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¿Por qué los hombres no lloran?

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Desde pequeños, los
varones aprenden que si derraman una sola lágrima en público, parecerán
debiluchos. Pero el llanto solía ser bastante varonil. Hasta Jesús sollozó.

Un pensamiento que arrastramos «culturalmente»

Una
de nuestras ideas más arraigadas sobre la masculinidad es que los hombres de
verdad no lloran. Pueden derramar una lágrima discreta en un funeral, sí; pero
se espera que se controlen. Sollozar abiertamente es cosa de nenas.

No
solo es una expectativa social.
Un estudio demostró que las mujeres reportan llorar significativamente más que los hombres, cinco veces más seguido, en
promedio, y durante casi el doble de tiempo por episodio.

Así
que, quizá, sea sorprendente enterarse de que la brecha de género en el llanto
parece ser una tendencia reciente. Antes los hombres lloraban a menudo. Y a
nadie le parecía algo femenino ni vergonzoso. 

Por
ejemplo, en crónicas de la Edad Media encontramos a un embajador que
constantemente rompe en llanto al dirigirse a Felipe III de Borgoña; acto
seguido, todos los asistentes al congreso de paz se tiran al piso, entre
sollozos y gemidos, mientras escuchan el diálogo.

En
las novelas medievales, los caballeros plañían solo porque extrañaban a sus
novias. En Lancelot, el Caballero de la Carreta, de Chrétien de Troyes, el
mismísimo héroe, Lancelot, solloza tras una breve separación de Ginebra. En
otro pasaje, una dama es su pañuelo de lágrimas por el hecho de pensar que no
podrá asistir a un gran torneo a causa de su cautiverio. Y lejos de disgustarse
por este lloriqueo, la mujer se conmueve y busca ayudarlo. En estas historias
jamás se menciona episodio alguno en el que los hombres intenten retener u
ocultar sus lágrimas. Ninguno dice: “Me entró una basurita en el ojo”. Tampoco
tienen una excusa para salir de la habitación: lo hacen a lágrima viva en un
salón lleno de gente, con la cabeza en alto. Y sus compañeros no se burlan; a
todos les parece una admirable expresión de sentimientos.

Un poco de historia escrita…

La
Biblia está llena de referencias a llantos efusivos: reyes, pueblos enteros e
incluso Dios mismo, encarnado en Jesús. De hecho, uno de los versos más famosos
de la Biblia, Juan 11:35, dice: “Jesús lloró”.

¿A
dónde se fueron las lágrimas masculinas? No hubo movimiento antilágrimas.
Ningún jerarca o jefe de estado implementó medidas para desterrarlas. No
obstante, durante el Romanticismo, los lamentos masculinos estaban reservados
para los poetas. Y, entonces, ya solo fue cuestión de dar un pequeño salto para
llegar a los héroes con caras de póquer de Ernest Hemingway, quienes, a pesar
de sus inclinaciones poéticas, no podían externar su dolor de ninguna otra
manera que no fuera bebiendo y disparándole a uno que otro búfalo.

La
explicación más obvia es que este cambio haya sido resultado de las
modificaciones que se produjeron
cuando pasamos de ser una sociedad feudal agraria a una urbana e industrializada. En la Edad Media, la mayoría de las
personas pasaba su vida entre sus paisanos, a quienes conocía de toda la vida.
Una villa común y corriente tenía entre 250 y 300 habitantes, la mayoría de
ellos relacionados por parentesco o matrimonio. Si los hombres lloraban, lo
hacían con quienes les tenían empatía.

Pero,
entre los siglos XVIII y XX, la población urbana creció y la gente empezó a
vivir entre miles de extraños
. Además, los cambios en la economía llevaron a
los hombres a las fábricas y oficinas para trabajar juntos y, en dichos
lugares, las expresiones emocionales o hasta las conversaciones eran vistas
como una pérdida de tiempo. Como Tom Lutz explica en El llanto. Historia
cultural de las lágrimas: “No quieres que las emociones interfieran con el
suave flujo de las cosas”.
 

Uno
de los versos más famosos de la Biblia, Juan 11:35, dice: “Jesús lloró”.

Un necesario desahogo

Sin
embargo, los seres humanos no fueron diseñados para tragarse sus emociones y
hay razón para creer que contener las lágrimas puede afectar el bienestar.
Diversas investigaciones realizadas en la década del 80 han sugerido que existe
una relación entre males asociados al estrés y la falta de llanto. Esta acción
también está ligada con la felicidad y la riqueza. Se ha observado que aquellos
países cuyos habitantes sollozan con mayor frecuencia tienden a ser más
democráticos y su población más extrovertida. También podría sufrir si opta por
esconder sus lágrimas de los otros, tal como ahora se espera de los hombres.
El llanto puede ser una herramienta para pedir cuidados. Si bien podría ser
inapropiado durante una revisión de desempeño laboral, podría ser una forma
sencilla de hacerle saber a los que lo rodean que necesita apoyo.

Los
tabúes al respecto tienen una repercusión: los varones suelen recibir menos
ayuda que las mujeres cuando padecen depresión. Esto, a su vez, influye en las
tasas de suicidio (los hombres tienen entre tres y cuatro veces más
probabilidades de suicidarse que las mujeres) y de alcoholismo y drogadicción.

Es
momento de abrir las compuertas del llanto. Es tiempo de que los hombres dejen de
imitar las caras inescrutables de los héroes de películas y ser más emotivos
como aquellos de Homero en la Ilíada, como los reyes, santos y estadistas que,
durante los miles de años, han llorado sin tapujos ni prejuicios. Cuando ocurra
una desgracia, todos, hombres y mujeres, juntémonos y lloremos hasta empaparnos
la camiseta
. Porque, como dice el Antiguo Testamento: “los que sembraron con
lágrimas, con regocijo segarán”.

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