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Así me enteré que voy a ser abuelo

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Ante tal noticia, las reacciones y emociones de un hombre son muchas y muy distintas.

La vida te da sorpresas

HACE ALGUNAS SEMANAS fui a cenar afuera con mis tres hijos: la de 18 años, el de 20 y el de 28, que es el único casado. En medio de la cena, mi hijo del medio, mientras ensartaba un sorrentino, me dice:
—Viejo, tenemos una noticia para vos.
—Ya sé, que esta cena la pago yo, pero eso ni siquiera es una noticia— contesté casi con un gruñido.
—No, la noticia es que vas a ser abuelo— me dijo sonriendo mi hija más chica.

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A mí, les juro, el sorrentino se me atragantó como si en lugar de mozzarella estuviera relleno de clavos y bulones.
—¡¡¡Te asesino aquí mismo, ya!!!— contesté tierno, didáctico y comprensivo, ante la problemática de los jóvenes en el mundo de hoy.

Así me enteré que voy a ser abuelo

Todos se rieron, mientras yo me ponía morado y la presión me subía a 38, hasta que me aclararon que se trataba de la querida esposa de mi hijo mayor la que había comenzado su embarazo.

La noticia me impactó y me costó un tiempo volver a respirar en forma parecida a un ser humano. Cuando pude recuperarme, abracé al futuro padre, llamé a la futura mamá, lagrimeé un poco, telefoneé a mi esposa —que ya lo sabía—, se me enfriaron los sorrentinos, me banqué las bromas de estos delincuentes malcriados, pagué la cena, los besé a todos de nuevo y regresé a mi casa.

De camino, recordaba la emoción y el miedo que había sentido la primera vez que me enteré de que iba a ser padre. Recuerdo que en ese momento pensé que, de golpe, se habían terminado mis años de juventud, mis tiempos de aventuras, mis épocas de enamoradizo.

«Evidentemente, estaba sufriendo un ataque agudo de viejazo tan potente como para llorar»

Luego, ya siendo padre, aprendí que igual podía sentirme joven, aventurero y enamorado. Pero esto es muy distinto. Ser abuelo nos da patente de antigüedad en la vida, nos hace sentir cerca de la edad provecta, es como un pasaporte a la vejez. Ahora que me recibiría de abuelo, sentía que atrás habían quedado mis años de juventud, mis tiempos de aventuras, mis épocas de enamorado.

Estaba contento y al mismo tiempo molesto por el título de “nonno” con que me habían saludado mis hijos. Evidentemente, estaba sufriendo un ataque agudo de viejazo, tan potente como para irme yo solito a Terapia Intensiva, meterme debajo de la cama y llorar.

—No te preocupes “dolape”— intervino al día siguiente mi amigo el Flaco Lorusso cuando se enteró de mi depresión pre parto—. El desencanto más grande, la desesperanza más intensa no es que uno sea abuelo, sino cuando te das cuenta de que te estás acostando con una abuela. ¡Eso sí que es duro!

Lo pensé y llegué a la conclusión de que el Flaco, egresado de la “Universidad de la Calle”, tenía razón. Pensar en compartir el tálamo con una abuela es algo que a los hombres, en general, no se nos ocurre. No porque no sea lógico y razonable, sino que simplemente no se nos ocurre.

Además, en mi caso, yo estaba divorciado y vuelto a caer en las redes del matrimonio (para eso sirve el divorcio, para volver a casarse), pero mi querida esposa no era, administrativamente hablando, la abuela de sangre de mi futura nieta. Por lo tanto, yo podía seguir sintiéndome joven, aventurero y enamorado. Esta deducción me puso feliz y me reconcilió conmigo mismo. Alegría que se esfumó el día en que mi esposa, hablando por teléfono con una amiga, le comentaba:
—Vos sabés qué raro que es compartir la cama con un tipo que es abuelo. Te juro que jamás lo hubiera pensado. Creeme que siento como un no sé qué…

Cuando nazca la nieta, la voy a querer y disfrutar como el mejor abuelo, pero hoy, les juro, me miro en el espejo y me quedo pensativo…

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