Un grupo de especialistas analiza las manías, obsesiones, rarezas y hábitos estrafalarios de nuestros lectores, y emite su dictamen.
Aparte de los que somos alérgicos a la introspección, ¿quién no se ha preguntado si alguna extravagancia suya es normal o señal de locura? Ninguno de nosotros es tan cuerdo como aparenta serlo, pero nadie puede decir tampoco que cada cosa extraña que hacemos es una prueba irrefutable de locura. De hecho, muchas de nuestras manías demuestran que somos solo eso, maníacos, y no que nos falte un tornillo y deban encerrarnos en una institución mental.
¿Cómo distinguir entre lo que es normal y lo que no?
Empecemos por leer las cartas que aparecen a continuación, enviadas por lectores como usted, las cuales fueron analizadas por nuestro equipo de psiquiatras, psicólogos y otros terapeutas. ¡Tal vez se reconozca en alguna de ellas!
1. A veces, cuando duermo una siesta, tengo sueños raros, y me despierto pensando que son cosas reales. Solo después de unos segundos, cuando me despabilo, me doy cuenta de que estaba soñando. ¿Son chifladuras mías?
DICTAMEN: ¡No está loco! Lo único raro en usted es que es de las pocas personas que pueden darse el lujo ¡de dormir una siesta! El consenso unánime de nuestro equipo de expertos es que no está loco. Todos tenemos sueños raros, así que es normal que al despertarse se sienta confundido o desorientado por unos instantes, sobre todo si está en un lugar no habitual, como un hotel. La confusión “es normal porque dura sólo unos segundos”, dice la psicóloga Margaret J. King, directora del Centro de Estudios y Análisis Culturales de Filadelfia, quien estudia el comportamiento de diversos grupos étnicos para determinar qué conductas son universales y cuáles no. “Lo que no sería normal es seguir creyendo que lo ocurrido en el sueño es real”, señala. Ese no es su caso, así que relájese.
2. Tengo 50 años y ya me está costando trabajo recordar los nombres, incluso los de personas que han sido mis colegas durante años. Hace poco dejé mi auto en el estacionamiento del trabajo, y al final del día no recordaba dónde lo había dejado. ¿Debería preocuparme?
DICTAMEN: Perfectamente normal. Puede estar tranquilo. Dice que se está volviendo olvidadizo, pero eso es normal y previsible para la edad que tiene, afirma el psicólogo Alan Hilfer, director de Psicología del Centro Médico Maimónides, en Nueva York. “Es por eso que las personas, a partir de los 50 años, empiezan a llamar ‘amigo’, ‘campeón’ o ‘querido’ a todo el mundo”, explica. Que se olvide de algunas cosas no es señal de senilidad inminente, asegura Hilfer, a menos que no pueda recordar dónde dejó un zapato y luego lo encuentre dentro de un armario. Si algo así llega a pasarle, tendrá que consultar a un neurólogo. Y tampoco se preocupe por no recordar dónde dejó estacionado el auto: eso es algo tan normal que es un chiste común en los programas de televisión. Si no recuerda ningún programa de la tele, entonces sí tendrá que consultar a una de esas personas que usan delantal blanco y se cuelgan un estetoscopio del cuello.
3. Cuando hay personas comiendo, no soporto el ruido de los tenedores y las cucharas al tocar los platos y los tazones. Me dan escalofríos, náuseas y dolor de cabeza. También me enferma el ruido de las personas que mastican con la boca abierta. ¿Hay algo malo en mí?
DICTAMEN: Un poco anormal. Es comprensible que la irriten esos ruidos porque a todos nos molestan a veces. Quizá se pregunte por qué hay gente que come con la boca abierta. Pero es evidente que es extremadamente sensible a molestias menores, dice la psicóloga Pauline Wallin. “La comprendo, porque yo también soy muy sensible a ciertos sonidos”, comenta. “Por ejemplo, la voz aguda de algunas actrices me irrita tanto que corro a apagar la televisión cuando las oigo”. En opinión de Archelle Georgiou, médica interna de Minneapolis, tal vez padezca un trastorno poco común llamado misofonía. Se trata de una aversión intensa a ciertos sonidos, como los que emiten los silbatos de trenes, los instrumentos musicales y las personas (al respirar o comer, por ejemplo). Según el grupo de apoyo británico Misophonia UK, las personas misofónicas suelen sentir un deseo abrumador de “escapar de todo lugar donde hay ruido”. Intente no pensar en lo que la irrita, sugiere Wallin. Concéntrese en otra cosa tanto como pueda cuando esté comiendo con amigos: la música de fondo, lo que se ve detrás de las ventanas y, por supuesto, el tema de la conversación. De esta manera se acostumbrará poco a poco a los sonidos y se sentirá menos incómoda.
4. Últimamente, después de leer un nombre raro o difícil de pronunciar, como Leymah Gbowee, leishmaniasis o Antananarivo, no me lo puedo sacar de la cabeza por varios días, e incluso semanas. Me repito el nombre en silencio, lo deletreo con frecuencia y hasta llego a levantarme a la mitad de la noche con esa palabra resonando en mi cabeza. ¿Acaso me está fallando el cerebro?
DICTAMEN: Obsesivo, pero normal. En opinión de nuestros expertos, aparentemente se trata de una obsesión menor: por algún motivo, su cerebro tiene que repetir esas palabras. “Pero, en sí mismas, las obsesiones no son anormales”, dice el psiquiatra Franklin Schneier. A menos que esa obsesión le ocupe más de una hora cada día o interfiera mucho sus actividades, Schneier la considera “una molestia, pero nada realmente serio”. Para detener la obsesión, acéptela. “Admita simplemente que la tiene — recomienda el experto—. No es algo terrible, sino solo una peculiaridad suya; si, por el contrario, insiste en agobiarse y se dice: ‘¡Ay, Dios, otra vez me está pasando lo mismo! ¡Tengo que dejar de pensar en esa palabra!’, no le servirá de nada”. Si la estrategia de la aceptación no le funciona, entonces pruebe un método más agresivo, sugiere Schneier: dedique 10 minutos de su tiempo todos los días a repetir mil veces la palabra que lo obsesiona, hasta que finalmente se harte de ella. Como seguramente ya aprendió de memoria esas palabras, puede obtener un beneficio extra. Sus amigos o invitados se asombrarán de su erudición si les cuenta que soñó que Leymah Gbowee (una de las ganadoras del Nobel de la Paz) contraía leishmaniasis (una enfermedad) en Antananarivo (la capital de Madagascar). Así que, como ve, su obsesión tiene un lado positivo.
5. Cuando voy a cruzar un puente en mi auto, se me acelera el pulso, me mareo y me da pánico. El temor de caer y morirme hace que la situación me resulte insoportable. ¿Estoy enloqueciendo?
DICTAMEN: Quizá padece ansiedad. Lo que describe parece ser un ataque de ansiedad, señala el psicoterapeuta Jonathan Alpert. Es una forma leve de un ataque de pánico, y puede provocar palpitaciones, náuseas, mareo y sensación de muerte inminente. Su cuerpo reacciona así porque percibe un peligro potencial. “Alguien que tiene un verdadero ataque de pánico no se atreve a cruzar el puente. No lo resiste; se da vuelta y busca otra vía”, explica el psicólogo Hilfer. Quizá lo anime saber que muchas personas que tienen ataques de ansiedad jamás llegan a experimentar un verdadero ataque de pánico. La próxima vez que sienta ansiedad, use esta vieja técnica para calmarse: tome aire. Cuando sienta que se le acelera el pulso, respire profundamente, contenga el aliento tres o cuatro segundos y exhale; luego repita el procedimiento hasta que se tranquilice. También puede probar el método de visualización de Hilfer: imagine que maneja por un túnel largo y lleno de puertas. A su derecha está la puerta donde guarda la ansiedad; pase junto a ella y no se dé vuelta. Con pacientes que tienen el mismo temor que usted, Hilfer ha usado también esta otra técnica: “Hago una grabación para el auto de la persona con su música favorita, y le pido que la ponga y cante antes de cruzar el puente”. Esa distracción es suficiente para que la persona atraviese el puente y siga su camino. También hay fármacos para calmar la ansiedad, pero para eso necesita consultar definitivamente a su médico.