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Recorriendo Vietnam: Hanoi en acción

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Descubrí Hanoi, una impresionante ciudad que logró fusionar lo antiguo con lo ultramoderno.

Un destino exótico que vale la pena conocer

«No tengas miedo y no corras”, dice una cálida voz alemana detrás de mí. “Sobre todo, no cambies de idea”. Dudo. Estamos hablando de cruzar Dinh Tien Hoang, una calle muy transitada del casco antiguo de Hanoi. Un incesante fluir de motos, rickshaws y algún todoterreno ocasional circula en las dos direcciones. El alemán quiere decir que si actúo como un ciervo indeciso, me atropellarán. Camina con cuidado pero con determinación entre el tráfico e irás sorteando los vehículos.

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Llegué a Vietnam con mi iPhone, un par de mudas de ropa y poco más. Mi idea era gastar lo mínimo, empaparme de lo exótico e intentar algo nuevo. Estaba decidido a ver todo lo posible durante una semana en Hanoi y guiarme más por las vicisitudes y la suerte que por las guías. Logro cruzar la calzada con la ayuda del alemán que se encuentra a mi lado. Los ríos de vehículos pasan a nuestro alrededor como corrientes cambiantes. Por raro que parezca, nadie toca la bocina y conseguimos llegar a la lejana vereda de enfrente, en la orilla del Lago Hoan Kiem. “Muchas gracias”, le digo, y me doy vuelta para mirarlo, pero el alemán ya ha desaparecido.

Junto al lago Hoan Kiem se asienta esta ciudad de 2,7 millones de habitantes al norte de Vietnam. El nombre significa “lago de la espada recuperada”, y hace referencia al arma que una legendaria tortuga gigante entregó al general Le Loi para que expulsara a los ocupantes chinos en el siglo XV. La oscura extensión verde sigue poblada de tortugas. La ciudad celebró su primer milenio en 2010. Fue en 1010 cuando el gobernante del país, Ly Thai To, trasladó la capital aquí.

Veo muchedumbres de personas practicando taichí en las orillas del lago y a ágiles deportistas practicando bádminton con los pies, en vez de con raquetas. Las quinceañeras se sacan fotos ante el fresco de un tigre en la puerta del Templo de Ngoc Son. Los adoradores queman varitas de incienso en las rocas de arriba. En el camino de vuelta hacia el hotel The Queen, camino por la calle Hang Be, donde encuentro un “mercado de pescado” que parece sacado de una postal. Fascinado, descubro una docena de especies de gambas, calamares, almejas y anguilas vivas, flotando en cubos que se alinean en fila. Una mujer con tacos se acerca en su scooter. Señala una anguila, dice unas palabras y observa cómo cortan al animal en filetes y lo envuelven en papel madera. Agarra el paquete y se va a toda velocidad. “¡Cómprelo vivo! ¡Cocínelo!”, grita el pescadero en vietnamita.

En una panadería, me sirvo unos panes y después, con más fuerzas ya, salto al asiento trasero de una moto-taxi. Esa es la forma de experimentar Hanoi: zumbando como una avispa en una Vespa tuneada. El conductor me deja en el Templo de la Literatura, universidad centenaria. Actualmente, es una atracción turística y está dedicado a Confucio y a la cultura ancestral de Hanoi. Es tranquilo y místico, y se sitúa alrededor de una serie de patios unidos. Camino por unas estelas de piedra con forma de tortuga grabadas con los nombres de los graduados más insignes que datan de 1442. Después, paso por el Pozo de la Claridad Celestial, a través de la Puerta del Gran Éxito, alrededor de la Gran Casa de Ceremonias, y entro en el gran vestíbulo de la educación. En él, estudiantes y visitantes se arrodillan, rezan y hacen pequeñas ofrendas a las estatuas gigantes de tres reyes de la antigüedad y a una estatua de bronce de un rector venerable. Parece ser que el templo es un tipo de iglesia de la enseñanza.

A continuación, decido visitar el clásico hotel colonial francés Sofitel Legend Metropole. Los precios de las habitaciones están muy por encima de mi idea de gastar lo mínimo, pero el almuerzo buffet Hanoi Street del hotel, en el que se puede comer todo lo que uno quiera, es una ganga. Empiezo por la sopa de espárragos silvestres y por los calamares a la plancha, sigo con los langostinos cocidos en hojas de berro y después me sirvo un buen plato de lubina y raya sobre citronela con salsa de fruta de la pasión, según lo describe el elegante mozo que me atiende. “¿Ha leído El americano impasible?”, pregunto al mozo, haciendo referencia a la subestimada novela de Graham Greene sobre los inicios de la Guerra de Vietnam. “No entera”, responde sonriendo. “Pero sé que se escribió en el ala vieja del hotel”.

Sostengo la página que estoy leyendo sobre un postre de pitaya y mangostán. Me olvidé de traer mi copia del libro, pero no importa; todos los días, algún insistente estudiante que se gana la vida como guía turístico me encuentra y me ofrece una bolsa de títulos, entre los que se incluyen los clásicos de Greene, pirateados en fotocopias. A la mañana siguiente, me dirijo a la Prisión de Hoa Lo. Construida a finales del siglo XIX por el gobierno colonial francés para albergar a los prisioneros vietnamitas, Hoa Lo albergaría después a los prisioneros de guerra norteamericanos durante la Guerra de Vietnam y se le apodó el Hilton de Hanoi. Lo que queda de la prisión es un museo. La mayoría de las obras representan la ocupación francesa: frisos de carceleros franceses torturando a los patriotas en palanganas de agua o con palos y porras y esculturas que representan a vietnamitas con grilletes.

Algunas exposiciones tratan de la “Guerra americana”, como la llaman aquí, e incluyen un video del antiguo secretario de Defensa de los Estados Unidos, Robert McNamara, pidiendo perdón por el conflicto. En el Museo de Historia Militar de Vietnam, mi siguiente parada, observo a las jóvenes vietnamitas sacarse fotos en los patines de aterrizaje de un helicóptero Huey norteamericano de la época de la guerra. Cuando se tiene en cuenta que aproximadamente tres millones de vietnamitas murieron en la contienda, es asombroso pensar cómo aquí han superado la “Guerra Americana”. “No hay que mirar atrás”, es la frase que se oye por todas partes en esta controvertida ciudad.

La historia se hace presente

Dejando para la última la más popular de estas sombrías atracciones, al día siguiente entro en el Mausoleo de Ho Chi Minh. El Tío Ho, como se lo conoce, fue líder marxista, se convirtió en presidente de Vietnam del Norte en 1945 y se deshizo de los japoneses, franceses y norteamericanos. A las 8 de la mañana, la cola en la puerta ya es larga y hay ómnibus de escolares con sus uniformes de camisa blanca y pañuelo rojo junto a la plaza  Ba Dinh. Dentro, Ho Chi Minh yace en reposo dentro de una urna de cristal. Desfilamos en silencio, observando su cuerpo pálido y abotargado. Es un poco escalofriante, así que salgo y me dirijo al restaurante Green Tangerine, situado en el casco antiguo. Estoy bastante contento con mi planteamiento de dejarme llevar por esta ciudad contradictoriamente encantadora, en la que los visitantes pueden escarbar tanto en la guerra como en el marisco, con cuidado de “no mirar atrás” pero también de “no olvidar”.

Durante mi último día en Hanoi, ciudad de pequeños comercios, me voy de expedición a ver qué encuentro. Compro media docena de preciosos pijamas de seda a rayas a 18 dólares cada uno. Compro unos jarrones laqueados, una joya de cuerno de búfalo, monederos bellamente bordados por las tribus de las montañas… tantos productos que le pregunto al director del hotel dónde puedo comprar una valija para que me quepa todo. “Llamaré a mi amigo”, dice. Llego horas después al comercio del amigo. Abre la puerta, se frota los ojos somnolientos y me lleva al piso de arriba donde tiene un almacén lleno de repisas de bolsos blandos y valijas duras. “Me gustaría llevarme varios de estos bolsos”, digo. “Cuarenta dólares cada uno”. “Quince”, regateo. Se abre la puerta. Aparece su mujer en bata. “Treinta dólares”, dice ella tomando el mando. “Veinticinco”, digo. El hombre teclea la cifra en la calculadora y le muestra a su mujer el total. Ella sonríe. “Trato hecho”. De repente, se oye un grito de sorpresa. Es su hija de 13 años, que se avergüenza al aparecer con la cara llena de rodajas de pepino. Los padres se ríen. La niña vuelve al baño pero antes, se da vuelta y hace una doble señal de la victoria con los dedos. Es un momento inocente. “La inocencia es un tipo de demencia,” censuraba Graham Greene. Mis seis días en Hanoi han sido un poco de ambas cosas, de la forma más gratificante.

Recomendaciones

  • Cuándo ir: Los mejores meses para visitar Hanoi son marzo y abril, porque el tiempo es templado y agradable, o entre septiembre y noviembre, porque es más fresco, aunque seco y estable.
  • Visados: Antes de ir es importante comprobar si necesita visado, cuál es la mejor forma de conseguirlo, cuánto tardarán en dárselo y cuánto le costará.
  • Dónde dormir: Los turistas que busquen lujo pueden considerar la opción de ir al Sofitel Legend Metropole Hotel (www.sofitel-legend.com/hanoi/en) o al Hotel de Opera (www.hoteldelopera.com), ambos en el Casco Antiguo. Opciones menos caras pero igualmente cómodas son el Quoc Hoa Hotel (www.quochoahotel.com), los Church Boutique Hotels (www.churchhotel.com.vn) e, incluso, más barato aún, el Queen Hotel (azqueentravel.com), todos en el Casco Antiguo.
  • Dónde comer: Pregúntele a 100 personas el mejor lugar para comer en Hanoi y conseguirá 100 respuestas distintas. Algunos de los más populares son: Green Tangerine (greentangerinehanoi.com), 48 Heng Be, al norte del Lago Hoan Kiem, que ofrece un menú fusión francés/vietnamita, y el Nha Hang Ngon Restaurant, 26 Tran Hung Dao, situado en un edificio de estilo colonial en el Casco Antiguo y conocido por su excelente comida.
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