Danza, música y poesía eran conceptos inseparables para la cultura náhuatl; la expresión poética era una síntesis de estos tres elementos.
Cuando canta el caracol
Danza, música y poesía eran conceptos inseparables para la cultura náhuatl. Se concebía la expresión poética como una síntesis de estos tres elementos. Por eso el nombre con que se designa un poema, cuicatl, significa también canto. El poeta era el cantor, cuicani, y el código de escritura prehispánico representaba esta actividad con el signo de «palabra»: una voluta decorada con flores.
Lamentablemente no sabemos gran cosa de la música que acompañaba a la declamación de los poemas. Sólo a través de los códices y las crónicas sabemos de cornos, flautas y trompetas, y una gama muy rica de instrumentos de percusión, cascabeles de caracoles de mar, matracas y tambores, entre los cuales los más notables son el teponaxtle (cilindro hueco, todo de madera, con unas aberturas para producir sonidos distintos cuando se golpeaba con unas bolillas de madera), y el huéhuetl (tambor de madera cubierto de piel de ciervo). El caracol marino podía emitir diferentes notas, de acuerdo con la intensidad del soplido, aunque era más apropiado para convocar a la gente, a la manera de las trompetas militares, que para hacer música.
No era suficiente cantar hermosos versos acompañándolos con música; era necesario bailar, buscando traducir el contenido del poema con movimientos rítmicos del cuerpo: así, el acto poético era total. La danza iba de acuerdo con la naturaleza del poema y con su significado, por eso servía muchas veces para diferenciar los géneros. La música, la danza y la poesía eran también parte importante de la liturgia y del culto religiosos. Los primeros poemas fueron, sin duda, oraciones. Posteriormente, a medida que la liturgia se hizo más compleja, la oración se convirtió en himno, para desembocar ya en un género específico que es el teocuicatl, canto divino, compuesto por himnos para invocar a la divinidad.
El Cuicacalli, casa de la cultura
Amantes de la poesía, los antiguos mexicanos, se preocuparon por enseñarla y difundirla. En todas partes, a lo largo del territorio de la Triple Alianza (México-Tenochtitlán, Texcoco y Tacuba), poesía, canto y danza eran ciencias oficiales, regidas por una institución rigurosamente organizada: el Cuicacalli, donde ingresaban los niños a la edad de 12 años.
Poetas de renombre, músicos y danzantes distinguidos eran los encargados de organizar el Cuicacalli; recibían su paga del rey en persona, siempre atento al buen funcionamiento de las casas de canto. Existía gran diversidad de profesores: uno componía las obras; otro hacía los arreglos musicales, y otro más se encargaba de integrar los coros y la coreografía.
La función del Cuicacalli iba más allá de ofrecer enseñanza artística; tenía, al igual que el Calmécac, la función básica de transmitir y elaborar la lengua culta. Ello hace suponer que la poesía náhuatl no era comprendida por el pueblo ajeno a ella, y que solo participaba como auditorio maravillado por lo espectacular de las representaciones. Igual que entre los romanos, había una lengua culta y una vulgar. Los estudiosos aseguran que la conquista arrasó con la lengua culta.
Más allá de un mero artificio del lenguaje, la poesía desarrollaba y profundizaba en una definición: «flor y canto», lo que le añadía un fundamento estéticofilosófico. Este fundamento era la respuesta a las preguntas que se hacían los sabios, los tlamatini: ¿qué es la vida?; si somos tan efímeros, ¿de qué manera nos podemos comunicar con los dioses y participar de su inmortalidad? Pues a través de la belleza vuelta símbolo, de la flor y de la palabra verdadera: el canto. Pensaban que la poesía era lo único que realmente los acercaba a la divinidad y los transformaba incluso en parte de la esencia divina, única posibilidad de asegurar la existencia para siempre.