El vendaje resultaba muy doloroso las primeras semanas, pero los diminutos pies resultantes distinguían a una dama de buena familia.
Una tradición milenaria
La anciana suspiró al escuchar los sollozos que llegaban del patio. Lentamente, con pasos titubeantes, se acercó a su nietecita, acurrucada sobre sus pies recién vendados. Sabía por propia experiencia que el vendaje resultaría muy doloroso las primeras semanas, pero estaba convencida de que los diminutos pies resultantes del tratamiento eran lo que distinguía a una dama de buena familia.
La práctica de vendar los pies comenzó en la corte china en el siglo X. Unos 200 años después se generalizó entre las clases altas y alcanzó su apogeo durante la dinastía Ming (1368 – 1644). La dinastía Manchú, que gobernó China entre 1644 y 1911, publicó varios edictos prohibiendo esta práctica, y sus mujeres jamás se vendaron los pies.
Los pies se vendaban entre los cinco y los diez años, y el vendaje se llevaba durante el resto de la vida. El objetivo era evitar que los pies creciesen más de 10 o 12 cm, es decir, que tuviesen un tamaño equivalente a la mitad del normal. Se vendaban todos los dedos doblados, menos el pulgar, y a continuación se envolvía el resto del pie.
Impedidas de por vida
A medida que los pies crecían, el puente se rompía y los huesos se deformaban. Aunque la mujer se acostumbraba al dolor, quedaba impedida para el resto de su vida y tenía dificultad para caminar.
El vendaje se cambiaba con regularidad. Tras la caída del viejo orden social, en 1912, muchas mujeres intentaron quitarse las vendas de los pies, pero las que llevaban más de 10 años con las vendas puestas descubrieron que sus pies no soportaban el peso del cuerpo y sangraban cuando intentaban caminar.