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Conoce estas mascotas que dieron todo y más por sus dueños

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Estas leales criaturas sacrificaron o arriesgaron su vida para proteger a sus dueños.

Inky

Cuando Glen Kruger adoptó una gatita de la Sociedad para Prevenir la Crueldad hacia los Animales, en el condado de Allegany, Nueva York, solo esperaba que se acurrucara de a ratos en su regazo con la habitual indiferencia felina. Sin embargo, desde el principio, hace ocho años, se estableció un misterioso vínculo entre él y la pequeña gata negra con manchas blancas en el pecho y las patas. La llamó Inky (“Entintada”).

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“Me crié en una granja lechera y sólo tenía gatitos y gatos adultos como compañeros de juego”, dice Kruger, ex mecánico de mantenimiento de edificios, hoy de 61 años. “Mi oído quedó dañado por las sierras eléctricas y el ruido del equipo agrícola, así que aprendí a relacionarme con los animales. Ellos responden a lo que ven y a lo que haces tú”.

Una noche de enero de 2009, Inky hizo algo que la distinguiría para siempre de los gatos comunes y corrientes. Kruger había bajado al sótano para apagar la estufa a leña. Luego, subió al rellano de la escalera y estiró la mano para apagar la luz. Al hacerlo, movió una tabla que apuntalaba una escalera de resorte averiada que conducía al desván. El pesado artefacto de madera cayó, golpeó a Kruger en el hombro derecho y lo lanzó de cabeza por la escalera del sótano.

Tendido en el suelo en medio de un charco de su propia sangre, sintió que los huesos le dolían y que estaba a punto de desmayarse. Gritó pidiendo auxilio, pero su esposa, Brenda, se había quedado dormida en su cuarto, en el otro extremo de la casa. Entonces Kruger vio que Inky lo miraba desde el rellano de la escalera. “Ve por Brenda”, le dijo. La gata solo obedecía órdenes muy sencillas, cuando le ofrecían comida, así que, al ver que se alejaba, Kruger pensó: Estoy perdido. Sin embargo, Inky fue a cumplir su misión. Corrió hasta el cuarto, y arañó la puerta y maulló hasta que Brenda salió; entonces la condujo hasta el sótano. Al ver que su esposo estaba herido, Brenda llamó al servicio de emergencias.

Kruger llegó al hospital con laceraciones en la cabeza, el brazo derecho roto y fracturas en las vértebras de cuello y espalda. “Pasé seis meses en recuperación, y debido a la compresión y curvatura de la columna, hasta perdí estatura”, cuenta. “Con todo, fui bendecido”. Desde entonces, Inky no se despega de él.

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Stormy

Stormy siempre ha sido especial. Esta yegua había trabajado tres años con niños discapacitados en un programa de equinoterapia, hasta que el establo donde se ofrecían las sesiones tuvo que sacarla para dejar espacio a caballos más jóvenes. La familia Leonard, de Sulphur, Louisiana, llevaba meses buscando un caballo para su hija, Emma, de nueve años, y la yegua, de 30 años, parecía la compañera perfecta. Pronto, la niña le limaba los cascos, se los pintaba de color rosa encendido y la montaba casi todos los días.

En septiembre de 2010, Emma montó a pelo a Stormy. Su hermano, Liam, de siete años, las acompañaba a pie. Se dirigieron por un camino de tierra, entrecruzado por sendas de venados, que conducía a un bosque de robles y pinos. Emma guiaba a Stormy por una senda estrecha, cubierta de enredaderas y maleza, mientras Liam caminaba detrás. Sin embargo, mientras avanzaban, la yegua, que normalmente era tranquila, se puso nerviosa e inquieta. De pronto, Emma oyó un crujido de hojas secas a sus espaldas.

Cuando se dio vuelta para ver, un jabalí salió de entre la maraña de ramas, gruñendo. Era un animal enorme, con afilados colmillos que le sobresalían del hocico y negras cerdas erizadas en el lomo. Golpeaba el suelo con las pezuñas y resoplaba, a tan solo dos metros de distancia de Liam, y parecía a punto de arremeter.
—¡Corre! —le gritó Emma, pero el niño se quedó paralizado de miedo.

Stormy se dio vuelta, dio algunos pasos y se colocó entre el jabalí y el niño; luego empujó suavemente a Liam con la cabeza hasta apartarlo varios metros. El jabalí se agitó, pero cuando embistió, la yegua ya estaba preparada. Mientras Emma se aferraba a su lomo, Stormy arremetió con las patas traseras y le asestó varias coces al jabalí en el hocico. Soltando gruñidos de dolor, el animal se escabulló en el bosque.

¿Por qué la yegua no se asustó y corrió por instinto? Para su dueña, la respuesta es muy sencilla. “Stormy fue muy valiente —dice Emma—, y me ama tanto como yo a ella”.


Digger

Digger, el perro beagle de diez meses de edad de Teresa Oney, se removió al pie de la cama y empezó a gemir para que su dueña lo dejara salir de la casa. Teresa, maestra de física de bachillerato, de 59 años, no estaba dispuesta a salir de la cama. Eran las dos de la madrugada, y afuera, en Lexington, Kentucky, estaba nevando y el frío calaba los huesos. El perro ya la había obligado a levantarse en vano en una ocasión, a media noche.

Sin embargo, seguía gimiendo, así que Teresa, quien vive sola, de mala gana fue a la cocina y abrió la puerta para dejarlo salir. Momentos después, se acercó a la ventana y vio al perro sentado en el porche del jardín trasero, con la mirada fija y totalmente quieto. Lo llamó para que volviera dentro, pero Digger no se movió. Entonces se asomó a la puerta y volvió a llamarlo. El perro, que normalmente la obedecía, se mantuvo en su sitio. Teresa se acercó a él, lo tomó del collar y dio unos pasos hacia la cocina, pero Digger se soltó y volvió a sentarse en el porche, con la mirada fija en la cerca de la casa vecina.

En eso, Teresa oyó una voz suplicante. Aunque era plena noche, pensó que quizá eran unos niños jugando, pero la voz imploró otra vez: “Auxilio, ayúdenme”. Teresa entró corriendo a la casa y llamó al servicio de emergencias. Los agentes y Teresa revisaron el jardín posterior, y junto a la cerca encontraron a una mujer de 83 años, de rodillas y con las manos en el césped. Estaba consciente pero desorientada; llevaba puesta sólo una bata de manga corta y estaba empapada. Había manchas de sangre en la nieve.

Teresa supone que la mujer salió a la calle, resbaló en el hielo y, confundida, se arrastró lejos de su casa. Los socorristas que acudieron a auxiliarla informaron después que la señora, quien padece Alzheimer, estaba en condiciones críticas cuando fue encontrada. De no haber sido por Digger, hubiese muerto congelada (se recuperó a los pocos días). Cuando Teresa regresó a su casa, el perro seguía en el porche, esperando pacientemente. “Si Digger hubiera ladrado o hecho cualquier otra cosa en lugar de quedarse sentado en silencio, yo jamás habría oído esos gemidos de súplica”, dice la maestra. Digger, que de cachorro fue abandonado en el estacionamiento de un Walmart, en 2010 ingresó en el Salón de la Fama de Animales de la Asociación de Medicina Veterinaria de Kentucky. Para su dueña, sin embargo, sigue siendo “un hermoso cachorro, con una determinación enorme”.


¿Conocés la historia de algún animalito que haya salvado la vida de alguien el peligro?

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