Enterate por qué es tan importante esta clasificación.
Durante siglos persistió la creencia de que algunas personas, por raza o linaje, tenían una sangre superior. Se decía que miembros de las mismas familias o razas tenían el mismo tipo de sangre, pero por razones inexplicables, la sangre era más pura.
Cuando se intentó realizar las primeras transfusiones serias en el siglo XVII, algunas tuvieron éxito, pero otras fracasaron inexplicablemente, matando a tantos pacientes que en Francia, Italia e Inglaterra se prohibió tal práctica.
En 1900 el patólogo austriaco Karl Landsteiner halló la clave a ese problema médico: mezcló sangre tomada de distintas personas y descubrió que algunos tipos de sangre eran compatibles y otros no. Su investigación lo condujo a la teoría de que toda la sangre se divide en cuatro grupos: A, B, AB y O.
En general, las transfusiones eran seguras sólo dentro del mismo grupo (salvo que todos los grupos son compatibles con O y AB es compatible con todos). Desde entonces, la sangre ha sido reagrupada en esta forma.
Las marcas de las proteínas en la superficie de los hematíes permiten distinguir cada grupo. Estas sustancias, conocidas como antígenos, permiten que las células provoquen una reacción de inmunidad ante amenazas como bacterias patógenas. En el grupo A, los glóbulos rojos portan antígeno A y el plasma contiene una proteína llamada anticuerpo B. El grupo sanguíneo B tiene un antígeno B y anticuerpos A. El grupo AB posee ambos antígenos y carece de anticuerpos. Por el contrario, el grupo O carece de antígenos pero tiene ambos anticuerpos.
En la Primera Guerra Mundial se confirmaron las ideas de Landsteiner y cayeron por tierra las teorías sobre la superioridad de algunos tipos de sangre. En 1915, durante las campañas en Gallipoli y Macedonia, médicos británicos y franceses usaron sangre de donadores anamitas, senegaleses e hindúes para salvar la vida de soldados compatriotas heridos en batalla. Como las transfusiones provenían de grupos sanguíneos compatibles, tuvieron éxito, sin importar la procedencia del donador.
Cuarenta años después, Landsteiner, quien recibió el premio Nobel por su excelente investigación, descubrió el factor rhesus (Rh) de la sangre, antígeno que identificó en los monos rhesus. Cerca del 85% de la gente tiene Rh positivo. Su sangre contiene el antígeno D, una de las formas que tiene el organismo de protegerse contra las enfermedades. Cerca del 15% tiene Rh negativo, es decir, que su sangre carece de ese factor. Ambos factores rhesus son rasgos hereditarios y no suelen afectar la vida de una persona. El factor rhesus reviste enorme importancia en la gestación: es posible que una mujer gestante, cuyo Rh sea negativo, tenga un bebé con Rh positivo y reaccione formando anticuerpos contra la sangre del feto. Al nacer el bebé, la madre recibe anticuerpos especiales para evitar que, si llega a tener embarazos de fetos con Rh positivo, su sangre les provoque una enfermedad hemofílíca que destruya sus células sanguíneas.