Consejos para que la responsabilidad de hacerse cargo de los padres no se convierta en una carga.
Cuando la madre de Alfredo Llanos fue jubilada de manera forzosa a los 62 años, la vida de toda la familia cambió dramáticamente. La mujer, profesora de Historia y Geografía, y viuda desde hacía muchos años, siempre había vivido en su propia casa y se manejaba con total independencia de su único hijo, Alfredo, casado y con una hija pequeña. Pero al jubilarse, la docente cayó en un pozo depresivo y de abandono al que se sumó luego un accidente cerebro vascular. Aún así ella prefirió seguir viviendo sola; hasta que un día Alfredo fue a la casa, luego de intentar en vano una comunicación telefónica, y la encontró tendida en la bañera, hablando incoherencias. “La situación se tornó insostenible, pero yo no podía traerla a vivir conmigo”, dice Alfredo.
La situación de Alfredo es cada vez más frecuente. En la Argentina se estima que casi 3.5 millones de personas (el 70 por ciento del total de mayores de 60 años) no viven solos y dependen del cuidado de sus familiares. Por otra parte, es relativamente muy baja la cantidad de ancianos internados en instituciones especializadas, públicas y privadas, apenas 1% del total. La pregunta es entonces cómo atender y cuidar a los padres cuando uno no es un especialista.
Enfrentar el estrés
La mayoría de los familiares o amigos afronta esta situación sin estar lista para semejante responsabilidad. “Hacerse cargo de un anciano surge a veces por una afección repentina, como un infarto o un accidente cerebro vascular, o puede ser un proceso lento, que se instala paulatinamente”, dice la licenciada Susana Aguas, directora del programa “Cuidando a los que cuidan”, de la Secretaría de Desarrollo Social de la ciudad de Buenos Aires.
La atención que suelen ofrecer los cuidadores, generalmente hijos o familiares, no se refiere tanto a cuestiones del ámbito geriátrico, sino a tareas más funcionales (como limpiar la casa, hacer las compras o ir al médico), u otras actividades básicas (comer, caminar o bañarse) . “Generalmente a lo largo del tiempo hay una evolución progresiva en la dependencia, desde lo funcional hacia lo más básico”, afirma la licenciada Aguas.
Los expertos señalan que en el caso de padres e hijos, esta transformación en una relación de dependencia genera un “quiebre” en el vínculo. El padre se da cuenta de que pierde su independencia, y el hijo también toma conciencia de que ha perdido parte de su autonomía cuando debe dedicarse a cuidar a otra persona y postergar muchos de sus proyectos.
“Es imposible prepararse para esta situación porque es una realidad que se impone, independientemente de la voluntad del paciente o del cuidador. Se trata de un cambio forzoso”, afirma la especialista.
Las exigencias y las demandas suelen superar la capacidad de respuesta de las personas, y eso resulta estresante.
En este sentido, la Sociedad Argentina de Medicina del Estrés sugiere el abordaje del agotamiento del cuidador desde un enfoque integral. El presidente de la entidad, Daniel López Rosetti, lo resume en estos tres pilares:
1) El cuidador debe prestar atención a la salud de su propio cuerpo, con una buena alimentación, técnicas de respiración y relajación, y ejercicios aeróbicos.
2) Además, muchas veces debe modificar conductas y hábitos anteriores. “Hay que darle mayor importancia a los tiempos de descanso personal, la expansión del círculo de amistades, hobbies y pasatiempos. Cuantas más herramientas y recursos se empleen, tanto mejor será el resultado”.
3) Un cambio en la filosofía de vida, resumido en una vieja oración: “Dios, dame el coraje para cambiar las cosas que puedo, la serenidad para aceptar aquellas que no puedo modificar, y la sabiduría para reconocer la diferencia”.
Favorecer la independencia
En un primer momento, la mayoría de los cuidadores no se ven forzados a posponer su vida personal o sus proyectos para atender a sus padres. María Angélica Muzzi, de 51 años, cuyos padres rondan los 80 años, implementó en la vivienda de ellos una serie de modificaciones que les permitió a los ancianos seguir manejándose con cierta autonomía. “Lo primero que hice fue convencer a mi papá de que debía usar andador, lo que evita accidentes caseros. Luego puse agarraderas junto a las paredes y adaptadores en los inodoros”, dice. Estos cambios le permitieron a María Angélica continuar con su actividad como madre y docente. El único cambio en su vida personal fue acompañar periódicamente a sus padres a los controles médicos.
La consigna de los especialistas es: Favorecer la independencia de los mayores el máximo tiempo posible, tratando de respetar su intimidad y privacidad.
Sin embargo, muchos observan que son los propios cuidadores quienes pueden promover la dependencia. “Hay gente que da de comer a sus padres porque si lo hicieran ellos solos tardarían más tiempo. O también prefieren llevarlos al baño, sentarlos y limpiarlos, para no tener que esperar a que hagan las cosas a su ritmo”, afirma la licenciada Aguas. En este sentido, la Organización Mundial de la Salud menciona tres premisas para el cuidado de ancianos: Promover su dignidad, Alentar su participación y Velar por su seguridad.
Red de apoyo
El psiquiatra fue muy claro cuando le dio el alta a la mamá de Juliana Arizmendi, de 31 años, luego de un mes internación por trastorno bipolar: “Tu mamá ya no puede vivir sola en su casa”.
La alternativa que se le presentaba entonces a Juliana era llevar a su mamá de 57 años a vivir con ella. Pero madre e hija tenían una larga historia de conflictos que hacía inviable la convivencia.
“Los adultos mayores pueden tener toda la indefensión y fragilidad de un bebé, pero ya no su inocencia, y por lo tanto puede haber roces como con cualquier adulto. Cuando la relación entre el familiar y el anciano ha sido conflictiva, el vínculo suele deteriorarse aún más en la vejez”, señala la licenciada Aguas, que trabaja en la Red Internacional de Prevención del Abusto y Maltrato en la Vejez. “Por eso, es necesario estar alerta a los signos de maltrato en las dos direcciones, hacia el anciano, pero también hacia el cuidador”.
Por otra parte, el hecho de que haya un “cuidador principal” no implica que no pueda haber una red de apoyo que incluya a otros familiares, amigos, o personal contratado.
Así fue como Juliana Arizmendi pensó en armar esa red de apoyo a su mamá, sin traerla a su casa. Lo primero que hizo fue contratar una enfermera de día, que ya había cuidado a otra señora amiga. Además coordinó con la pareja de su mamá para que se comprometiera a estar en la casa en el horario nocturno, y comenzaron a turnarse entre los dos para realizar las compras.
Juliana mantiene un contacto telefónico diario con su mamá y fortaleció también su propia red de apoyo, con amigos y compañeros que la sostienen en los momentos difíciles.
Los expertos afirman también que la decisión de traer a los ancianos a casa no debe ser tomada en forma apresurada. “Hay que evaluar y conversar sobre la posible reacción de los nietos y del resto de la familia, cuál va a ser el espacio privado y el espacio común, cómo se manejarán los gastos… Son cuestiones que muchas veces deben ser consultadas con un profesional”, afirma la licenciada Patricia Guido, responsable de la Cátedra de Vejez, de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires.
¿Internación?
La licenciada Elia Toppelberg, psicóloga especializada en Tercera Edad, sugiere en su libro Mi madre envejece… ¿qué hago? la evaluación de las siguientes cuestiones antes de decidir la internación:
- ¿Hay lugar en mi casa para que el anciano pueda vivir sin alterar el orden familiar?
- ¿Hay posibilidad de que viva en su casa acompañado por un cuidador?
- ¿Existe la alternativa de que comparta la vivienda con algún familiar que esté en circunstancias similares o con un amigo?
- ¿Quién pagará los gastos del hospital geriátrico?
Cuando Alfredo Llanos encontró a su madre tendida en una bañera y hablando incoherencias se enfrentó precisamente a este dilema. “Era imposible traer a mamá a casa sin trastornar toda la vida de toda mi familia, y tampoco estaba yo en condiciones de pagar una enfermera a domicilio. Su vida ya había quedado en riesgo demasiadas veces, por lo que su psiquiatra me planteó la necesidad de internarla”, recuerda.
La cuestión le llevó un tiempo de asimilación y de búsqueda del lugar más adecuado. Luego, en una decisión extremadamente difícil que tomó junto al psiquiatra, Alfredo tuvo que seguir una “estrategia” para internarla: la llevó “de visita” al hogar de ancianos, y al rato se retiró de allí silenciosamente, con todo el dolor de su alma.
“Ya pasó un año y medio desde su internación. Y mi mamá cambió mucho desde que está en un ‘ambiente controlado’”, dice. La calidad de vida de la anciana mejoró significativamente en cuanto a su alimentación, higiene y lucidez. Alfredo la visita al menos una vez por semana y la llama por teléfono todos los días.
“Continuamente tengo que renovar mi auto-convencimiento de que esto es lo mejor para ella —dice—. Es una ‘mochila’ muy pesada que resulta difícil de llevar. Si estuviera en mejor situación económica preferiría pagarle una persona que la cuide en su casa. Pero entre las opciones posibles esta es la alternativa más satisfactoria para su propia calidad de vida”.
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