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En busca de Troya

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La denodada búsqueda de un arqueólogo aficionado llevó a descubrir varias ciudades. 

En busca de Troya

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Una cálida tarde de agosto de 1868, el empresario Heinrich Schliemann, apasionado por la arqueología, se encontraba sentado en la azotea de una casa, en la ciudad de Yenitsheri, al noroeste de Turquía, enfrascado en la lectura de la Ilíada, la gran epopeya homérica. Mientras el sol se ponía lentamente en los Dardanelos, Schliemann cerró los ojos e imaginó el pasaje que acababa de leer: el vivo relato del saqueo de Troya.

Schliemann había leído por primera vez la Ilíada cuando era apenas un muchacho, y desde entonces había desarrollado una profunda y ardiente pasión por Troya, la antigua ciudad griega asediada durante la Guerra de Troya. Ahora estaba decidido a encontrarla y cumplir así la ambición de su vida. Pese a que no existían crónicas detalladas acerca de la existencia de Troya, Schliemann estaba convencido de que las antiguas ruinas de la ciudad se hallaban enterradas bajo un pequeño montículo artificial próximo a la ciudad turca de Hissarlik.

A lo largo de los años, Heinrich Schliemann había acumulado la riqueza necesaria para financiar sus propias excavaciones arqueológicas. A pesar de que para entonces era un personaje enormemente considerado en el mundo de las finanzas, Schliemann anhelaba el respeto y la admiración del mundo académico. Si tenía éxito en su intento de encontrar la mítica ciudad de Troya, recibiría el reconocimiento que tanto ansiaba.

Las ruinas clásicas desperdigadas sobre el montículo de Hissarlik demostraron que el lugar estuvo ocupado en la antigüedad y Schliemann recibió la autorización del gobierno turco para comenzar sus excavaciones en abril de 1870. Por espacio de tres años, un ejército de 100 hombres, equipados únicamente con palas, cavaron enormes zanjas en un montículo de 10 m de altura, demolieron paredes y otras estructuras que no despertaban el interés de su contratista.

Schliemann creía firmemente que bajo las ruinas clásicas yacían sepultadas al menos cuatro ciudades y que su Troya se encontraba en el segundo nivel, empezando desde abajo: Troya II. Pero las ruinas encontradas en ese nivel abarcaban una superficie de solo 100 m, sin duda insuficiente para haber contenido las grandes murallas y torres descritas por Homero en su Ilíada. Se descubrieron así las ruinas de nueve ciudades y se llegó a la conclusión de que el nivel VII era probablemente el emplazamiento de la Troya homérica. Durante su tercera campaña arqueológica, Schliemann encontró un gran tesoro: vasijas y joyas labradas en oro y plata, además de dos tocados para el pelo, también de oro.

Ni académico, ni caballero

Schliemann no cumplió su solemne promesa de permitir a los funcionarios turcos que examinaran cualquier hallazgo de interés, y trasladó rápidamente a Atenas los tesoros descubiertos en Turquía. Proclamó triunfalmente que había desenterrado el tesoro del rey Príamo y, por tanto, la Troya de Homero. Pero, en privado, aún tenía sus dudas. No había hallado el menor resto de los grandes palacios descritos en la Ilíada, y los fragmentos de cerámica encontrados en el lugar eran demasiado primitivos como para coincidir con su supuesta fecha de construcción. También eran muchos los académicos que, no exentos de razón, dudaban de la veracidad de las afirmaciones de Schliemann.

Pese a todo, Schliemann decidió proseguir sus trabajos de excavación en 1878. Descubrió entonces otras dos ciudades y estableció que una de ellas tenía grandes murallas y rampas, lo que encajaba perfectamente con la descripción de Homero. En 1882 proclamó: «Mis trabajos sobre Troya han concluido para siempre». Sin embargo, los rumores de que todo era un fraude le obligaron a regresar a Turquía en 1889 para encontrar definitivamente el sitio de Troya. A pesar de que entonces descubrió diversos recipientes de cerámica que, una vez más, atribuyó a la Troya de Homero, para entonces quedó claro que su cronología era absolutamente errónea; había cavado en niveles demasiado profundos. Schliemann decidió regresar a Troya, pero el 26 de diciembre de 1890 murió en Nápoles, a consecuencia de un infarto. Wilhelm Dörpfeld, su ayudante, descubriría más tarde las ruinas de una ciudad que podría haber sido Troya.

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