Cada uno de estos fenómenos naturales tiene sus peculiaridades, y su peligro para quienes habitan la zona. Consejos para estar precavidos.
Ventiscas y nevadas
Los ululantes vientos y las cegadoras nieves de una ventisca pueden paralizar la vida sobre centenares de kilómetros cuadrados, a veces durante varios días. Aunque la palabra ventisca se emplea vulgarmente para describir cualquier borrasca de viento y nieve, los meteorólogos la definen como una tormenta de nieve con vientos de más de 55 kilómetros por hora y temperaturas por debajo de los 7 °C bajo cero. Si el viento alcanza los 70 kilómetros por hora y la temperatura desciende a 12 °C, la ventisca se clasifica como fuerte.
Tanta nieve arrastra una ventisca que la visibilidad queda reducida con frecuencia a cero, y después de la tormenta el campo aparece muchas veces sepultado bajo enormes masas de nieve. Las tormentas de este género se conocen en Siberia con el nombre de purga o buran. Pero las peores ventiscas son las de la Antártida, donde los vientos alcanzan una fuerza huracanada.
Lluvias heladas
Si la temperatura del suelo se encuentra bajo cero, la más ligera llovizna procedente de cualquier masa de aire caliente puede producir una de las precipitaciones invernales más nocivas. La lluvia se congela inmediatamente al chocar con el suelo y pronto cubre el terreno con una resplandeciente capa de hielo.
La lluvia helada puede ofrecer como consecuencia un espectáculo increíblemente bello. Los bosques y los parques se transforman en fantásticos mundos de frágil cristal. Pero los resultados también pueden ser catastróficos. Las calles y las calzadas se convierten en peligrosas pistas de hielo y las ramas de los árboles se doblan hasta quebrarse sobre todo si soplan vientos fuertes. Peor es el daño cuando los cables eléctricos ceden y terminan por romperse bajo el peso del hielo, dejando a las víctimas de la helada sin luz y sin calor.