El índice daba a conocer los libros que estaban prohibidos.
El Índice, una guía de lectura poco ortodoxa
La Inquisición publicaba edictos en los cuales daba a conocer los títulos de los libros que consideraba prohibidos; dichos edictos constituían el «Índice expurgatorio». El Índice, como se le conocía familiarmente, se colocaba en lugares visibles, como las puertas de las iglesias o de las oficinas públicas. Aquel que poseyera en su biblioteca algún ejemplar registrado en el Índice estaba obligado a llevarlo enseguida al Santo Oficio. De igual forma era obligatorio acusar a quien tuviera algún libro expurgado.
Por paradójico que parezca, ese Índice se volvió un verdadero órgano de difusión de títulos que podían resultar interesantes para las mentes curiosas. En repetidas ocasiones, después de que un ciudadano ilustrado veía un libro en el edicto, se lo pedía a algún pariente de viaje, quien lo ocultaba entre el equipaje. Otras veces, con la sola mención de que tal libro había sido censurado, el letrado aceptaba comprarlo al librero que se lo ofrecía secretamente.
Así fue como la gran pléyade de ilustrados del siglo XVIII se nutrió con las lecturas que estaban revolucionando a Europa. Clavijero, Abad, Díaz de Gamarra, Álzate, Hidalgo y otros sacerdotes conocieron las nuevas corrientes políticas y sociales a través de pensadores como Rousseau, Voltaire y Raynal, autores todos señalados en el Índice. Sus libros resultaban doblemente atractivos: por un lado, porque estaban prohibidos, y por otro, porque planteaban ideas libertarias muy significativas, como la soberanía popular y los principios democráticos.