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Buenos Aires: los históricos mateos

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Los carruajes llamados popularmente mateos se resisten a extinguirse y siguen siendo una gran atracción turística en la ciudad.

¿Cómo surgió el nombre de «mateos»?

“Mateo” fue una pieza teatral que compuso Armando Discépolo en 1923 sobre las desventuras de un humilde cochero de carruajes que se veía desplazado por el progreso y la llegada del automóvil. Pero fue tal la popularidad de la obra de teatro, que los porteños comenzaron a aplicar el nombre “mateo”—que en la obra era el nombre del caballo—a todos los carruajes de tracción a sangre.
Y aquel vehículo que, hasta ese momento había cumplido la función de taxi, se convirtió poco a poco en una curiosidad turística de la ruidosa Buenos Aires.
Con el paso de los años, los carruajes con caballos fueron limitados a la zona de Palermo. Todos los días, frente a la puerta enrejada del Jardín Zoológico, una docena de mateos aguarda a los turistas que deseen realizar un paseo muy especial por los bosques laberínticos y el lago del Rosedal.
La identidad de cada carruaje se la otorgan las decenas de objetos que decoran su interior. Muñecas, juguetes, flores y hasta chapitas de bebidas antiguas son los recuerdos que dejan los paseantes para darle al mateo algo de su identidad.
Rodolfo Loretta tiene 82 años de vida y 72 como chofer. “A los diez años, mi tío comenzó a enseñarme a conducir estos carruajes, y fue amor a primera vista. Nunca más pude despegarme”, recuerda.
“Pero hoy somos solo un puñado de choferes de mateos. Y aunque esta profesión es hermosa, el futuro no parece muy seguro. Los jóvenes buscan otras diversiones y para nosotros es difícil explicarles y transmitirles este sentimiento de amor que tenemos por los caballos”, reflexiona Rodolfo.
Pero de hecho, los mateos se resisten a extinguirse. Cuando Rodolfo pone en marcha su carruaje, se oye el rítmico tintinear de los cascabeles que cuelgan de su compañera incondicional, la yegua “La Rubia de Palermo”.
El paseo comienza en las puertas del zoológico y sigue por la Sociedad Rural, la Embajada de los Estados Unidos, el Jardín Japonés, la elegante Avenida Del Libertador y el Planetario, para luego introducirse en los bosques.

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Conociendo más a sus conductores

Según lo requiera la nacionalidad de los pasajeros, Rodolfo puede apelar a su lunfardo perfecto, francés eficaz o inglés experimental para explicar a los turistas curiosidades y detalles de los sitios que se observan durante el recorrido.
“El mateo cumplió históricamente la función de medio de transporte, pero fue desplazado primero por los tranvías a caballo y luego, por el automóvil. El colectivo y el subterráneo llegaron más tarde”, recuerda Rodolfo.
El paseo llega a su fin. El chofer tiene la esperanza que la tradición del mateo continúe viva, pero no sabe por cuánto tiempo. Pese a todo, para Rodolfo lo importante es seguir experimentando la sensación que le regalan los turistas que se suben a su carruaje. “Eso no se puede comprar ni conseguir en ningún otro lado”.

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