Es difícil no influenciarnos por las noticias que escuchamos a diario. Pero es necesario no perder de vista que las buenas nuevas no salen en televisión. Y para sorpresa de muchos, los estudios demuestran datos muy positivos: en todas partes hay menos pobreza, crimen, violencia, y más libertad y democracia.
Parece haber motivos para ser pesimistas: el Estado Islámico de Irak y Siria, el virus del Ébola, el atentado en París, deportistas que golpean mujeres, policías y bandas criminales… Se diría que la situación del mundo ha llegado a un punto insostenible. Pero, por alarmantes que sean los titulares, hay que recapacitar. No podemos creer que hoy corramos más peligro que en las dos guerras mundiales, la carrera armamentista de la Guerra Fría o la guerra entre Irán e Irak, que durante ocho años amenazó con cortar el flujo de petróleo del golfo Pérsico y paralizar la economía en todo el planeta.
¿Cómo exagerar menos la gravedad de la situación? No confíe solo en los noticieros. Las noticias son sobre hechos, no sobre cosas que no suceden. Un periodista jamás dice ante la cámara: “Estamos transmitiendo en vivo desde un país que no está en guerra”, o una ciudad donde no estalló una bomba, o una escuela donde no hubo un tiroteo. Mientras haya actos de violencia en un lugar, bastarán para llenar el espacio de las noticias. Y como la mente tiende a calcular los riesgos según la facilidad con que recordamos ejemplos, siempre nos parecerá que vivimos tiempos peligrosos.
Tampoco hay que dejarse engañar por el azar. Lo imprevisto, los gérmenes nocivos y la insensatez humana siempre están presentes en la vida, y es estadísticamente cierto que los desastres suelen superponerse parcialmente en el tiempo antes que ocurrir a intervalos regulares. Pero atribuir significado a cualquiera de estos cúmulos de males es ceder al pensamiento primitivo y dar crédito a las conspiraciones cósmicas.
Por último, no hay que olvidar la cuestión de la magnitud. Algunos actos violentos, como los tiroteos indiscriminados y los atentados terroristas, por dramáticos que resulten, fuera de las zonas de guerra producen relativamente pocas muertes. Como señala el politólogo John Mueller, casi todos los años las picaduras de abeja, los choques de autos, los incendios y otros accidentes comunes causan más muertes que el terrorismo.
La única manera confiable de juzgar el estado del mundo es contar: ¿cuántos actos violentos ha habido comparados con el número de oportunidades? ¿Esa cifra va en aumento, o es lo contrario? Si en vez de por los titulares nos guiamos por las tendencias, veremos que éstas son más alentadoras de lo que creen las audiencias de los noticieros.
Homicidios
A escala mundial, mueren de 5 a 10 veces más personas en homicidios denunciados a la policía que en guerras, y la tasa de homicidios ha caído en la mayor parte del mundo. La baja de la criminalidad registrada en los Estados Unidos en los años 90 se detuvo a principios de este siglo y se reanudó en 2006; contra la idea de que las penurias fomentan la violencia, el descenso continuó en 2008 durante la crisis de créditos hipotecarios de alto riesgo y aún persiste.
En la mayoría de los demás países industrializados, como Inglaterra y Canadá, las tasas de homicidios también han caído en el último decenio. De 88 países de los que hay datos confiables, 67 muestran una baja en los últimos 15 años. Aunque las cifras mundiales son solo de este milenio e incluyen cálculos para los países que no recopilan información, la tendencia parece ser descendente, de 7,1 homicidios por cada 100.000 habitantes en 2003 a 6,2 en 2012.
Sin duda, el promedio mundial oculta muchas regiones donde las tasas de homicidios son alarmantes, sobre todo en algunos países de América Latina y en el África subsahariana, pero incluso en esas zonas conflictivas es fácil que los titulares engañen. Por ejemplo, los sangrientos crímenes del narcotráfico en zonas de México quizá den la impresión de que todo el país vive una espiral de anarquía, pero dos factores contribuyen a disipar este temor: uno es que el súbito aumento en la tasa de homicidios del presente siglo no ha anulado la inmensa caída que el país goza desde 1940; el otro es que lo que sube tiende a bajar, y la tasa de homicidios descendió en 2013 y 2014.
Otros países con fama de peligrosos, desde Colombia hasta Sudáfrica, también han registrado bajas considerables en la tasa de homicidios. Muchos criminólogos creen que una baja mundial de un 50 % en los próximos 30 años es una meta realista para el conjunto de objetivos que las Naciones Unidas están por fijar.
Violencia contra las mujeres
La cobertura en los medios informativos estadounidenses sobre deportistas que han agredido a sus esposas o novias y sobre violaciones en campus universitarios convenció a algunos observadores de que el país vivía una escalada de violencia contra las mujeres, pero los estudios sobre victimización de la Oficina de Estadística del Departamento de Justicia indican lo contrario: las tasas de agresión sexual y violencia contra parejas llevan décadas en descenso, y hoy son de una cuarta parte o menos de los máximos registrados en el pasado. Es cierto que siguen siendo excesivas, pero alienta saber que la mayor conciencia sobre la violencia contra las mujeres ha promovido avances y puede propiciar otros más.
Aunque pocos países reúnen esta clase de información, hay motivos para creer que la tendencia no es exclusiva de los Estados Unidos. En 1993 la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer y la votación indicó un amplio apoyo a los derechos de las mujeres, incluso en las naciones que tienen prácticas más anticuadas. Muchos países han puesto en marcha leyes y campañas de concientización para abatir la violación, el matrimonio forzado, la mutilación de genitales, el asesinato por honor, la violencia doméstica y las atrocidades en tiempo de guerra.
Violencia contra los chicos
De igual manera, los artículos sobre tiroteos, raptos, acoso cibernético, maltrato físico y abuso sexual en escuelas de los Estados Unidos pueden hacer creer que los niños de ese país viven tiempos cada vez más peligrosos; sin embargo, la información indica lo contrario: en la actualidad los menores de edad de esa nación están más seguros que nunca. En un análisis de la bibliografía sobre violencia contra los niños en los Estados Unidos publicado en 2015, el sociólogo David Finkelhor y sus colaboradores informaron: “En 50 indicadores de riesgo examinados, hubo 27 caídas considerables y ningún alza significativa de 2003 a 2011. Se registraron bajas especialmente grandes en agresión, acoso y ataques sexuales”.
Se pueden observar tendencias similares en otros países industrializados, y las declaraciones internacionales han hecho de la reducción de la violencia contra los niños un asunto de alta prioridad en el mundo.
Genocidios y otras masacres de civiles
Las recientes atrocidades cometidas por el Estado Islámico y las matanzas que se siguen perpetrando contra civiles en Siria, Irak y África central han propiciado relatos de horror en los que parece que el mundo nada aprendió del Holocausto y que el genocidio persiste sin ningún control. Sin embargo, aun los hechos más atroces del presente deben verse desde una perspectiva histórica.
Desde cualquier punto de vista, la humanidad está muy lejos del punto álgido de genocidio alcanzado en los años 40, cuando las matanzas perpetradas por nazis, soviéticos y japoneses, más los ataques a blancos civiles por parte de todos los contendientes en la Segunda Guerra Mundial, produjeron una tasa de mortalidad de la población civil de 350 de cada 100.000 habitantes al año. Aunque los actos autoritarios de Stalin en la Unión Soviética y los de Mao en China mantuvieron la tasa entre 75 y 150 hasta la primera mitad de los años 60, desde entonces no ha dejado de bajar.
Este descenso se alternó con aumentos súbitos y periódicos de masacres: Biafra (1966-1970; 200.000 muertes), Sudán (1983-2002; un millón), Afganistán (1978–2002; un millón), Indonesia (1965–1966; 500.000), Angola (1975–2002; un millón), Ruanda (1994; 500.000) y Bosnia (1992–1995; 200.000). Si tenemos en cuenta estas cifras al considerar los actuales horrores en Irak (2003–2014; 150.000 muertes) y Siria (2011–2014; 150.000), veremos que no son presagios de una nueva edad oscura.
En general, el genocidio y otros asesinatos masivos de civiles muestran una clara tendencia descendente. Aunque las comparaciones con décadas anteriores son imprecisas debido a la inexactitud de las estadísticas actuales, se calcula que la tasa de matanza de civiles ha caído unas 100 veces con respecto a la década que siguió a la Segunda Guerra Mundial, y unas 1.000 veces comparada con la época de la propia guerra. En otras palabras, los civiles del mundo corren en la actualidad varios miles de veces menos riesgo de ser atacados que hace 70 años.
Guerras
Los investigadores que estudian la guerra y la paz distinguen entre “conflictos armados”, que matan apenas a 25 personas al año (entre soldados y civiles atrapados en la línea de fuego) y “guerras”, que matan a más de 1.000. También hacen la diferencia entre conflictos “internacionales”, que enfrentan entre sí a los ejércitos de dos o más países, y “civiles”, en los que se enfrentan un Estado y una insurgencia o fuerza separatista interna, a veces con la intervención armada de otro país. En un avance histórico sin precedente, el número de guerras internacionales ha caído en picada de 1945 a la fecha, y el tipo más destructivo de guerra, el de grandes potencias o países desarrollados que pelean entre sí, ha cesado por completo. La última fue la Guerra de Corea.
El final de la Guerra Fría coincidió con una marcada reducción en el número de conflictos armados de todo género, incluidas las guerras civiles, y los acontecimientos recientes no han revertido esta tendencia. En 2013 se registraron 33 conflictos armados civiles en el mundo, cifra equiparable a las de los últimos 12 años y muy inferior al máximo de 52 que se produjo poco después del término de la Guerra Fría. El Programa de Información sobre Conflictos de Upsala, en Suecia, también señala que en 2013 se firmaron seis tratados de paz, dos más que el año anterior.
Sin embargo, otro hecho reciente es menos alentador: el número de guerras saltó de cuatro en 2010 (el mínimo desde el final de la Segunda Guerra Mundial) a siete en 2013. Estas guerras se produjeron en Afganistán, la República Democrática del Congo, Irak, Nigeria, Pakistán, la República de Sudán del Sur y Siria. En 2014 estallaron cuatro guerras más, lo que eleva el total a 11. Este salto, el más brusco desde el final de la Guerra Fría, nos lleva al mayor número de guerras desde el año 2000.
La tasa mundial de mortalidad en batalla también aumentó durante 2014, sobre todo por la guerra civil en Siria. Aun así, hay que ver este aumento en perspectiva: si bien anuló el avance de los 12 años anteriores, la tasa es muy inferior a las de los años 90, y no admite comparación con las registradas entre los 40 y los 80.
Digamos sí a la esperanza y no al amarillismo
A juzgar por los acontecimientos y las estadísticas, el fin del mundo no ha llegado. Las formas de violencia a las que es vulnerable la mayor parte de la población —homicidio, violación, abuso sexual y maltrato de menores— registran una disminución constante en casi todo el mundo. Las guerras internacionales, que son con mucho las más destructivas, se han vuelto obsoletas. Entonces, ¿hay otra manera de percibir el mundo?
Todo indica que sí. Podemos empezar por no hacer caso a los comentaristas y columnistas que exageran la impresión de caos generalizado, y darle un repaso a la historia. Examinar los acontecimientos del pasado reciente nos permite situar los hechos actuales en un contexto inteligible. También podemos consultar los análisis de datos sobre violencia, que hoy día son accesibles para todos en tan solo unos clics.
Si prestáramos más atención a las pruebas y menos a los titulares catastrofistas e incendiarios, veríamos muchos beneficios. Esta actitud moldearía y ajustaría nuestras reacciones nacionales e internacionales a la magnitud de los peligros que enfrentamos, y también limitaría la influencia de terroristas, trastornados que realizan tiroteos en escuelas y otros perpetradores de violencia. Podríamos disipar el miedo y despertar de nuevo la esperanza del mundo.