Los productores alardeaban de que las fábricas británicas podían «satisfacer la demanda del mercado nacional antes del desayuno y pasar el resto del día abasteciendo al mundo entero».
¿Cómo suministraban las fábricas inglesas algodón barato?
En la planta superior de una fábrica de algodón de Manchester las máquinas cardadoras, dispuestas en hileras, peinaban las balas de algodón rizado en bobinas continuas, llenándolo todo de polvo. En un edificio próximo, el incesante traqueteo de los telares accionados con vapor producía metros y metros de tela. El ruido era tan ensordecedor que los operarios -en su mayoría mujeres y niños- se veían obligados a comunicarse por señas y movimientos de los labios.
Esta era una más de los cientos de fábricas de algodón que salpicaban el paisaje de Lancashire a principios del siglo XIX. La industria del algodón había transformado la faz del norte de Inglaterra y propiciado un vertiginoso surgimiento de ciudades algodoneras. La población de Manchester, capital del algodón producido en la región, que en 1821 ascendía a 108.000 habitantes, se triplicó en solo 30 años.
Los productores alardeaban de que las fábricas británicas podían «satisfacer la demanda del mercado nacional antes del desayuno y pasar el resto del día abasteciendo al mundo entero». Esta transformación fue resultado de la combinación de una ingeniería creativa, unos innovadores métodos de producción y la perspicacia de una nueva estirpe de comerciantes e inversores.
Una revolución textil.
Hasta mediados del siglo XVIII la industria del algodón era más bien modesta, y los trabajadores hilaban y tejían el algodón en sus propios hogares. En 1733 un ingenioso tejedor, llamado John Kay, patentó una «lanzadera volante» que pasaba automáticamente por el telar y permitía a un solo operario realizar el trabajo de dos. La demanda de hilo se disparó y los fabricantes buscaron el modo de acelerar la producción. Un tejedor de Lancashire llamado James Hargreaves respondió a la demanda diseñando una rueca capaz de hacer girar 40 husos al mismo tiempo, que se accionaba manualmente con una rueda. Richard Arkwright, un fabricante de pelucas de Lancashire, perfeccionó aún más el invento al impulsar cientos de husos con una rueda hidráulica, creando así la primera factoría de algodón del mundo en Derbyshire. La fuerza del agua y la contratación de niños de hasta seis años, que realizaban el trabajo en sus hogares, permitió a los fabricantes reducir drásticamente sus precios.
La eficacia del vapor.
En 1782, un fabricante de instrumentos, llamado James Watt, adaptó la máquina de vapor para impulsar las máquinas industriales. Una rueca accionada a vapor producía en un solo día la cantidad de hilo necesaria para dar la vuelta a la Tierra dos veces y media. El proceso de tejido se aceleró igualmente cuando Edmund Cartwright patentó en 1786 el telar de vapor. Este fue el último eslabón de la cadena de acontecimientos que convirtieron a Lancashire en el principal productor de algodón del mundo. Las fábricas se trasladaron de las montañas a las ciudades, donde la mano de obra era más barata.