. ¿Quién no se siente más contento y relajado cuando satisface estas necesidades? El ejercicio también es esencial. Los niños ansiosos suelen sentirse cansados porque las preocupaciones los agotan; el ejercicio aumentará su energía y reducirá su inquietud.
• Aliéntelos a correr riesgos y a imponerse desafíos cada vez mayores. Esto los hará sentirse mejor consigo mismos y con sus habilidades. No les permita evitar las situaciones que les provocan miedo.

SEGÚN PAUL INGLETON, PSIQUIATRA infantil, todos los chicos necesitan salir y conectarse con el mundo. Si los deja esconderse en sus caparazones, es probable que desarrollen problemas de ansiedad en el futuro.

Michael Stambrook, psicólogo clínico y neuropsicólogo, dice: “Todos nacemos con distinto temperamento, y algunos tenemos mayor predisposición a la ansiedad que otros. Ciertas formas de ansiedad son hereditarias: si alguien las padece, es probable que sus hijos también. Aparentemente, las nenas son más propensas a la ansiedad que los varones. Éstos expresan sus emociones con acciones directas”.

¿Cuándo buscar ayuda profesional? “Si su hijo no puede encarar desafíos propios de su edad como ir a la escuela, pasar la noche en casa de amigos, hablar ante sus compañeros de clase, jugar con otros niños o dormir solo, es momento de buscar ayuda”, aconseja Stambrook.

Ciertas señales pueden revelar que su hijo tiene problemas: pesadillas frecuentes, dolor de estómago y jaqueca sin causa aparente, excesivo apego a los padres, tendencia al llanto y mala conducta. Algunos niños ansiosos también tienen insomnio, cansancio e irritabilidad, o se quejan a menudo de dolencias físicas; pueden ser perfeccionistas o desidiosos. A muchos de ellos se les diagnostica por error el trastorno de hiperactividad y déficit de atención, o se dice simplemente que son “conflictivos”.

Si le preocupa la ansiedad de su hijo, acuda al médico para descartar alguna enfermedad física. Durante la consulta, no se limite a decir que su hijo tiene preocupaciones; describa claramente los síntomas del niño; por ejemplo: “Da vueltas en la cama y no se duerme si no estoy con él”, o “Le duele el estómago cada vez que vamos a un shopping”. El médico le dirá a qué especialista recurrir.

Luego de ocho meses de psicoterapia y de tomar antidepresivos, Amanda come y duerme bien y no ha vuelto a pensar en la muerte en mucho tiempo. Cuando se siente ansiosa, anota sus preocupaciones en un diario; esto la ayuda a exteriorizar sus miedos. A veces juega con su familia el “juego de los sentimientos”, en el que sus padres, su hermana y ella hablan sobre sus emociones, buenas y malas.
“Su ansiedad ha desaparecido casi por completo”, asegura su mamá.

Es probable que Amanda sea ansiosa de por vida, pero lo que ha aprendido le servirá para afrontar cualquier temor que experimente en el futuro.

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