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Peligro de extinción

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Desde 1950, animales y plantas han sucumbido ante el hombre.

¿Por qué hay tantas plantas y animales en peligro?

No obstante nuestra sed de conocimiento sobre el mundo y el universo, resulta sorprendente que sepamos tan poco acerca de los animales y las plantas que habitan nuestro planeta. Muchas especies nunca fueron identificadas; es relativa la cantidad de las que actualmente tienen nombre, que están clasificadas y que han sido estudiadas en detalle.

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Una autoridad confiable, la Unión para la Conservación del Planeta, afirma que 2.750 vertebrados y 2.250 invertebrados están en peligro. Es posible que suceda lo mismo con 25.000 plantas. La UCP reconoce que sus registros tienen brechas enormes, en particular de criaturas de los bosques tropicales, cuyo hábitat se reduce día a día.

Desde el primer brote de vida en la Tierra, han existido unos 500 millones de especies diferentes y casi 499 millones se han extinguido. Muchas de estas desaparecieron en el proceso de la evolución: la supervivencia de los más aptos. No pudieron adaptarse para enfrentar la competencia de rivales o de las demandas de un medio ambiente cambiante.

En los últimos 200 años, y a mayor velocidad desde 1950, animales y plantas han sucumbido en mucho mayor número, indefensos ante la competencia del más rapaz de los animales del mundo. Conforme la población humana ha aumentado hasta llegar a 7.000 millones, hemos destruido el hogar de criaturas coterráneas en multitud de formas.

Las ciudades han crecido desmesuradamente, engullendo bosques y pastizales. Las máquinas han arrasado tramos enormes de campo para construir nuevas carreteras. Minas, molinos y fábricas envenenan los ríos. Hemos devastado bosques para obtener madera, desecado marismas e inundado enormes valles.

Para alimentar a una población creciente, hemos arado la tierra, privando de alimento a los animales salvajes. Hemos permitido que los animales domésticos extenúen los pastos. Al degradar la tierra, hemos dañado o destruido el hábitat de plantas y animales; además, hemos permitido que los ríos se llenen de cieno y con frecuencia queden yermos. Hemos cazado animales para alimento o les hemos disparado por «deporte». Nuestros vehículos motorizados matan millones de animales cada año.

Por doquier que pasaban nuestros ancestros, tomaban plantas y animales, frecuentemente con efectos devastadores. Especies domesticadas como el perro, el gato, el zorro y el conejo han proliferado en estado salvaje en todo el mundo, aniquilando en ocasiones criaturas nativas. Hemos introducido en ríos y lagos las truchas café y arcoiris, la carpa y la perca europeas para satisfacer la pasión de los pescadores.

Las competencias para obtener peces exóticos ha asolado las especies locales. Conforme desaparece la vida silvestre del mundo, aumenta la demanda de especímenes raros entre coleccionistas y turistas. Cazadores furtivos incursionan en santuarios y zonas vedadas en busca de pieles, marfil y cuernos. Otros contrabandean animales vivos, aves y plantas raras a través de las fronteras del mundo. El Servicio de Peces y Animales Salvajes de Estados Unidos calcula que cada año los contrabandistas introducen a ese país 350.000 loros africanos y del Amazonas.

Se espera que la población mundial alcance los 9.000 millones para el año 2025, con lo que aumentará la demanda de vivienda, alimento y trabajo. Por fortuna, cada vez más personas se percatan de la urgente necesidad de salvar a las plantas y a los animales, por nuestro propio bien. Aproximadamente, 40% de los medicamentos esenciales para nuestra salud proviene de plantas, microbios y animales.

Por ejemplo, el diminuto bígaro rosado de Madagascar provee dos medicamentos que virtualmente han eliminado la mortalidad infantil por cáncer de la enfermedad de Hodgkin y la leucemia linfocítica. El tejo del Pacífico proporciona el taxol, un arma valiosa contra el cáncer de ovarios.

A pesar de ello, los científicos han examinado solo un 3% de las plantas fanerógamas en busca de posibles medicamentos. Y cada año, en algún lugar del planeta, se extinguen una o dos especies vegetales que podrían ser esenciales en la lucha contra las enfermedades epidémicas.

Quizá solo a través del trabajo conjunto y sensato con la naturaleza pueda sobrevivir la humanidad.

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