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El loro parlanchín

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Aprendió una palabra sólo y salvó una vida.

Como muchos otros loros, Willie es un buen imitador. Dice “Dame un beso”, “Ven acá” y “Quiero salir”. Pero, a diferencia de la mayoría de los de su especie, tiene una historia realmente excepcional. Cuando, de manera espontánea, agregó una palabra nueva a su vocabulario, salvó una vida.

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En noviembre de 2008, Meagan Howard, de 19 años, se ofreció a cuidar a Hannah, la hija de dos años de Saman-tha Kuusk, su amiga y compañera de departamento. “La niña estaba un poco irritable para ir a la guardería, así que me pareció mejor que se quedara conmigo”, dice Meagan.

El departamento, en Denver, Colorado, era confortable y lleno de luz, y Willie, el loro sudamericano de Meagan, de 11 meses, parloteaba animadamente en su jaula, en un rincón de la sala. Samantha, de 27 años, había ido a una clase matutina de veterinaria en una universidad cercana. Meagan le tostó un pancito a Hannah y lo dejó sobre la mesa del comedor, pero como aún estaba muy caliente, la niña se lo llevó a la sala y se puso a ver la televisión. Parecía contenta, así que Meagan entró al baño.

Segundos después, Willie “empezó a enloquecer en su jaula”, recuerda la joven. “Batía las alas y gritaba ‘¡Mamá, bebé! ¡Mamá, bebé!’” Corrió a la sala y vio que Hannah tenía la cara amoratada, pues se estaba atragantando con el trozo de pan. Willie seguía gritando “¡Mamá, bebé!”

Meagan le practicó la maniobra de Heimlich a la niña hasta conseguir desobstruirle la garganta. “En el momento en que me hice cargo, Willie dejó de chillar, como si supiera que las cosas estaban bajo control”, cuenta. “Me dijo ‘Mamá’, así que obviamente trataba de llamar mi atención. Es muy ruidoso y parlanchín, pero lo que más me asombra es que nunca había dicho la palabra ‘bebé’”.

Poco después, cuando llegó a casa, Samantha encontró a su hija jugando alegremente. “No quiero ni pensar en lo que habría pasado sin Willie”, expresa. Ahora Hannah le presta mucha atención al loro. “Lo primero que hace por la mañana es pedir que descubramos la jaula —dice su mamá—, y cuando regresa a casa por la tarde, corre hacia Willie. Todo el tiempo está jugando y hablando con él”.

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