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A poner la basura a trabajar

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¿Te imaginás una sociedad que en la actualidad esté reciclando todos sus residuos y los ponga en uso para la generación de energía? En la ciudad sueca de Linköping se aprovechan para beneficio de la gente.

Es media tarde y Malte Ankarberg, de siete años, está pelando y rebanando un kiwi en la cocina de su casa para comerlo. Luego tira la cáscara en el cesto de basura. Pero no se trata de un cesto ordinario: está dividido en compartimientos para vidrio, plástico, lámparas, papel y otros materiales combustibles y, en una esquina, una bolsa verde para sobras de comida. “Hay quienes dicen que para qué molestarnos en cambiar de hábitos si China produce tantos gases de efecto invernadero —señala Eva, la madre de Malte—, pero pensar así no nos lleva a ningún lado. Si cada uno pone su grano de arena, podemos lograr mucho. De todos modos, nada nos cuesta poner las cáscaras en el sitio del cesto que les corresponde, ¿no?”

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La casa de los Ankarberg es limpia y elegante. La luz de un ventanal ilumina los sofás y las mesas de café. La familia vive en las afueras de Linköping, en el sur de Suecia, una ciudad famosa por su industria informática y sus fábricas de aviones.

El esposo de Eva, Lars, ha alentado a su hija Siri, de 11 años, a practicar básquet. Su coche, como todos los ómnibus, la mayoría de los taxis y un número creciente de autos en esta ciudad, funciona con biogás producido a partir de residuos de alimentos. “Poner las sobras en las bolsas verdes nos hace sentir que estamos produciendo nuestro propio combustible”, comenta Eva.

Hay una docena de estaciones de recarga de biogás en Linköping, entre ellas una junto al supermercado donde Eva compra, así que llenar el tanque es sencillo. Pero casi todos los días esta mujer, que trabaja para una agencia inmobiliaria, prefiere ir en bicicleta a su oficina, un trayecto de cinco kilómetros. “¿Somos verdes?”, se pregunta. “Bueno, quizá un poco más que el promedio, pero no cultivamos todas las verduras que comemos ni cazamos para obtener la carne que consumimos. No somos fanáticos”.

La revolución de los residuos de alimentos de Linköping no fue concebida para fanáticos. Las familias simplemente tienen que llenar las bolsas verdes, sellarlas con un nudo doble y ponerlas con el resto de la basura en un cesto afuera de sus hogares. Después, una flotilla de camiones recolectores que funcionan con biogás deposita la basura en Gärstad, una de las tres plantas de reciclaje de la ciudad administradas por la empresa de manejo de desechos Tekniska Verken.

A primera hora de la mañana, Klas Gustafsson, vicepresidente de la empresa, nos recibe en el estacionamiento. “Así que han venido a ver nuestro proceso de separación. Es fascinante”, dice, con un destello en los ojos detrás de los lentes.

Conforme nos acercamos a la entrada, un olor penetrante nos inunda la nariz. Las gaviotas sobrevuelan en círculos, dando graznidos ansiosos por encima de los montones de basura en descomposición.

Dentro de la planta, el contenido de las bolsas de basura casera se lleva por una rampa hasta unas anchas bandas transportadoras. De vez en cuando hay un destello verde. Las bandas pasan por debajo de una serie de sensores ópticos, y las bolsas verdes son lanzadas a un contenedor aparte. La basura restante se envía al incinerador. Observar este proceso es extrañamente satisfactorio, como ver a un futbolista meter miles de goles. Cada banda separa hasta 15 toneladas de desperdicios por hora.

En muchos países casi toda la basura sigue depositándose bajo tierra. En Suecia no: menos del 1 % de los desechos domésticos del país termina en un vertedero. El resto se recicla de diversas maneras o se incinera para producir energía. Es una cifra impresionante. En el Reino Unido, uno de los recicladores menos eficientes de Europa, alrededor de 40 % de los residuos de alimentos termina en los basureros.

La producción de biogás en Linköping comenzó hace 20 años, y una de las primeras fuentes de materias primas fue el rastro de la ciudad. Las entrañas de las reses pusieron en marcha el primer tren de pasajeros impulsado por biogás del mundo, de Linköping a la ciudad costera de Västervik, en el este del país. Los órganos y vísceras vacunos producen gas suficiente para hacer que un tren recorra cuatro kilómetros.

El biogás se elabora con sobras de alimentos procesados, el alcohol de contrabando incautado en las aduanas, el estiércol de las granjas y otros materiales orgánicos no deseados. En 2011 se estableció una meta nacional para 2018: que la mitad de los residuos de alimentos de Suecia se convirtieran en biogás. Un año después, Tekniska Verken puso en marcha el sistema de las bolsas verdes para los residuos de alimentos, y en la actualidad 87 % de los hogares en Linköping lo ha adoptado. Se distribuyeron folletos que explicaban qué poner y qué dejar fuera: sí a las sobras de comida, cáscaras de huevo, grasas, huesos y bolsitas de té; no a las colillas de cigarrillo, envases o cualquier otra cosa que pudiera separarse y reciclarse. 

“Queremos ser la región con el manejo más eficiente de recursos en el mundo”, dice Gustafsson, “así que tenemos que pensar de una manera diferente. Los desperdicios ya no son algo que se entierra y se olvida; son una valiosa materia prima”.

Seguimos a las fétidas pero lucrativas bolsas verdes hasta su destino siguiente: el biodigestor. Aquí, una máquina convierte en lodo los residuos de alimentos, y las bolsas verdes de plástico reciclado se arrojan hacia una rampa lateral (parecen globos desinflados al final de una fiesta). El olor ya no es a comida podrida, sino a algo parecido a estiércol mezclado con cerveza.

La gerente de producción, Jenny Nordenberg, nos hace subir los 96 peldaños de una escalera de metal hasta lo alto de una de las torres grises del biodigestor. Desde aquí se ve el capitel de la catedral medieval de la ciudad y gran parte de los alrededores. Nos acercamos a una ventanilla para intentar examinar el interior del tanque; sin embargo, el vidrio está empañado y vemos solo una niebla parduzca. Jenny nos explica que es allí donde las bacterias convierten los residuos orgánicos en gas metano a través del proceso de la digestión anaeróbica. Cada lote pasa tres semanas en el tanque, y luego el gas producido se purifica para usarse como combustible.

A pesar de la avanzada tecnología que se usa, Jenny dice que la separación de la basura doméstica no es infalible. A veces llegan a la banda transportadora bolsas de basura común y se mezclan con las sobras de comida. “Hemos visto pesas, ropa, varillas de metal, botas y mil cosas más”, dice. “Todo esto desgasta la maquinaria, y cuando necesitamos cambiar el equipo, eso aumenta los costos de producción. Nuestro mayor reto es ése, así que tenemos que hacer aún mejor el trabajo de educar a los ciudadanos sobre el reciclaje”.

¿Usa Jenny las bolsas verdes en casa? “¡Claro que sí!”, contesta, riendo. “Mis hijos me vigilan como halcones para que no llegue a poner algo en la bolsa equivocada. ¡Todo el tiempo están sermoneándome!”

Las personas conscientes ya están reciclando, pero a las instituciones puede llevarles más tiempo cambiar. En lo que respecta a basura, las escuelas se cuentan entre los mayores infractores. Pero también en este aspecto Suecia está progresando.

El menú del comedor de la Escuela Ekholm, un colegio de bachillerato de Linköping, parece apetitoso, sobre todo las albóndigas y los hot cakes con salsa de arándano rojo. Los alumnos no dejan gran cosa en sus platos, pero ponen todos los restos de comida en bolsas verdes en un extremo del comedor. Los desperdicios luego se trituran en la maceradora de la propia escuela, que parece un congelador grande, y un camión especial pasa a recogerlos cada 15 días.

Morgan Almqvist, el jefe de cocineros, dice que la cocina de la escuela generaba el doble de basura antes de la adopción del sistema de bolsas verdes. “A veces los muchachos son remolones, pero hacer que limpien los platos que usan los vuelve más conscientes de la basura que producen”, señala. En una pared de su oficina hay gráficas que muestran la cantidad exacta de comida que se desecha. En mayo de 2015, fue el 10,3 %, y en junio el 6,85 % (la meta es 5 %). Morgan también supervisa lo que no se come y ajusta el menú según lo que observa. 

Åsa Kullberg, supervisora del servicio de alimentos del Ayuntamiento de Linköping, todos los días distribuye comida para 18.000 personas en 33 escuelas y 10 hogares para ancianos de la ciudad. “La mejor manera de reducir el desperdicio de alimentos es hablar mucho al respecto”, afirma. “A mis empleados y clientes y a los estudiantes les digo que el año pasado tiramos a la basura comida valuada en casi medio millón de dólares, y que sería mucho mejor gastar ese dinero en alimentos sabrosos”.

El alcalde suplente y político ecologista Nils Hillerbrand dice que el medio ambiente le interesa a la población de Linköping porque su ciudad alguna vez padeció contaminación crónica del aire. Gracias a la empresa aeroespacial y de defensa Saab, a las industrias de alta tecnología y a una universidad dedicada a la investigación, la quinta ciudad más grande de Suecia creció rápidamente, pero a principios de los años 90 se llenó del denso humo del diésel de los autobuses municipales. Los edificios se cubrieron de hollín, y muchas personas no podían respirar. Fue entonces cuando los líderes de Linköping, las autoridades de transportes y los ciudadanos preocupados vieron una solución en el biogás. “Hubo un enorme compromiso político por parte de todos”, dice Hillerbrand.

Pronto hubo mejorías. Para 1999 la ciudad ya contaba con la mayor flotilla de ómnibus de biogás en el mundo, y en la actualidad tiene más de 1.000 vehículos que funcionan con este combustible.

En un garaje en el distrito de Kallerstad, el conductor de autobús Johan Borg aprovecha su descanso para tomar un café. Antes era líder juvenil en una iglesia cercana a Gotemburgo, pero se mudó a Linköping para vivir con su prometida. “Quería probar algo nuevo”, dice, “y me pareció un gran avance que se pudiera usar la basura para ir de un lugar a otro. La transición hacia la energía renovable había sido penosamente lento, pero con estos ómnibus se hizo palpable que en realidad estaba sucediendo. Así que quería ser parte de esto”.

Al principio, a los conductores les resultó difícil adaptarse al cambio. Los primeros vehículos de biogás se averiaban a menudo, y se añadió al combustible una sustancia química de olor penetrante para que fuera posible advertir cualquier fuga del gas, que originalmente es inodoro. “Desafortunadamente, los primeros vehículos tenían fugas constantes”, señala Johan. “Dejaban por doquier un olor tan fétido, que una compañera conductora me dijo que algunos días sentía que estaba a punto de vomitar”. Después de un par de años de perfeccionamiento de la tecnología, añade, los vehículos se volvieron más confiables, el olor desapareció, y hoy día pocos notan la diferencia. 

Ahora bien, ¿qué piensan los usuarios de los ómnibus impulsados por biocombustible? Mientras espera en una parada, Lars Ojamäe, profesor de la Universidad de Linköping, responde: “Lo que más nos importa a todos es que el ómnibus llegue a tiempo, pero si el combustible que usa es bueno para el medio ambiente, tanto mejor”.

Habibe y Zade Tatari, dos hermanas que se dirigen a la universidad, no sabían que los ómnibus funcionaran con sobras de comida, pero les parece una magnífica idea porque les preocupa el cambio climático y el mundo en el que crecerán sus hijos.

Los residuos de alimentos de Linköping también generan 100.000 toneladas de fertilizante al año, un subproducto de la producción de gas que aprovechan los agricultores orgánicos de la zona. Uno de ellos es Sverker Peterson, quien tiene una granja en Mjölby, ciudad situada a 40 kilómetros de distancia. En la finca, que ha pertenecido a su familia desde los años 20, cultiva avena, cebada, trigo y colza. Se siente encantado con el subproducto porque cuesta una cuarta parte de lo que pagaba por el fertilizante comercial, y la entrega es gratis. El único gasto importante que hizo fue en la construcción de un tanque de almacenamiento de 5.000 litros en su propiedad.

“Estoy feliz”, dice. “Este es un nuevo reto. Es muy divertido ver hasta qué punto podemos manejar las cosas de una manera orgánica. Ahora fertilizamos más, y podemos vigilar la semilla durante el período de crecimiento y ver exactamente lo que necesita en función del tiempo y de la cosecha. Me siento un agricultor verdaderamente orgánico, pues uso comida vieja para producir alimentos nuevos”.

Nils Hilderbrand dice que la gente necesita adoptar la mentalidad de este agricultor para alcanzar altos objetivos ambientales y climáticos, como el de largo plazo que tiene Linköping: convertirse en una ciudad sin emisiones de carbono para 2025. “Mientras nuestras ideas sean eficientes y amigables con el público, todo el mundo querrá participar en la reducción del consumo de combustibles fósiles”, señala. “Y estas iniciativas también ayudarán a unir a las comunidades porque cada día somos más quienes usamos el mismo sistema”.

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