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Les Luthiers

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Cuatro décadas de humor recorridas a través de algunas anécdotas de la artesanía lutheriana.

ELE, U, TE, HACHE, I, E, ERE, ESE. LUTHIERS. LES LUTHIERS. ¿Por qué un nombre tan extraño, que incluye dos eses que no se pronuncian, una u que se pronuncia como si fuera una hija bastarda de i, y una hache que no modifica la pronunciación de la te?

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Según las reglas de la lógica, un grupo dedicado al humorismo musical que elija tal nombre está condenado al fracaso. Pero una vez más se demuestra que la lógica no existe. Con tan pesada cruz a cuestas, Les Luthiers no sólo no han fracasado, sino que, cuatro décadas después de haberse ungido con nombrecito tal, tuvieron su año de festejos, que culminó con un multitudinario recital en los Bosques de Palermo, Buenos Aires, en noviembre pasado.

Una de las características del grupo fue la creación de instrumentos informales. Y pese a que el psicoanalista de cabecera del grupo sostiene que “el instrumento informal más preciado de Les Luthiers son ellos mismos”, la artesanía lutheriana tiene anécdotas memorables que se recorren en esta nota tomada del libro Les Luthiers de la L a la S, de Ediciones de la Flor.

GAITA DE CÁMARA

Uno de los aparatos de más difícil confección ha sido la gaita de cámara, aquella enorme llanta de tractor que suministra aire a varios instrumentos en la pieza “Vote a Ortega”, de El reír de los cantares. Se presentaba un problema de presiones de aire que fue necesario solucionar con manómetros individuales. En marzo de 1990, la gaita de cámara les dio un buen susto. Cuando la función se desarrollaba normalmente en Tenerife, España, y faltaban sólo cinco minutos para el número de Ortega, se reventó un parche y el aparato se desinfló. Los asistentes trabajaron con afán y precisión dignos de cardiólogo cuando el paciente le debe dinero y, al llegar el momento de salir a escena, allí estaba la recámara, hinchada, sonriente, con su nuevo parche. Desinflados estaban, entre bambalinas, los asistentes.

BASS-PIPE A VARA

El bass-pipe a vara, aquel cilindro gigantesco que cabalga sobre ruedas y recibe los recios bufidos de Daniel Rabinovich a través de un ramillete de boquillas, tiene una rica biografía. El actual ejemplar es hijo del que se le ocurrió una tarde a Gerardo Masana (fundador de Les Luthiers) mientras esperaba el colectivo 155 en la avenida Corrientes. Allí, a su lado, en un tacho de basura, descubrió unos tubos de cartón largos y fuertes que hasta pocas horas antes habían servido para enrollar telas. Masana miró los tubos, la tentación empezaba a manifestarse. El colectivo tardaba y Gerardo volvió a mirar los tubos. Magdalena, su mujer, temió un aparatoso desenlace. Finalmente, Gerardo le hizo la seña fatal:
—Vení a ver estos tubos.
Algunos días después, se habían convertido en un pesado instrumento de viento que emitía ruidos distintos según el tamaño del tubo que soplase. El infame —hay que reconocerlo— sonaba. Sonaba con la gravedad del trombón o el rinoceronte, pero sonaba. Lo único es que manejarlo resultaba muy difícil. Una mañana, Magdalena regresó del mercado empujando el carrito de la compra y Gerardo lo observó con la misma mirada que días antes había señalado un destino a los tubos de cartón. Ella recuerda ese momento con pavor.
—Él miraba y miraba el changuito y le brillaban los ojos. Me di cuenta de que era inútil defenderlo. En su cabeza, el changuito ya había formado parte del aparato que estaba construyendo —recuerda la esposa.

ALAMBIQUE ENCANTADOR

La idea que propuso Carlos Núñez Cortés al luthier de Les Luthiers, Hugo Domínguez, era la de un instrumento basado en la diversidad de los niveles de agua en recipientes de vidrio, una especie de homenaje a las viejas marimbas caseras fabricadas con botellas. Eso sí: versión Tercer Milenio. Atómica. Estelar. De otra galaxia. Domínguez estudió planos, realizó ensayos, aplicó embudos, derramó muchos litros de agua y multiplicó la cuenta del acueducto. Pero el 29 de julio de 2005, el alambique encantador debutó con Los Premios Mastropiero. Se trata de un enorme aparato de 4,30 metros de largo compuesto por cuatro bidones, ocho botellas y once copas, que requiere el trabajo coordinado y simultáneo de tres intérpretes. Los cholulos de Rosario sabían que la noche del estreno iba a presentarse el último objeto musical no identificado de Les Luthiers, y la expectativa fue creciendo a medida que se desarrollaba el programa del recital. Ya habían pasado por el escenario ocho números, y el instrumento no aparecía. Había nervios, tensión, dudas, angustia. Saltó al escenario sólo al final, como las grandes divas, y, al igual que ellas, fue recibido con una mezcla de “¡ohs!”, “¡ahs!” e incluso “¡uhs!”, a los que siguieron aplausos de admiración. El alambique encantador deleitó a los presentes durante la comedia musical infantil para adultos “Valdemar y el hechicero”. Tanta agua derramada había valido la pena…

MARIMBA DE COCOS

No se sabe muy bien el momento en que brotó la idea de construir una marimba con cocos. Lo cierto es que durante dos años Carlos Núñez Cortés convirtió las giras de Les Luthiers en un contrabando de frutos de palma. “El problema —afirmaba el luthier de entonces, Carlos Iraldi— es que no hay dos cocos iguales, pues el coco nace con una nota que es imposible cambiar. La gran mayoría suena en Fa, que es la nota de la armonía universal. Todo lo que el artesano puede conseguir es que ofrezca ese tono de la manera más brillante y sonora posible.”
Para conseguir los diecinueve sonidos de la marimba, se montó una gigantesca operación de tráfico de coco. Llegaron cocos grandes del Perú, cocos pequeños de Venezuela, cocos colombianos repletos de agua refrescante, cocos supermachos de México, y coquetos coquinhos do Brasil. Iraldi y Núñez examinaron 183 cocos, labor harto redundante para este dueto compuesto por un psicoanalista retirado y un loco en actividad.
Cuando por fin encontraron el coco que dio el Si bemol, la alegría fue mayor que si hubieran descubierto la ley de la gravedad. Al cabo de mucho pelar coco, mucho desbastar corteza de coco, mucho perforar coco, se estrenó el cocófono en el número “Música y costumbres de Makanoa”, que fue parte de Por humor al arte, en 1983. La marimba resultó una éxito: el público aplaudía desde el instante sublime en que la enfocaba el haz de luz y Núñez la presentaba en sociedad con una reverencia.

EL ANTENOR

Ninguno de los dolores de cabeza que dieron los diferentes instrumentos informales se compara a los que durante dos años les produjo Antenor, el robot que construyeron en 1979 para Les Luthiers hacen muchas gracias de nada. Antes de embarcarse en la difícil maternidad electrónica de Antenor, el luthier Carlos Iraldi ya había fabricado un robot al que atraía la luz. Pero éste era un juego de niños al lado de Antenor, un monstruo que en un peso de ochenta kilos almacenaba transistores, una colección de motores, trece cornetas con sus respectivos parlantes y una nota musical cada una, un órgano con cuatro octavas, circuitos, ruedas rebeldes, una batería de corriente continua de 24 voltios, timbales, redoblante y una cabeza mucho más complicada que la de Luis XVI, por poner un ejemplo perteneciente al doloroso campo de las soberanas decapitaciones.
Antenor era una fiesta de luces, sonidos y señales cuando entraba, de improviso, en medio del “Trío Opus 115”. Robot casi humano, saludaba al público, sonreía, se enojaba, hacía guiños con la mirada y se sonrojoba ante abrumadores aplausos del público. Eso, al menos, era lo que observaban los espectadores fascinados. Detrás de tanto ingenio, no obstante, acechaba sin cesar la tragedia. “Se jodía a cada rato, dejaba de funcionar, hacía lo que le venía en gana —dice un asistente que llegó a odiarlo—. Una vez hizo puf, emitió un olor acre y empezó a arrojar volutas de humor en pleno escenario. Con sonrisas fingidas lo retiraron Jorge Maronna, Carlos Núñez Cortés y Carlos López Puccio, y al día siguiente la reparación tomó diez horas.”

FERROCALÍOPE

Carlos Iraldi, el primer luthier del grupo, trabajó en la confección de una tromba marina, instrumento del siglo XIII que en esta oportunidad iba a ser fabricado a partir de un viejo perchero. Estaba diseñado como una instrumento algo travesti, toda vez que hace setecientos años lo soplaba en cada convento una monja a fin de convocar a las demás sores. Se trataba, pues, de un instrumento de viento. La tromba, no la monja, que sí es instrumento pero de la voluntad de Dios.
Evolucionó luego a ingenio de cuerdas y al final nunca se fabricó porque, según Iraldi, “no está bien que las monjas anden por ahí tocando trompetas”. Ni mucho menos Les Luthiers. En cambio, Iraldi construyó un imponente aparato al que bautizó como Ferrocalíope. Se trataba de un ingenio mecánico de viento que operaba con vapor. Carlos Merlassino ayudó a Iraldi en la construcción de esta pequeña locomotora musical que se estrenó en medio de chorros húmedos y pitidos en “Fronteras de la ciencia”, del espectáculo L. L. Unen canto con humor. Fue la despedida del primer luthier del grupo.

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