La Coach Motivacional, Mariana Autilio, nos brinda algunas claves para aprender a conocernos.
Quién soy…
Pocas veces me cuestionaba las cosas; durante mucho tiempo hice lo que se suponía “debía hacer”. De chica, frente a todas las cosas malas que me sucedían siempre pensaba: “bueno… en algún momento algo bueno va a llegar porque me lo merezco”, y de ese modo, un poco resignada y un poco crédula, depositaba en esa confianza mi felicidad.
Poco a poco, la vida comenzó a golpearme más duro y a mellar esa confianza, poniéndome muchas veces cara a cara con la depresión. Entonces empecé a preguntarme: por qué. ¿Por qué toqué fondo?, ¿por qué dejar que las cosas pasen sin hacer nada? Desde ese momento, y sin saber bien cómo, empecé a tener más confianza en mí; a proponerme que los problemas, las personas, la vida no iban a vencerme.
A través de esta pelea por salir adelante me fui conociendo; descubrí que contaba con una energía y una fuerza muy sólidas, y que la frase “después de cada tormenta sale el sol”, aunque suene a cliché, encerraba mucha verdad. Aprendiendo a conocerme y con la ayuda de personas que fueron apareciendo en mi camino, pude ir sorteando los problemas; me enfoqué en aceptar estos “malos tragos” y en tratar siempre de sacar de ellos algo positivo. Y así me fui ordenando. Claro que los problemas no desaparecieron, solo que ahora yo contaba con más herramientas para afrontarlos y con la convicción de que yo podía superarlos y que la base de toda confianza sale básicamente de uno mismo.
A partir de entonces brotó en mí la necesidad de poder ayudar a otros, de orientar a aquellas personas que no cuentan con alguien que las escuche o les brinde ayuda y a quienes, en definitiva, mi experiencia podría inspirar para salir adelante. Por eso, desde hace varios años, soy Coach Motivacional y mi misión es asistir a quienes deseen desarrollar una mayor eficacia personal y, estén dispuestas a luchar por tomar el control de sus vidas. Quiero ayudarlos a lograr un cambio entre lo que son y lo que quieren llegar a ser, trabajar en conjunto y compartir la alegría de vivir.
El tema de la semana: Aprendiendo a conocernos
Muchas veces buscando la aprobación, la aceptación y el cariño de nuestra familia y de nuestros amigos perdemos de vista que muchos de nuestros actos los realizamos por y para ellos. Muchas veces, los regalos que les hacemos y las cosas que les decimos están motivados más por esa imperiosa necesidad de que nos quieran que por una demostración genuina y desinteresada de cariño. Sin embargo, ¿en cuántas oportunidades ellos no responden como nosotros esperamos y confundimos eso con falta de amor?
Allí radica nuestro error: en esperar ser queridos a través del otro; en dar esperando algo a cambio –en este caro cariño; en poner demasiado empeño en buscar que los demás nos quieran y actuar en base a ello. Por eso, lo esencial es estimarnos primero a nosotros mismos; conocernos, respetarnos y aceptarnos con todas nuestras vulnerabilidades, para luego poder conectar con el otro y poder brindarnos desinteresadamente. Si yo no puedo quererme a mí mismo sino que espero sentirme querido a través del otro, el vacío y la desilusión pueden ser muy grandes porque no todos nos brindamos o actuamos de la misma manera.
No podemos frustrarnos ni enojarnos con los demás si no responden con una muestra de cariño tal como lo hicimos nosotros; no debemos depositar tanta expectativa en el otro, pero sí en lo que cada uno pueda hacer por sí mismo y en esto lo fundamental es aprender a conocernos.
¿Cómo lograr esta seguridad y conocimiento de uno mismo?
- Algunos tenemos, la mala o buena suerte, de pasar por momentos difíciles. Si aprendiésemos a aprovechar estos golpes como algo positivo en lugar de quedarnos en la queja estéril, en el odio y en la bronca, podríamos empezar a conectarnos con nosotros mismos, a cuestionarnos, a conocernos, y a pensar qué es lo que la vida nos está tratando de enseñar. Todo, lo bueno y lo malo, ayuda a crecer.
- Buscar espacios de silencio. Hoy en día no los hay. Estamos hostigados por la televisión, la música, la computadora, los amigos y la familia, los cuales tapan el silencio donde precisamente uno puede escucharse, hacer un balance y cuestionarse ¿cómo estoy?, ¿es así como yo quiero estar?, ¿tengo lo que soñé?, ¿qué me gustaría hacer?, ¿cómo llego a eso que busco? Hace falta detenernos un poco y empezar a reflexionar, pero no desde un lugar negativo o de castigo sino desde el balance.
- Vencer los miedos y empujar nuestro potencial al limite. Muchas veces nos boicoteamos y nos aferramos a lo conocido, esto nos da seguridad y estabilidad, sin embargo, cuando damos un paso más, salimos de esa zona de confort, y finalmente vemos que somos capaces de hacer más de lo que imaginábamos. Es allí donde más nos esforzamos y en donde podemos descubrir nuestros potenciales y talentos ocultos.
- La práctica constante y la repetición es lo que crea el hábito. Lograr conocernos es un ejercicio, un trabajo de todos los días y lleva tiempo, pero finalmente se convierte en algo automático. Hagamos una analogía: si yo me despierto cada mañana de mal humor, puedo empezar a ensayar una sonrisa y a agradecer las cosas que tengo. Al principio me va a costar y hasta me voy a forzar a hacerlo, pero a costa de la repetición va llegar el día en que ya me levante con la sonrisa en mi rostro. Lo mismo ocurre con el autoconocimiento. Hay que aprender a conocernos, a “reconocernos”. Una vez que aprendo a identificar mis problemas o las cosas que son negativas busco la manera de ir modificándolas y a fuerza de repetición terminarán siendo un hábito.
- Compartir las herramientas. Si veo que una persona puede lograr algo que yo también anhelo, tengo que encontrar las mismas herramientas que él utilizó para hacerlo; tomar al otro como ejemplo y sacar provecho de su experiencia y no mirarlo con recelo porque consiguió aquello que yo también busco.
Cuando logramos conocernos comenzamos a valorarnos, a sabernos únicos y con una misión específica, y fundamentalmente a comprender que nuestra felicidad no depende del otro sino exclusivamente de nosotros mismos.
En la próxima entrega: “Yo no creo en la media naranja”.
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