Reflexiones de Julio Bevione sobre este comportamiento que muchos pasamos pero pocos admitimos: los celos.
Susana, de 43 años, quería controlarlo todo: desde el horario de juego de sus hijos y la ropa que viste su esposo hasta las opiniones políticas de sus hermanas. “¿Eres celosa?”, le pregunté, y su respuesta fue un “no” rotundo. Pese a ello, le propuse que reflexionara sobre su conducta y falta de flexibilidad hacia sus seres queridos.
Al hacerlo, se dio cuenta de que, si no controlaba a su familia, la invadía el miedo de perder su atención y cariño, y que se lo dieran a otra persona. “Sí, soy muy celosa”, reconoció finalmente.
Los celos son un estado mental que surge del temor de perder algo o a alguien, y su raíz es la falta de valoración personal. El celoso solo se valora si tiene algo o a alguien a su lado. Cuando lo logra, hace todo lo posible por retenerlo, porque si lo pierde, siente perder también seguridad.
Pero el celoso rara vez está solo. A menudo su juego depende de que la otra persona necesite que la celen, para sentirse valorada porque ella misma no puede hacerlo. Sí, los celos son hilos que terminan por atar a celosos y a “celados”, quienes se enredan en ellos hasta el punto de llegar a necesitarlos para mantener su relación. Esto no es inocente: algunos delitos, injusticias y actos violentos entre los seres humanos se gestan dentro de este complicado tejido.
¿Es de las personas que no pueden luchar contra los celos? ¿llegó a derrotarlos?
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El celoso hace todo por acaparar nuestra atención, y percibe como una amenaza a cualquiera que se acerque. Poco a poco empieza a controlarnos, pero con un amor aparente. Nos sugiere modos de actuar, trata de convencernos de sus planes y, con el tiempo, nos pide cambiar nuestra forma de ser. Intenta de mil maneras evitar que lo abandonemos, y, cuando nos damos cuenta de su juego, cambia de estrategia: nos da regalos, nos halaga y nos hace sentir especiales. Pero el final siempre es el mismo:
acabamos por liberarnos de el, y entonces se convierte en víctima de su propio juego y se queda solo.
Los celos se habían convertido en una cárcel emocional para Susana. Para salir de ella, le sugerí que intentara abrir la reja con estas llaves:
Sacudirnos el miedo. La familia y la escuela nos imponen de niños muchos condicionamientos que no nos permiten vivir con plenitud. Frases como “Eso es demasiado para ti” o “No te lo mereces” dañan nuestra autoestima y nos vuelven inseguros. Pero para vivir como deseamos, no nos hace falta la aprobación de nadie. Debemos despojarnos del temor y permitirnos todo lo bueno.
Si no, buscaremos seguridad en otros y los manipularemos con los celos.
Perseguir nuestros anhelos. No hay nada malo en tener deseos y luchar por hacerlos realidad; al contrario, tratar de cumplirlos nos da seguridad y tiene un impacto positivo en nuestra vida. Cuando renunciamos a ellos, proyectamos nuestra frustración criticando o celando a quienes han logrado los suyos.
Confiar en los demás. El celoso suele ser arrogante y trata de imponer su razón o exagera su importancia. Una forma de contrarrestar nuestra inseguridad es delegar responsabilidades y confiar en las personas.
Buscar la paz interior. En un corazón sin resentimientos no pueden habitar los celos. Quienes viven con sencillez, sin complicaciones, llenan de paz su corazón. Y cuando estamos en paz con nosotros mismos, no necesitamos poseer nada ni a nadie para sentirnos plenos y seguros. Por mucho que nos cueste alcanzar la paz interior, nunca será tan onerosa como el precio que debemos pagar cuando dejamos que los celos controlen nuestra vida.